“Desobediente”, de Julia Bellido
La evolución que nos salva.
Por Asunción Escribano.
Una vez más ha vuelto Julia Bellido a escribir un poemario sorprendente por la fuerza de sus imágenes y el calor de su palabra. Un poemario que, pese a no creer en la escritura de género, no me resulta difícil asignar a una mujer. A buen seguro que el poder de muchas de sus metáforas es una de las razones de esto. Una obra estructurada en cuatro partes hábilmente enhebradas y a través de las cuales el yo se va serenamente disolviendo hasta sentirlo todo como propio, especialmente el dolor de todo aquello que vive aunque sea mineral y no solo animal. Un poemario a través del que se filtra como en la roca porosa el agua de la conciencia social, del espíritu cósmico (ya consciente o inconsciente) que hace sentir como propias las heridas del otro.
La primera parte lleva por título “Un animal independiente” y “Desobediente”, su primer poema, no solo titula el libro, sino que constituye un manifiesto que nos revela la personalidad de la voz lírica. Al menos, y creo necesario resaltarlo, la voz lírica inicial, o del pasado. Un poema abierto y cerrado por dos endecasílabos que, a modo de paréntesis, enmarcan y resumen el poemario: “Mis padres me prohibieron ser feliz. […] Tan pequeña… y desobedeciendo”. Una voz lírica que se siente y muestra fuerte; en ocasiones diría que empoderada. La segunda parte, “Sin una habitación propia”, evoca, manifestando la carencia de lo que Virginia Woolf demandaba para que pudiera darse la libertad e independencia intelectual de las mujeres, el amor a la palabra (a pesar del “Trampantojo”) y la escritura como escalera hacia la plenitud de una poética que reflexiona sobre la propia escritura y nos muestra sus resultados. Son varios los poemas en los que el eco de la escritora inglesa emerge de estas páginas, pero nada es casual en estos versos hechos de aire y de agua.
“Canción triste de Ariadna”, la tercera parte y la más breve, se enmarca por el mito entre el primero y el último de sus poemas, intentando conjurar desencuentros vitales. Es sin duda una bella antesala para el salón de la casa, que no es otro, aquí, que la última parte de esta obra lúcida y valiente. “Cosmic consciousness”, el cuarto y último de los bloques –y también el primero de sus poemas– en que se estructura Desobediente es, probablemente, el menos homogéneo en cuanto a la variedad de las formas y evocaciones que lo componen. “No sé qué significa/ encontrarse a sí mismo”, declaran, programáticamente sus dos primeros versos. Pero poemas como “80 gramos”, “Torrequebrada”, “A sabiendas”…, desmienten ese aserto inicial, retórico quizás, de la voz lírica.
Precisamente, en “Tríptico en la Laguna de Medina”, la voz lírica imprime un giro en el poemario tras sus dos últimos versos para, a continuación, dejar a nuestros pies las dos únicas páginas de prosa del poemario: un hermoso ejercicio de empatía lírica llena de simbolismo. Y es entonces cuando cobran sentido las cuatro citas (de Clara Janés, Mary Oliver, Henry D. Thoreau y, sobre todo, John Burroughs) que abren el poemario. Llegados a este punto, ha de volver el lector a esas citas iniciales para releerlas. El mencionado “Tríptico”, que pareciese un poema de circunstancias se antoja entonces como el catalizador, el eje verdadero en torno al que el poemario se ha fraguado como resultado de esa lenta labor erosiva en la conciencia escritural de la profunda belleza habitual que nos rodea día tras día. Son muchos los poemas preñados de sentido en esta última parte. Muchas las respuestas dadas tras los pasos de una voz lírica que, aunque se cree perdida, sabe que ha dado con el centro de todo lo que importa. Algunos de estos versos responden a otros leídos en páginas anteriores. Desobediente es, en este sentido, también una obra de guiños y poemas que interactúan, como hablando, entre ellos. Tal vez tampoco sea casual la cita implícita en el verso final del poemario.
Resulta imprescindible, por tanto, leer estos poemas. Con poderosas imágenes de poesía verdadera, como las que dan forma a los poemas “Un animal independiente”, “Mi infancia es un domingo esperando a mi padre”, “Quebrarse” o estas a las que tan cercana me siento, en el poema “Las horas, las olas, las alas”: “El poema es hoy/ un pájaro que tiembla/ en una aguja líquida de pino” o en “Quebrarse”: “Ahora la palabra/ es un pájaro triste y desplumado/ que se posa en la luz todas las noches/ y me muestra su sombra bajo el flexo”. Son varios los poemas de este libro tomados al asalto por las alas. El más bello, sin duda alguna, de los cuales es aquel en el que, precisamente porque no es necesario, no aparecen nombrados: “En eso tú y yo somos / terriblemente iguales, / inocentes e ingenuos”.
Un poemario de ideas relámpago como “Todo fuego conlleva/ un recuerdo anterior”, versos que se mantienen en el aire hasta que unas páginas después se posan levemente, ante los ojos de quien lee, en el poema “Sobre la palabra”:
La palabra es un fuego
que quema la garganta
cuando muere en los labios
o deja de escribirse.
Como señalé al inicio de estas palabras, el poemario ha ido avanzando, evolutivamente, desde la persona que la voz lírica suplanta, obediente en este caso, hasta la consciencia que permite encarar nuestras grandes verdades adyacentes, nuestras deudas más íntimas que se hace necesario saldar cuando la edad se vuelve cierta. “Escribir es tener/ conciencia de vacío”. Antes otros versos lo habían ido previendo: “El yo se va acallando / hasta dejar de ser”. Hölderlin sabía lo que decía al recordarnos que en el peligro crece lo que nos salva. La pasada pandemia signó a los poetas con el fuego de la fecundidad. Desobediente es uno de sus hijos más hermosos.
Julia Bellido
Desobediente
Huelva, Garum Ediciones, 2023