«Wonka»: Demasiados sueños para un personaje trágico
Por Judith Mata.
Eran muchas las expectativas que Wonka ha generado a la audiencia. Desde el cuento de Roald Dahl hasta la versión de Tim Burton en 2005, esta historia ha sido muy querida. Ahora, por fin, se podía conocer el pasado del misterioso Willy Wonka. A pesar de que hay ligeras referencias a las otras películas y a la narrativa original, los autores de esta nueva versión se han tomado las licencias que han querido.
El film pretende ser un cuento de Navidad y, aunque en momentos sí que es acertado, se pone demasiado en este papel, haciendo que pierda la verosimilitud dentro del pacto con el público. Es decir, el espectador sabe que pase lo que pase, “todo va a ir bien”, pues se trata de una película familiar. Sin embargo, este suceso se lleva al extremo de tal forma que interviene un deus ex machina en muchas de las resoluciones de conflictos. Si necesita leche de jirafa, lo resuelve con un simple caramelo, si están a punto de morir, la casualidad interviene divinamente. No existe el ensayo ni el error, simplemente, se consigue sin equivocaciones.
Willy Wonka es un genio ya al inicio de la película y también al terminar. No hay un desarrollo de personaje de ningún tipo. Sólo consigue su objetivo y se da cuenta de una realidad muy obvia para el espectador: los muertos no pueden renacer. Las historias anteriores formularon muchas preguntas que este film no responde, por ejemplo, por qué odia a los niños (una de las premisas principales de la versión de Tim Burton). En la versión más antigua hay unos chocolateros que pretenden robar la fórmula de Wonka, en este caso, Willy no deja ningún chocolatero en el mapa del juego para que pueda competirlo. De esta forma, la trama, un tanto vacía, suena a una introducción de puente comercial para una saga más larga.
A pesar de que la productora no lo vendió como un musical, resultó sí serlo. La canción de los Oompa Loompas recuperada de la primera versión de 1971 es el recurso que más vida le da, también Hugh Grant en una versión inspirada de esos primeros hombrecitos (frente a un Timothée Chalamet un poco forzado en el papel). Respecto a las otras, cuesta un poco que enganchen. Son más bien un guion recitado con música que una canción como tal. Les falta la energía de otros musicales como El gran Showman (Michael Gracy, Estados Unidos, 2017) o incluso Mamma Mia (Phyllida Lloyd, Estados Unidos, 2008).
Las escenografías sí resultan un espectáculo y se entremezclan bien con la narratividad. Los decorados como si fueran un cuento de Dickens casan con la historia que se cuenta. En estos cambios de realidad/sueño están los juegos más ingeniosos. Él cantando y soñando y de repente vuelve a la realidad con la gente normal andando y un cartel de “prohibido soñadores”.
En este sentido, como película familiar funciona. Las cosas se explican muy explícitamente, hay dibujos para preparar los planes, etc. La historia es muy compacta, sin complicaciones. Se aleja de ese morbo y misterio que presentaban las dos anteriores para ser un cuento perfecto de inicio a fin, tanto, que incluso ni el clímax resulta excitante. De esta forma, Wonka se convierte en un cuento navideño, demasiado cuento.