“Tan solo el fin del mundo”, magnífico reparto en un agónico grupo familiar
Horacio Otheguy Riveira.
Louis abre una puerta que da al salón de la vivienda familiar y entra en escena. Mirando al público, anuncia lo que más le importa: “Ahora tengo casi treinta y cuatro años y con esta edad moriré, al año siguiente, llevaba ya muchos meses esperando, sin hacer nada, trampeando, sin saber ya nada, muchos meses esperando a que todo acabara, al año siguiente, como cuando a veces apenas te atreves a moverte ante un peligro extremo, de manera imperceptible, sin querer hacer ruido o ejecutar un gesto demasiado brusco que despertaría al enemigo y te destruiría de inmediato, al año siguiente, a pesar de todo, el miedo, corriendo ese riesgo y sin jamás tener esperanza de sobrevivir, a pesar de todo, al año siguiente, decidí volver para verlos, volver sobre mis pasos, volver tras mis huellas y hacer el viaje, para anunciar, poco a poco, con cuidado, con cuidado y precisión –o eso creo– poco a poco, con calma, de forma pausada para anunciar, decir, solo decir mi muerte inminente e irremediable anunciarla yo mismo, ser su único mensajero…”
A lo largo de hora y media vemos y escuchamos atentamente el recorrido que hará Louis entre los miembros de su familia, todos atrapados en un círculo de fuego imposible de apagar, pero factible de aumentar en intensidad emocional, de frustración en frustración.
Un texto apasionante porque fusiona, alborota, incrementa y a ratos dulcifica para volver a incendiarse en un descontrol emocional de seres que, incluso de frente, parecen hablar espalda contra espalda en una incomunicación abismal.
Suma de monólogos que los excelentes intérpretes abordan con técnica precisa dentro de un realismo psicológico muy medido, incluso cuando se presenta desbordado. Un trabajo muy meritorio, especialmente complejo porque el desenlace resulta fácil de imaginar no más empezar y conocer a los miembros de la familia. Algo así le debió parecer al director Israel Elejalde, ya que organizó una serie de añadidos que dan una atmósfera artificial que empobrece la riqueza testimonial, poética, de un texto alambicado de monólogos con la trascendencia de enfrentarlos a gente incapaz de empatizar con nadie, pero que no deja de hablar, de buscarse, de intentar alguna clase de luz en una existencia paralizante.
La puesta en escena tira de vídeos del pasado aparentemente feliz, mientras un gran bailarín ejerce de alter ego del protagonista, siempre tras él, sombra y corazón, oscura desesperación interior de Louis. Elementos que no están en el texto y que en escena quiebran la fuerza dramática de la propuesta original en un —por momentos irritante— ejercicio de dirección paralelo a la obra, como si necesitara esos subrayados para hacerse entender, cuando en realidad oscurece la intensa luminosidad de la pieza.
Del excelente reparto, destacan las composiciones de Irene Arcos y María Pujalte, en las antípodas de sus últimas creaciones: Traición y La importancia de llamarse Ernesto, respectivamente.
A su lado, en el papel protagónico Eneko Sagardoy, y como su hermana menor, Yune Nogueiras, se mantienen vulnerables en un espacio escénico que nunca les da paz duradera.
Raúl Prieto ha de controlar su ira desde el primer momento, hasta que explota en una revelación final, no por previsible menos impactante.
Todos volcados en una entrega muy meritoria, aunque deslavazada por el enfoque general de la puesta en escena donde también brilla con luz propia, como si fuese una pieza paralela de un misterioso engranaje, el bailarín Gilbert Jackson.
De Jean-Luc Lagarce
Dirección Israel Elejalde
Traducción Coto Adánez
Con Irene Arcos, Yune Nogueiras, Raúl Prieto, María Pujalte, Eneko Sagardoy y Gilbert Jackson
Diseño espacio escénico Monica Boromello
Diseño de iluminación Paloma Parra
Diseño de sonido Sandra Vicente
Diseño de vestuario Sandra Espinosa
Composición musical Alberto Torres
Diseño de videoescena Pedro Chamizo
Producción ejecutiva (Teatro Kamikaze) Pablo Ramos Escola
Dirección de producción (Teatro Kamikaze) Aitor Tejada y Jordi Buxó
Ayudante de dirección Toni García
Una coproducción de Teatro Español y Teatro Kamikaze
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