“Que nada se olvide”, de Álvaro Fierro
Por Pedro García Cueto.
La editorial Vitruvio ha publicado la antología Que nada se olvide que recoge los libros de poemas del poeta Álvaro Fierro, cuya obra ha demostrado su talento, no solo en la lírica, sino también en la narrativa, recordemos La República de los Hermanos Lumiere. Todo ese mundo queda congregado en su buen hacer en la poesía, que desvela la autenticidad del verso.
De Con esa misma espalda, editado en 1994, destaco “Newtoniana”, cuando dice: “Me miran. / Lo que yo necesito es respirar / y no tantas preguntas. / Les hablo / y cuando ya no las espero suenan / mis palabras y ese sonido / de sirena de buque que naufraga”.
Y es, precisamente, ese afán de respirar en un mundo en que apenas podemos hacerlo, ya que siempre nos hallamos con el dolor que envuelve con su madeja nuestra realidad. Como en el poema “Ulan Bator, 11:00 de la noche”, el bonzo es el hombre que se quema delante nuestro, el ser humano agotado de ser, ensimismado ya por ese cansancio de vivir.
De Tan callando (2000), rescato esa idea de vivir en el exilio, cuando el lenguaje se convierte en un abismo, donde queremos navegar antes del naufragio: “Las páginas / que todavía no has escrito / son tu exilio”.
Al final, somos solo lo que queda de ese silencio que nos arropa, de ese lenguaje que no llega, río que nos envuelve en la distancia de nosotros mismos. Cuando la vida no se entiende, se busca el lenguaje, para dar sentido a todo, pero este se rebela y no nos llega. El poeta sabe que las páginas son exilio de un tiempo real, una huida hacia ninguna parte.
En “Las distancias del mundo”, el hombre lleva rosas en los bolsillos, porque somos siempre hijos de la esperanza, que perdemos el vuelo ante la vida: “Había rosas / en los bolsillos de aquel hombre / que amaneció flotando / con una espera rota en todo el pecho”.
Y de Los versos inútiles, Álvaro Fierro deja al pensamiento que elucubre, convirtiendo al verso en flor, en árbol, en hoja. Todo crece como lava que arde en el corazón del poeta que ama la palabra y sus sentidos. Poemario de 2009, donde incluye poemas como “La mirada en el agua”: “Y para descansar / la herrumbre de los ojos / de la devastación de tantos días / deja que la mirada exhausta flote /sobre las aguas / como una luna muerta”.
Paisaje desolado, como la Tierra baldía de Eliott, como los poemas de Rubén Darío en Prosas profanas, paisajes yermos como la Castilla herida de Machado, como el verso que sangra en García Lorca. Esa luna muerta nos recuerda a la luna lorquiana, que pasa por el mundo, desvelada, sin anochecer nunca.
Y el poema que tiene forma de útero, en “Desocupado lector”, porque volvemos a la niñez, para recobrar la dicha pérdida, abandonados ya del beso, del abrazo de los padres, de la caricia de los abuelos. Somos seres errantes, envueltos en la tristeza infinita de lo que se pierde en cada instante y la vida es ficción solamente.
Y de Colonizado corazón, libro de piropos, de 2011, un poema de amor en prosa, donde estalla toda la pasión del poeta, que se desangra ante el verso, para que la amada y él entren en fusión inolvidable. Por ello dirá: “La noche deja de ser oscura en tus caderas y se encandila en el verano de tu vientre, en los bajíos donde mi corazón encalla cuando bailas bajo las farolas y en los conos de la claridad te desperezas para incorporarte al paisaje”.
Ese amor como el que Oliveira siente hacia la Maga en Rayuela en aquella noche terrible en que la posee, vistiendo todo de una bacanal de los sentidos. Hay en Álvaro Fierro una belleza maldita, que encarnece en el mundo, se trasviste a través de las palabras para envolvernos en el desenfreno del amor.
Y de El sentido que no sucede (2013), podemos ver cómo se adentra el poeta en el ser amado, porque solo vampirizando al otro la vida tiene sentido, recorriendo las lagunas del cuerpo, tocando la fibra del amor, exaltando ya el goce de los sentidos. En “Por los oscuros cuerpos”, nos dice: “Este misterio de vivir / dentro de un cuerpo, / al lado inmenso de la piel / en el contorno último / de una gota del mundo”.
Y, dando un salto, a su último libro, comento el libro El paraíso de Handel, suite, de este mismo año, donde enlaza todo lo que ha escrito antes, esa necesidad de volver al no nacer, para ser de nuevo el niño que convive en el útero de su madre la felicidad completa que la vida niega. Y escribe “Praelidium”: “y en esa vida previa de la vida / quisiera nuestra alma prepararse / y descansar de su niñez, / coleccionarse en la quietud, / en la belleza ilimitada y superior / de lo que no concibe la maldad, / lo que no admite mancha de pura transparente”.
Ya no hay “mancha” que es la vida, nos hallamos en el camino del nacimiento y por ello regresamos al ser verdadero, ese devenir en el que nos envolvió Nietzsche. Somos seres que volvemos al preludio, para poder iniciar el camino de la suite con la armonía necesaria para seguir vivos.
Logra Álvaro Fierro que triunfe su existencialismo, que su poesía nos atrape, como si en las palabras se concitase el deseo y la frustración, la pasión y el olvido. Consciente del paso efímero del ser humano, este poeta nos habla, desde los adentros, de la luz que nace y que hiere y de la sombra que nos acoge al final de todo. Un gran libro que recoge la obra de un gran poeta.
QUE NADIE SE OLVIDE
ÁLVARO FIERRO
VITRUVIO, 2023