‘Espía de la primera persona’, de Sam Shepard
Espía de la primera persona
Sam Shepard
Traducción de Mauricio Bach
Anagrama
Barcelona, 2023
100 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
«Hay momentos en que no puedo evitar pensar en el pasado. Sé que es en el presente donde hay que estar. Siempre ha sido el sitio en el que estar. Sé que gente muy sabia me ha recomendado permanecer en el presente el mayor tiempo posible, pero a veces el pasado se presenta sin previo aviso. El pasado no aparece por completo. Siempre reaparece por partes.»
El problema es ser memoria o ser lo que nos permita la memoria. Parece que debemos solicitar algún tipo de acuerdo con ella, parece que debemos pedir permiso a nuestra memoria para poder seguir actuando, siendo lo que sea que somos en el presente. De esto trata este libro póstumo de Sam Shepard (Fort Sheridan, Illinois, 1942 – Midway, Kentucky, 2017). Escritor, músico, guionista y actor, Shepard no deja de sorprender mientras sigue siendo sencillo. Recurre a la frase corta para elaborar unos textos breves que transmiten emergencia, pero no premura: hay nervios por la necesidad de expresarse, en tanto que mantiene la idea de que esa memoria, la que no nos permite congraciarnos siempre con el presente, también puede ser un lenitivo. De hecho, iguala las estampas del presente con las imágenes que se le imponen desde el pasado, y con algún apunto ocasional más o menos existenciales, con dudas acerca de quiénes somos y de dónde venimos.
Todos los átomos de tu cuerpo pertenecen al azar y a la mirada. Refugiado en el uso de la segunda persona, Shepard trata de dirigirse al yo como singularidad y como protagonista de hechos que deben ser compartidos. Así se maneja con una libertad semejante a la de los sueños, saltando por instantes significativos, por fragmentos, como si nos advirtiera de que esta es la forma en que puede entenderse en mundo, el trozo del mundo que hemos conocido, al final de la existencia. A medida que vamos avanzando en la lectura de esta hermosa reflexión, se nos presenta le memoria como un acto más y más frágil, en el que persisten constantes, como el sur de Estados Unidos, ese que se caracteriza por el desierto, por las serpientes de cascabel, por el polvo y por el sol. Y también por los inmigrantes. El desierto siempre ha sido el lugar simbólico que representa la soledad, la contemplación, la angustia y la sed. Por eso es inevitable reconocer que ha sido parte esencial de nuestra formación. Y Shepard es consciente de ello, mientras nos demuestra que literatura e inocencia son valores simbióticos.