“Libro mediterráneo de los muertos”, de Mª Ángeles Pérez López
El texto como tejido y sutura.
Por Pablo A. García Malmierca
Con el Libro mediterráneo de los muertos la poeta Mª Ángeles Pérez López resultó ganadora del VI Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro. Pese a que se trata de un libro ampliamente reseñado en diversos medios, creo necesario hacer hincapié en uno de los elementos más destacados de este texto: la articulación del elemento formal en el significado que el texto teje sobre la realidad.
En una primera lectura podríamos decir que estamos ante un libro que se encuadra en lo que se ha denominado poesía social, pues denuncia como el mar Mediterráneo se ha convertido en un enorme cementerio, nos habla de las personas migrantes, de su sufrimiento, de los peligros de su viaje en busca de identidad, de su anoxia que es física y a la vez psicológica, pues como dice “toda persona importa”. Será el mar, principio y fin del viaje, pues es el lugar de la asfixia, pero también es “padre y madre”. Como en otros de sus textos, Mª Ángeles Pérez López busca dar voz a quien no la tiene, en este caso será la voz, un tú, que da sentido a quien puede la anoxia y que siente con la víctima del ahogamiento. Sin embargo, posteriores lecturas ofrecen una profundidad en el uso del lenguaje y del poema que abren esta obra hacia interpretaciones más profundas.
Un análisis formal de la estructuración de la palabra en la página nos desvela uno de los puntos fuertes de este libro de poemas. Como podemos observar en la fotografía adjunta (aunque podríamos incluir muchos otros ejemplos), las palabras aparecen colocadas de tal forma que ejercen sobre la página la idea de tejido, las repeticiones, el uso de derivaciones y otros recursos como los paralelismos o el uso de determinados campos semánticos, hacen que el texto quede tejido y este tejido actúa como sutura de la propia realidad. En la página diecisiete, que adjunto, podemos observar el uso de los sustantivos “perro”, “niebla”, “nombre” y de los no lugares expresados con el hiperónimo “arqueología del abandono” que contiene a los hipónimos “gasolinera”, “vías de servicio” o “viales de hospital”. Como podemos observar en la imagen forman sobre la página una serie de líneas que cicatrizan la realidad y a la propia página. Esta idea del lenguaje como red aparece muy pronto en las notas que acompañan a los poemas “El lenguaje es también una red inflexible. Romperla, morderla para que deje oír la oración de los dignos”. Así el texto vuelve continuamente sobre sí mismo, como si nombrar fuera algo pasajero, y volver al referente volviese mutable la realidad. Se crea la sensación de que el lenguaje se extingue sobre sí mismo, vuelve a renacer y morir como las migrantes, “Pero también en lo extinto hay una belleza inequívoca, en la mojadura y lo destemplado del allí. Lo que es parte de la vida porque es muerte”. El lenguaje es algo vivo, que siempre está en continuo cambio, como la vida “cambié de nombre varias veces”.
Otro aspecto destacable es la corporeización de la naturaleza, si el texto es tejido y sutura, la naturaleza es cuerpo, así los ojos “los imaginas como dos bulbos inmensos creciendo cada noche”. El perro aparece como elemento fundamental por su capacidad de búsqueda, por su ausencia de miedo “el animal no teme a su cabeza. Rebusca en el exceso, en la superposición de capas minerales”. Los reinos de la naturaleza se superponen, el diente de perro se transforma en flor y este en hombre, como idea de la inutilidad del lenguaje a la hora de expresar el dolor y la muerte. Así el poema se transforma en algo orgánico, en un ser con vida propia que salta fuera de la página y del lenguaje:
Hambre de ti, que lo miras correr, que lo alimentas.
Pides que salte sin pensarlo, instintivo y perfecto cuando mira hacia el sol. Que sea elástico y salte combándose en sus patas, deslizando deprisa tu sintaxis. Que lo sostenga una línea de sombra, arriba de tu miedo, las acacias agrestes, los altos herbazales de su nombre.
No va a permitir que lo poseas, por mucho que lo mires, no alcanzarás la boca, las grandes hojas verdes de la imaginación, la palpitante viscosidad de los órganos tiernos. No se entrega aunque sea tras la muerte.
Esta vida propia del lenguaje y del poema se ejecutan dislocando el uso habitual de la acentuación del castellano como podemos observar aquí: “se cólmen de días y de espóras, del nombre que descansa en su dolor”.
Estamos ante una poética que convierte el poema, además de en un ente vivo y autónomo, en concéntricos, circulares, que se pliegan sobre sí mismos, sobre su significado y sobre la polisemia de los términos utilizados. Esto acentúa la sensación de tejido, de sutura sobre la herida de la realidad; en este caso la realidad de las migrantes y su sufrimiento en el mar.
La organicidad del poema se amplia hacia referentes que entroncan el microcosmos del cuerpo, con el macrocosmos natural, así las uñas adquieren características de los continentes o el cuerpo se compara directamente con el océano.
El dolor hace que el decir sea difícil, porque siempre es herida “siempre se escribe desde el hematoma. De cada astilla o hueso o quemadura brota también el lenguaje como pulpa consanguínea”. Este dolor hace que para la voz poética sea fundamental todo lo dicho, lo enunciado; sin embargo, no llega a comprender, se produce el colapso, la duda “Yo también caigo porque no comprendo, colapso en lo animal que soy (no soy)”. Y “mi lengua es sólo la de las equivocaciones”, el lenguaje confunde, no sirve. Solo la unión del poema y el cuerpo pueden expresar lo inexpresable, la unión del cuerpo y la palabra “Ante ti un océano de silencio y de sílice. Y se iza la muchacha que abraza este poema”.
Y así llegamos a que “La tumba no es el mar sino el lenguaje”, y el lenguaje desaparece físicamente en el libro.
María Ángeles Pérez López en este Libro mediterráneo de los muertos une lo orgánico, lo poético, el cuerpo, el dolor, el lenguaje se tejen en un todo que pasa de la página a la carne, al silencio. Se conforma así un tejido que sutura la realidad, que nos ofrece una esperanza entre tanto dolor y sufrimiento.
Aldealengua, 19 de noviembre de 2023.
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