‘La invencion del norte’, de Bernd Brunner

RICARDO MARTÍNEZ.

Si consideramos, oportunamente, que el código simbólico de una realidad va más allá de su propia definición, habremos de convenir que el norte como punto cardinal encierra todos esos atributos simbólicos como para considerarle un elemento distintivo y definidor,

“El norte comienza donde acaba el sur (¡qué referente simbólico tan eficaz para tomar como ejemplo de lucha de contrarios, tal como se pondrá de manifiesto a lo largos de la narrativa histórica!) Pero ¿por dónde discurre la frontera y a partir de qué rasgos característicos podemos determinarla?”(p.14)

Un poco más adelante el autor, el ensayista Bernd Brunner (Barlín, 1964) transcribe un pasaje del poeta suizo Charles Bonstetten acerca de lo que creyó vislumbrar en el paisaje de la Landa de Luneburgo, cerca de Hamburgo: “…allí empieza a cambiar el aspecto del paisaje; en esas zonas de brezales vi por primera vez esos lagos que con tanta abundancia se extienden por el suelo de los países nórdicos. Esas aguas estancadas en llanuras pantanosas multiplican la triste visión del paisaje; el suelo, en cierto modo inánime, angosta el horizonte; una sensación opresiva de soledad se apodera del alma; pareciera que la tierra no fuese más que un punto oscuro que pronto se desvanecerá engullido por la niebla” Un relato, diríase, literario y emotivo antes que de un lugar físico.

El escritor Herder, creyendo vislumbrar en la antigua mitología nórdica la prehistoria de los alemanes, la raíz de una ideología germánica romántica -a pesar de que nunca había viajado más allá de Riga- escribió: “Aquí es posible ver prodigios de la creación de nuestra tierra que ningún habitante del ecuador creería, esas masas inmensas de coloridos y bellos témpanos de hielo, las magníficas auroras boreales, las prodigiosas ilusiones ópticas causadas por el aire y, en medio del gran frío depositado encima, las a menudo cálidas grietas de la tierra”

Hubo un tiempo en la antigüedad en que a los viajeros relatores de nuevas tierras y pueblos se les exigía veracidad como manifestación de credibilidad, pero la historia ha demostrado suficientemente hasta qué punto la imaginación –más si respondía a un espíritu romántico- ha elaborado nuevos paisajes desde supuestas realidades físicas.

Bajo el marchamo sicológico del peso’ de la influencia del frío, se ha escrito –en connivencia, tal como pone de manifiesto la gestación de la idea de norte a partir de la cultura germánica, tal como lo recoge preferentemente  este libro, llevó incluso a consideraciones del estilo: “¿Carecen de pasión los habitantes del Norte? ¿Son fríos y excesivamente racionales? Existe un vínculo entre su capacidad de resistencia y la crudeza de sus paisajes?”

Saluste de Bartas fue incluso un poco más allá en su definición: “El hombre del norte es bello, feo el del sur/ uno es fuerte y alto, el otro lo es menos/ aquél tiene el pelo claro y lacio, y éste negro y seco/ aquél gusta del trabajo, el otro sólo estudia/ uno es caliente y húmedo, el otro, caliente y seco/ uno se alboroza, el otro es veleidoso”

Incluso el amor, claro está –o la idea del amor- ha tenido que transitar por entre tantas consideraciones varias, diríase que muchas veces gratuitas, a fin de que el relato resulte ‘humanizado’ y, por ello, ay!, también confuso, o equívoco, o difícilmente creíble.

Bueno será, entonces, ante tanta gratuidad geográfica –que no ha cesado en el imaginario del terrícola- escuchar la voz y el pensar educado del poeta. Heine, en su Libro de las canciones declama: En el Norte se alza un pino/ solo en las desiertas cimas./ Se duerme; el hielo y la nieve/ con blanco manto lo abrigan.//Sueña con una palmera/ que muy lejos, en Oriente,/ sola calla y guarda luto/ sobre una roca ardiente”

Bajo el marchamo del punto de vista germánico del libro, al menos una hermandad poética queda refrendada a pesar de puntos tan distantes en la realidad y la imaginación; una cierta vinculación  emocional en las temperaturas. ¿La luz de lo complementario ; aunque sea propiciado por un sueño poético?

Tierra distinta, delimitada por los puntos cardinales;  tierra desigual y a la vez acogedora de todo lo humano; tierra, a la vez, tan reiteradamente agraviada, sin distinción de cuál sea el punto cardinal.

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