«La imagen sonora», de Javier Mateo Hidalgo
Por Rosa Campos Gómez.
Como una urdimbre engastada con lo que la cultura le ha ido vertiendo en su devenir, desde la que dar color, movimiento, significado, calidez y antropología al caminar cotidiano para enriquecerlo y hacerlo más consciente de lo que la vida ofrece a fin de indagar en las luces y las sombras, así se van llenando las alacenas del alma de Javier Mateo Hidalgo, doctor en Bellas Artes, profesor y escritor madrileño, autor de los poemarios El mar vertical (Ayto. de Madrid, 2019), Ataraxia (Ed. Almadenes, 2022) y La imagen sonora (Ed. Vitruvio, 2023), del libro de investigación De la llegada en tren a la salida en caravana: 126 hitos de la historia del cine (1895-2021) (NPQ, 2022), y de artículos como crítico cultural en diferentes medios.
Sentir desde el mirar y el escuchar, especialmente, es lo que nos ofrece J. Mateo Hidalgo en el poemario La imagen sonora —sobre el que van estas palabras compartidas—, libro que se inicia con una introducción, ya poética, de Luis Antonio de Villena: “Imágenes que generan otras imágenes (con buen ritmo libre) y que en esa multiplicada creación llevan de lo inconcreto a lo afortunado”.
Le sigue el “Prólogo, a modo de NO-DO”, escrito por Eugenio Rivera, en el que elabora un minucioso trabajo que evidencia el buceo de fondo por la trayectoria literaria y artística de J. Mateo, captando esa percepción sensorial hacia los diferentes estímulos que ha ido experimentando: “De igual modo, la sinestesia —procedimiento habitual del poeta para transgredir y sobrepasar los estrechos límites del propio lenguaje— aparecerá recurrente y puntualmente a la cita a lo largo de sus versos”.
La imagen sonora es un corpus estructurado en cuatro partes, como pantallas de cine poéticas e interconectadas, habitadas por ocho poemas cada una de ellas. En la primera nos sumergimos en “El museo imaginado”, título que trae a la memoria a Gaya Nuño, historiador y crítico de arte —primero en concebir un museo imaginario del arte español en el exilio—, y a Malraux y su ensayo de título homónimo, que nos inducen a entender el caudal generado por ese espacio no físico y sí tan amplio como la emoción que alumbra lo visual precise. También Javier Mateo ha querido reunir esas piezas elegidas, desde las que procura, con persuasión sigilosa, hacernos ver que el uso de la imaginación es la consigna, “es solo una sombra, / ocupa la estancia sin estar realmente en ella”, comprender que lo imperceptible contiene signos, “visitante no invitado, / observador a quien nadie mira”, multiplicar la experiencia tiene su azar, “los personajes de Cézanne, sin saberlo, / jugaron al póker con el tarot de Marsella”, consumar la aventura es saber de la magia, “y emprendió el vuelo / (…) / No fue un gran vuelo, más fue su vuelo”, e indicar la rendija por donde entra la luz que restaña es alzar la claridad, “ cuando el estudio queda a oscuras, / una tenue luz, luciérnaga desesperada, / grita en la noche”, y entonces “la sangre canta, el canto late”.
La segunda pantalla enuncia “Los restos del naufragio”, donde se re-siente lo que tuvo forma y naufragó y la memoria toca el presente. Ahí el desconcierto busca el concierto, “situado en el centro nunca estuvo tan descentrado”, emerge la agricultura como metáfora de lo cultivable en los días, causante —feliz— de que nunca durmamos en la inercia, “tierra de labranza, aperos y yugos que remueven las conciencias”, imperan el sonido y la visión sin trampas, “La armonía quedó desordenada”, tratando de descifrar lo insondable a simple vista, “por muy extraña que sea no temáis la novedad”, empaquetando esos restos que todavía dicen que allí hubo tempestad, para hacer el irremediable “cambio de etapa”.
Y así, en “Fábulas”, los vuelos del amor en conjunción surcan los espacios, “tú y yo, / pájaro enigmático”, se hace inolvidable e inextinguible la concatenación de hechos, “nada acaba cuando algo empieza”, cobra poder la voz de lo imaginado y sus pigmentos, “espuma blanca, todo lo envuelve la imagen sonora. / Los colores del blanco al negro, / sombras de oriente / vuelven el día noche”, y se sabe del pulir más allá de lo mirado, “fino grabado, conocimiento secreto / escondido allá, tras el horizonte”.
En “Purgatorio”, última parte y pantalla, los versos siguen erigiéndose sobre lo claro y lo oscuro de la vida. La copa de dulce veneno bebida a placer en el “jardín que no puede abandonarse”, el estruendo que penetra, “jaurías de ladrillos estallan contra la nada / y nadie más los escucha”, el valor de la verdad inamovible, “admiro la obstinación de los relojes, / devorando a deshoras / su avance inexorable”, la cálida geografía del tiempo en ralentí, “apoyado sobre tu ceguera / escuchas la inmovilidad, / transpirando flor de sol”, y la vida infiltrándose hasta calar, “y yo, sentado, alucinado por aquella gota, / deslumbrado por su luz, / levanté el rostro / y vi que, al fin, / ya era de día”.
La poesía brota de la sensibilidad humana, desde ahí, Javier Mateo Hidalgo, nuevamente, nos abre las puertas de su universo creativo, cimentado sobre lo sentido desde la maestría que alberga la mirada y la escucha en hondura, para introducirnos en ese caleidoscopio cognitivo tan suyo, y que, por fortuna, por el mero compromiso de querer darlo y el gusto de querer recibirlo, se puede tornar también en nuestro.
Son muchos los nombres de creadores de las diferentes disciplinas artísticas que aparecen citados en los poemas, añadiendo siembra, aportando ese tejido elástico y resistente que sostiene la curiosidad por conocernos, sabedor de que sólo con los otros somos. Las imágenes multidimensionales están servidas, también el susurro, el fragor, el ritmo, la cadencia…, aguardándonos como lectores de La imagen sonora, de donde extraemos una breve muestra más de esa mirada amorosa, con la melodía precisa: “En ti estaban contenidas / las llanuras, / los bosques, / la lluvia temprana”.
Javier Mateo Hidalgo
La imagen sonora
2023, Vitruvio, 90 páginas.