La mortalidad
Una de mis novelas favoritas de Milan Kundera es La Inmortalidad. Cualquiera diría que la ha alcanzado. Pocas son las librerías que, aprovechando su viaje a las Tierras Imperecederas, no sacan provecho. Se visten con el traje del muerto, que podría decirse. No es algo de lo que sentir pudor. Los clientes demandan («¡Se ha muerto! ¡Milan Kundera se ha muerto!»), y mientras los gusanos corroen el cuerpo y la americana se enmohece, la caja hace klink–klank cada vez que se cierra o se abre. O tal vez klank–klink.
La gran pregunta es. En dos años, ¿quién recordará a Milan Kundera? ¿Y en diez? ¿Veinte? ¿Setenta? Setenta años dan para una multitud de trajes de muertos y de efemérides. El mundo sigue girando, y todo eso. Incluso es probable que nadie lea. Un implante cerebral y el conocimiento absoluto al alcance de todo ser humano. Pavoroso.
Es probable que los negacionistas del «siempre hemos estado al borde del precipicio y este no se ha movido ni un milímetro» digan que se seguirá leyendo, que a Milan Kundera se le recordará como el autorazo que es, y todo lo que estos delicados oídos anhelan oír. Desean, para ser exactos. Pero ni siempre ha sido así ni el tiempo es una constante. Eso dejémoslo a Planck.
La mortalidad es un tema que me obsesiona. De ahí sus ramificaciones: la reencarnación, los otros mundos, o el triste telón de acero donde se acaba todo. Sin miramientos. La puerta al otro barrio es como una de esas puertas que el Correcaminos dibujaba para confundir (y dar una hostiuca) al Coyote.
La Vida, ese Gran Misterio del que no tenemos ni papa. Si no fuera así, ¿existiría el arte? Qué tristes deben estar los ciudadanos de esas hipotéticas civilizaciones hiperavanzadas que han logrado la algoritmización de la existencia.
De lo que quería hablar era de la obra de las artistas, esa riñonera que cuelga bajo las correas de la mochila vital, quizá conectada a ella para nutrirse de las experiencias. ¿No es cierto y a la vez triste que la mejor manera de evaluarla (¡tal vez la única!) sea cuando ya no estamos? ¿Cuándo se reparten los trajes del muerto y a ti, artista de cualquier rama, te toca el vestido de pino?
Esta mañana encontré en Wallapop la colección entera de La Torre Oscura, de Stephen King, por algo más de cien euros. Un dineral. Por suerte, ni fumo, ni bebo, y la cuota del gimnasio solo me sale cara cuando no voy y compenso comiendo demasiado (no puedo negar que últimamente estos dos requisitos coinciden a menudo). Soy fanático del autor, así que aproveché la oportunidad y me permití el capricho. Que para algo trabajo, como dice mi pareja. En el fondo cualquier empujoncito es bueno.
Estoy coincide con que anoche terminé Holly, su última publicación hasta la fecha, una novela negra. Es la sexta de una serie iniciada con una trilogía a la cual siguió una novela río con este personaje, una novella, y su papel protagonista: este.
Si echamos un vistazo a su bibliografía, King ha escrito numerosas novelas de terror sesudas (monstruo+costumbrismo, monstruo+conflicto personal/familiar, el monstruo eres tú), un porrón de relatos y cuentos de terror pulp, novelas cortas de temática contemporánea, narrativa contemporánea en formato novela, thrillers, fantasía, un cuento de hadas que los reúne todos, una saga de fantasía épica extensísima, su propia saga policiaca, tiene su detective icónico (puede gustar más o menos, pero lo tiene), obras de ciencia ficción.
Vamos, que lo tiene todo. Héroes adultos, ancianos, adolescentes. Masculinos, femeninos. Relato, cuenta, novella, novela, sagas. Ha trabajado con mayor o menor pericia todos los géneros. ¿Quieres que pelee en la categoría de Tolkien o Martin? La Torre Oscura. ¿Lo sacamos contra las sagas policiacas tan de moda en la actualidad (Carmen Mola o Gómez-Jurado, sin ir más lejos)? Mr. Mercedes. ¿Cuentistas exitosos? Tiene algo que decir.
Pero todo eso da igual porque es un escritor popular y escribe basura.
Una de las mayores críticas que se le hace es aburrir con extensísimos monólogos internos. La mayoría pertenecen a lo que los expertos consideran Alta Literatura, en mayúsculas. Esos expertos le achacan ser demasiado gráfico y centrado en la acción, como las novelas pobres.
Ha trabajado con todos los formatos, con todas las personas y tiempos (menos en futuro, creo, y sería muy incómodo leer una novela escrita en futuro). Pero da igual. Es basura. Como Tolkien en su momento cuando le presentaron al nobel. Una basura que aún inunda los sueños de las nuevas generaciones.
King es el epítome del escritor exitoso. Su manual está considerado uno de los mejores manuales de escritura porque combina la técnica con la esperanza: si él pudo, tú también. Apaga el televisor y trabaja. Pica, pica, pica. No hay otra.
La obra de King es extensísima. Esperemos que nos dure mucho, pero ya está mayor. El otro día leí una entrevista que le hicieron en su biblioteca y dijo que, en unos años, después de su muerte, nadie le recordaría. A lo sumo tres de sus obras de terror (El misterio de Salem’s Lot, El resplandor o It). Ni tan siquiera la que él mismo considera su obra maestra, salvo que esa serie, cuando salga, roce el éxito de Juego de Tronos.
Y, sin embargo, vemos su completísima obra desde el prisma de cincuenta años dedicados por entero a la literatura. Más de los que tengo yo. Es decir, de una vida. Y estoy convencido de que cuando llegue ese final tendrá algo incompleto entre manos y nunca podrá disfrutar de ver su riñonera completa, ordenada como una perfecta colección bajo una exigua mochila.
Lo mismo nos espera a todos.