‘Cabaret Pompeya’, de Andreu Martín
JOSÉ LUIS MUÑOZ.
Hablar de Andreu Martín es referirse a uno de los grandes novelistas actuales de la literatura española y uno de los maestros del género negro internacional. A lo largo de una carrera novelística —aunque también ha sido creador de historietas, guionista y realizador de cine— siempre ascendente y larga, que se inicia con Aprende y calla, publicada en 1979, Martín, sin apearse nunca de los fundamentos de un género en el que se siente cómodo ni abjurar de su raigambre popular —el entretener para instruir; el crimen como herramienta para explicar la sociedad, explicarnos y explicarse— ha construido una carrera de una solidez literaria indiscutible que ha deslumbrado al lector con algunas de sus novelas que no se olvidan y son referentes magistrales del negropolicial: Prótesis, Bellísimas personas, Los escupitajos de las cucarachas, Vais a decir que estoy loco…
Pocas reediciones están tan justificadas como esta de Siruela que seguro va a encontrar nuevos lectores. Cabaret Pompeya tiene tanto de novela negra como de novela histórica. A través de tres personajes entrañables, tres amigos de toda la vida, Fernando Gavanza, el Fueyito, Víctor Luys y Miguel Jinete, los tres del Pompeya, un cabaret emblemático que se convierte en su centro de reunión, Andreu Martín construye un fresco de la ciudad de Barcelona que va de la época del pistolerismo, en la que los sicarios de la patronal se enfrentaban a los anarquistas en las calles de la Ciudad Condal, a la interminable noche del franquismo pasando por la sublevación fascista, los hechos del 19 de julio, durante los que los anarquistas catalanes disfrutaron de un efímero poder, la contrarrevolución, la derrota de la República, el exilio y la Segunda Guerra Mundial de la que la guerra civil fue su aperitivo. El Paralelo era un campo de batalla, una catástrofe natural. Allí, a los fusiles y las pistolas, se sumaban un par de ametralladoras pesadas y hasta obuses. El silbido escalofriante, las explosiones demoledoras, el tableteo pesado, el tintineo de miles de casquillos rebotando en el pavimento, todo contribuía a dar una terrorífica sensación de terremoto. Había muertos tirados y olvidados en un rincón, heridos gimoteantes y heridos blasfemantes, odio sólido, órdenes ladradas, el olor tóxico de la pólvora, la borrachera de la adrenalina.
Con una arquitectura impecable, dominio del escenario y del tiempo (la novela, en un largo flash back, se inicia con la agonía del dictador, ladrón de tantas vidas y almas, las de los protagonistas entre ellas), manejo de un sinfín de personajes dibujados a conciencia —Martín mima a los secundarios, como las entrañables putas Dulce y Bombón, por ejemplo—, atento a cada detalle ambiental, por nimio que parezca, y con unos diálogos naturalistas, construye el autor de A navajazos esta historia épica de sangre, sudor y lágrimas, con efímeras victorias y largas derrotas, que tiene como epicentro la Ciudad Condal, el personaje central de la trama, la Barcelona roja y revolucionaria, la del caos con los enfrentamientos entre anarquistas y comunistas, la finalmente derrotada y que debe de hacer de tripas corazón cuando la guerra se pierde y llega el nuevo orden fascista. Vio una Barcelona triste, destrozada, vencida, violada, con edificios en ruinas por todas partes, con militares armados imponiendo su ley, y boinas rojas de falangistas, y la cara de Franco y el yugo y las flechas ensuciando las paredes.
Y en medio de esa turbulencia que sacude la ciudad, que Martín describe de forma muy visual, perfectamente cinematográfica (Cabaret Pompeya sería una excelente película, o serie) esos tres amigos tan dispares en su ideología y humanos en sus flaquezas, que corresponden a tres arquetipos, y a los que la guerra separa, hasta enfrenta. Fernando Gavanza, el Fueyito, el bandoneonista, es la viva imagen de la derrota, el superviviente de acontecimientos que le sobrepasan —cruza la frontera, malvive en la playa francesa de Argelès-sur-Mer, regresa a España y actúa para los nazis cuando Berlín está a punto de ser tomada por el ejército soviético—, paradigma de esa España golpeada por los acontecimientos, en los que no se acaba de implicar, y que resume sus silencios, ante su hijo, de forma sobrecogedora. Porque a nadie le gusta contar cómo le dieron por el culo. Porque siempre quise que tuvieras de mí una imagen íntegra y digna, y en aquel campo me quitaron la dignidad y me rompieron por dentro. Allí, el miedo me volvió lameculos de quienes me aporreaban, acepté que quien tiene la fuerza tiene la razón, les entregué toda mi honestidad y mis principios.
Víctor Luys, por el contrario, es el revolucionario convencido, el anarquista puro, el luchador obrero que no acepta la derrota, se reconvierte en resistente y purga veinte años de cárcel tras salvar su vida in extremis. Y por último está Miguel Jinete, el más turbio de todos ellos, auténtico personaje de novela negra, el quintacolumnista que se convierte en martillo de anarquistas cazándolos a sangre y fuego tras infiltrarse en sus filas, el tipo sin principios que pronto ficha por el bando de los vencedores con sus credenciales de torturador y asesino, y llega a cargo policial con el franquismo, pero no olvida a sus amigos a pesar de las insalvables diferencias ideológicas y éticas y del tiempo pasado. El convento de San Elías resultaba un decorado perfecto para la tortura y las ejecuciones. Los sótanos eran auténticas mazmorras medievales, que combinaban con los grilletes, los látigos, las tenazas, los machetes, la sangre, los gritos del reo y las risotadas de los verdugos.
Cabaret Pompeya es, en mi opinión, la novela más ambiciosa de Andreu Martín. Y se nota, porque es evidente, que el autor se implica en ella emocionalmente, que no es ajeno a nada de lo que narra porque se lo contaron familiares y amigos que vivieron los acontecimientos que ilustra. Con todos esos recuerdos, con todas esas historias de sobremesa y que un Andreu Martín niño escuchaba a los suyos, sumado a una ingente labor de documentación para reconstruir esa Barcelona que ya no existe, compone este mosaico vivo que late con vida propia.
Dice el autor, que un amigo, en una feria de Frankfurt le pidió que escribiera la gran novela negra sobre Barcelona, pero Martín ha ido mucho más lejos y ha escrito, sin duda, la gran novela sobre Barcelona. Vivimos por inercia, porque no pensamos, porque nos da mucha pereza morir y nos acostumbramos a vivir entre maldad y mezquindad y miseria y egoísmo y estupidez a base de convencernos de que, de vez en cuando, lo pasamos bien. Pues eso, y muchas cosas más, es Cabaret Pompeya: una forma de pasárselo bien paseando por más de cincuenta años de historia de una ciudad viva que dio mucho que hablar y fue el epicentro de sucesos extraordinarios que Martín recoge y graba en nuestra memoria a golpes de buena literatura. No dejen de leerla o de releerla.