‘Rumbo al mar blanco’, de Malcolm Lowry
JOSÉ LUIS MUÑOZ.
Malcolm Lowry (New Brighton, 1909-Chalvington whit Ripe, 1957), con una muy corta obra publicada a sus espaldas y una vida azarosa marcada por el alcoholismo y el peregrinaje de un lugar a otro que hizo del viaje una huida hasta su muerte por coma etílico o suicidio (nunca se aclarará), es un escritor maldito y uno de los autores capitales del siglo XX gracias a Bajo el volcán, novela icónica que tiene un peso considerable en la historia de la literatura. Rumbo al Mar Blanco, que llega a los lectores por una verdadera carambola del destino, completa la visión desencantada del mundo de este autor clave.
La historia de la publicación de Rumbo al Mar Blanco tiene ribetes de novela de misterio que a su vez podría novelarse. La que es considerada obra póstuma de Malcolm Lowry no la vio el autor publicada en vida, es más, la dio por perdida cuando un incendio pavoroso redujo a cenizas su cabaña y el manuscrito de esa novela en la que llevaba trabajando durante más de trece años. Rumbo al Mar Blanco iba a ser su obra más ambiciosa, una especie de colofón a su particular Divina Comedia —Levantó la mirada y con su ojo interior vio cuerpos cayendo al interior del volcán, y luego, por todas partes, cuerpos cayendo en combate y estallando en llamas— cuya primera parte era Bajo el volcán, un viaje literario interminable desde el infierno volcánico al paraíso del mar helado lleno de referencias a la obra de Herman Melville Moby Dick, la ballena blanca —Mañana hablaremos, cuando la ballena blanca yazga aquí, atada por la cabeza y la cola—. Malcolm Lowry murió con la certeza de que ese manuscrito que iba a formar parte de una magna trilogía se había perdido para siempre, pero no fue así. Una copia apareció en varias décadas después en la casa neoyorquina de su suegra y gracias a eso podemos tenerla.
Ningún texto de Malcolm Lowry es fácil. Rumbo al mar Blanco tampoco lo es, decididamente, entre otras cosas porque está inacabado y porque no está pulido por el autor, pero a pesar de ello, y de que el hilo narrativo se pierde en infinidad de vericuetos en aras de un caos quizá buscado, la novela fascina por la prodigiosa belleza de su prosa y las formidables imágenes que suscitan sus frases: Enfrente, en Flint, sobre el fondo de las montañas galesas, los hornos de Mostyn descargaban latigazos de rojo contra la negrura.
A través del marinero noruego Sigbjørn, un vagabundo de los mares que es un alter ego del propio Malcolm Lowry, el lector hace un viaje interior al mundo de la literatura, indaga en el concepto del doble, la revolución social y el amor imposible: Mirando a Birgit tiene la certeza de que llegará a conocerla más a fondo y plenamente que a nadie que haya conocido antes. Sabe también que amarla puede traerle sufrimiento y traición, que podría ser una pesadilla, pero es que es inexorable. Sigbjørn, omnipresente en las más de 400 páginas que se conservan del texto original del autor de Bajo el volcán, ve con fatalismo su vida como algo ya escrito: Descubrir que tu libro ya lo ha escrito mejor otra persona es una experiencia siniestra incluso para quien carece de talento. Y el mar como una metáfora de huida que nunca acaba de alcanzar: El vagabundo solitario surcaba ya mares de acerba frialdad. Cabeceaba lenta y pesadamente en el largo oleaje. Oculta la puesta del sol tras jirones de nubes, era un mundo de semioscuridad.
La novela huye de la acción estricta para centrarse en la reflexión. Desde la noche de los tiempos, millones de hombres como ellos habían recorrido gesticulando las estrechas calles de Cambridge. ¿Adónde iban? ¿De dónde venían? Para estas almas, por instruidas que fueran, era como si nunca hubiera existido la serena hermandad de los filósofos. Su protagonista es un escritor en ciernes inseguro y frágil poco convencido de su valía literaria: Hace tres años deseaba encontrarme a mí mismo, ahora deseo perderle. Entonces quería descubrir mi sitio en la tierra, convencido de que era el de escritor: ahora sé que jamás encontraré realidad verdadera o permanencia alguna en mi universo (o multiverso) personal.
Deslumbra Malcolm Lowry con la belleza y la fuerza de una prosa extraordinariamente descriptiva, tanto de ambientes —Allí todo estaba desierto y desolado, las chalanas recogidas en los cobertizos, y la corriente remolona, tapizada por una abundante capa de hojas caídas a la luz doliente de las farolas de gas. Se apoyaron en la barandilla, mirando en silencio el agua apagada y sigilosa, pero no tan muda de emoción que no llegara a devolverles desde las profundidades infinitas que se abrían a sus pies el titilar del reflejo del terror encapuchado que eran sus propias figuras— como de personajes —El desconocido era alto, barbado y de una tez rubicunda, térrea, en la que los ojos despedían un brillo extraño como dos flores azules. Una cicatriz a modo de zurcido la atravesaba un lado de la cara, de la sien a la barbilla— o por sus sorprendentes y brillantes metáforas: La muerte era un patinador oscuro lanzando a tumba abierta colina abajo.
Prima el nihilismo en el texto, amargo, desencantado con el devenir de la sociedad, a la que no ve solución posible que no pase por una alteración violenta del orden de las cosas —Sin debacle, la revolución es imposible. Yo hago una debacle del yo— y concreta su posición política, a la izquierda, en una Europa sacudida por los fascismos: En España había una revolución. En Italia, rumores de guerra. En todas partes, sombríos rumores de guerra, revolución, desastres, cambio. En todas partes, debacles. Y en algún sitio, gente que se manifestaba. Algunos desfilaban hacia la muerte, otros hacia una vida nueva. El marino noruego protagonista, el escritor frustrado que hace ese viaje iniciático hacia el mar Blanco, es un tipo comprometido con la sociedad, un radical: Sigbjørn, que cree en el comunismo, cree también que el alma emprende su viaje en la vida buscando a Dios. Pero Erikson no cree en nada salvo en que el hombre es indeciblemente vil. Ha abrigado todas las creencias y todas las ha desechado.
La sombra de Herman Melville es muy alargada, por supuesto, en la novela póstuma e inacabada de Malcolm Lowry que puede leerse como un homenaje del escritor británico al norteamericano —Sigbjørn murmuró algo muy parecido a una plegaria. ¿Hacia dónde irías, Melville, si vivieras? — pero también de Joseph Conrad, ya que siendo aún muy joven viajó como marinero al Lejano Oriente, donde permaneció varios meses, y tuvo una vida errante que lo llevó a Londres, Nueva York, México, Canadá e Italia. Kullen como un cabo de nieve adentrándose en el mar, las islas ahora islas de nieve; y en los intersticios de toda esa costa sepultada, el mar, abierto y negro, centellante de escarcha.
Rumbo al mar blanco es una lección es escritura, uno de esos libros que le animan a uno a seguir en este oficio maravilloso de contar historias, un ejercicio estilístico de primer orden que seduce en su laberíntico caos, una obra incompleta pero inestimable para apreciar el genio de un escritor magistral y único.