“La maleza”, Romina Berenice Canet

LA PALABRA SUBVERSIVA, por María José Muñoz Spínola.

«como el sonido de la tierra sobre el papel
el despertar nostálgico del cuerpo»
Lila Biscia

 

El lingüista e investigador francés de origen lituano, A. J. Greimas (1917-1992), fundador de la semiótica estructural, señala en “La semántica estructural” que nos asombramos ingenuamente cuando nos ponemos a reflexionar acerca de la situación del hombre que, desde la mañana a la noche y desde el período prenatal hasta la muerte, se ve literalmente asaltado por las significaciones que le solicitan por doquier y por los mensajes que le alcanzan en todo momento y bajo cualquier forma (1). La significación, entendida como idea, imagen o concepto que evoca cualquier signo o fenómeno interpretable se refiere, en primer lugar, a su carácter omnipresente y multiforme asociado a un lugar y, por tanto, el sentido a algo, aunque está en el centro de la experiencia personal y subjetiva, nunca está aislado del todo al responder siempre a un contexto social, a una construcción cultural determinada.

El pasado 18 de mayo la ciudad de Moguer (Huelva, España) entregó el XLIII Premio Iberoamericano de poesía Juan Ramón Jiménez a la argentina Romina Berenice Canet (Río Ceballos, Córdoba, 1977). La poeta, graduada en Bellas Artes por la Escuela de Artes Visuales Antonio Berni de Buenos Aires, estudió teatro, música, técnica mural y trapecio en la Escuela de Circo de Bristol (Inglaterra), ciudad en la que vive desde 2010, es autora de Resabio de las fiestas (Ediciones La Guillotina, 2004) —que incluye doce litografías suyas— y del premiado libro La maleza (Bartleby, 2023) en el que la artista, al buscar una resignificación del lenguaje para traducir las texturas de América del Sur —objetivo común en el conjunto de su creación artística—, nos ofrece una obra poderosa y firme, vegetal, metafórica, donde conviven el compromiso con la vida y la experimentación y el riesgo, en términos lingüísticos, como exploración de la condición humana (2).

La creación poética se desarrolla en un cuerpo único y está precedida por la ilustración de un simbólico (auto)retrato, la breve definición académica de la «Maleza: abundancia de malas hierbas en los sembrados» y un poema, en el que la literata nos muestra el paisaje que exploraremos: «YO NACí en un lugar donde la maleza era la virtud del paisaje. Fue de grande que se me generó confusión con respecto a la poda». Del latín malitia, malus, la maleza es cohipónimo de mala hierba. Arvenses, ruderales y nitrófilas —es decir, que se desarrollan en ambientes humanizados y perturbados— son, en la mayoría de las ocasiones, especies endémicas muy adaptadas al medio que crecen de forma natural donde los seres humanos desean que crezca otra “cosa”.

La conciencia crece en el mundo en diversos escenarios y el escenario de la escritora le obliga a plantearse el sentido de su existencia y de su deseo de sobrevivir al tratar de encajar en un mundo desencajado sin otra arma que la comprensión de su propia experiencia acuciada por la presión que el lugar ejerce en tomo a ella: «El afuera aúlla / en violines desaforados». Es por ello que, aunque salvadas por innecesarias la traslación lingüística y temporal, la lectura exige al lector realizar el desplazamiento geográfico y sociocultural para comprender que La maleza, al retratar el tiempo horizontal de un lugar, es una forma de ver el mundo cuando la utilidad marginal de la adaptación hedónica ya no es posible: «Me consuela que vivas camino hacia la muerte / e imaginarla próxima y violenta».

Libre de anécdota narrada o pensamiento argumentado la autora afronta de esta suerte un proceso de deconstrucción del Ser y las imágenes canónicas asociadas tradicionalmente a la feminidad («en la imaginación estamos escritas / dibujadas»), donde el debate conciencial poético confronta la búsqueda de la identidad como definición propia frente a los dictados ajenos que, por históricos, vienen culturalmente impuestos: «la traducen a un idioma / que ella misma / no comprende». En su poesía materia y forma esencial del lenguaje se aúnan y en la fuerza poética del tiempo vertical bachelardiano, el poema, la palabra sublima al lector a través de un recorrido por los pasajes vividos donde el yo poético se adentra en la tierra trabajada y violentada en su paisaje: «Existo solo en mi imaginación. / Soy la del bozal». Berenice, en la brevedad de esta obra, busca saldar las deudas más sencillas y acaso más profundas, aquellas que preservan la primera patria («Por un minuto tuve nueve años. A fin de conservar la luz fue que asfixié a las libélulas en mis manos»), la voz de la madre y la infancia («Con sus huesos / haré collares / para mi infancia»).

   La maleza refleja la densidad del pensamiento que va animando la confesión de la poeta ante la experiencia del Ser que, más allá de sí misma y de la emoción, capta la esencia del lenguaje con su crisopeya. Su estilo, escueto y eficaz, nos acerca a la turbación de la protagonista («Tiemblo / al suponer lo que ignoro»), su agonía («Insistir en recuperar tinieblas / es la cobardía del vidente») y su proximidad a la experiencia de la opresión («Hoy salta la soga / que algún día la ahorcará») en una intimidad que origina una reflexión introspectiva sin ninguna sentimentalidad («Las hienas se precipitan / al inconsciente fascinadas»), exacerbada en un metanivel entre los sueños y la poesía («si no habla para no abrir la boca / que sueñe para que parezca que sueña»), a fin de comprender la fenomenología de la imaginación creadora «a la hora en que imaginar / es el único escándalo posible» para destilar la propia materia, cuerpo y espíritu: «Oscurezco el camino con mi luz». Un trabajo etiológico de la raigambre y expresión de la tensión entre lo temporal y lo eterno para descubrir los referentes de los símbolos y las imágenes: «Todo ese pastizal frondoso y lleno de yuyos esencialmente malignos, que cobijaba a los bichos más siniestros, toda esa gran ferocidad, es la que se supone que debemos cortar para que una flor se haga felizmente de su espacio luminoso».

La creadora rioceballense no escribe porque sepa lo que va a decir sino para averiguarlo («Que no recuerdo la pregunta / que nací para hacerles»). Una escritura de la incertidumbre («No crean / que yo tenia los planos / de lo que construía») con la inseguridad como un principio creativo («Una mujer ríe y me acerca un ladrillo. / Piensa que tengo la habilidad de construir») pues, así como la semilla no puede crecer sin agua ni sol, tampoco se puede hacer filosofía, teoría, crítica o, de hecho, vivir, sin comprometerse uno mismo con las imágenes que la vida ofrece; sin una exploración “subjetiva” que permita el desarrollo de las propiedades “objetivas” de lo que se investiga (3). Al interrogar al pensamiento y a las operaciones de lenguaje desde la conciencia —pues «El silencio hace de la fragilidad algo más obvio»— articula en sus poemas las diferentes influencias de su pensamiento a partir de la deriva cultural en la que se ha construido («este regimiento de desconciertos / que me invita a redefinirlo todo») y, al convertirlas en conceptos recurrentes bajo los que reelaborar su concepción de la realidad, la unidad de sentido a priori, significante natural, se traspone a distintos órdenes sensoriales («Conservaría tus olores / si se quedaran en silencio»), y la palabra, como la semilla al dejar de permanecer impotente en lo perfecto de su posibilidad, explora otra posibilidad en la metáfora viva que conduce del no-ser (semilla) al ser (flor). Una utopía inscripta en metáforas para la configuración de valores éticos ya que, a través de un lenguaje comprensivo y sus procesos metafóricos, el lector participa de un mundo utópico en proyección. El germen de su poesía, al buscar la razón de su existir con un metalenguaje descriptivo, traslativo y metodológico, pero también epistemológico al posicionarse respecto de la forma de construir el sentido («Ya no participo de la música, pero no dejo de escucharla»), contiene el nacimiento del nuevo ser bachelardiano que se despliega sobre otro mundo para arrojar nueva luz sobre el anterior. El discurso poético recupera así la autoridad ética de la literatura en el subtexto que subyace, tan en desuso en la actualidad literaria, con una poesía de coherencia interna continua, implacable, exigente e incómoda sin reposo incluso para el lector que presencia, entre atónito y deslumbrado, la belleza del cruel y sincero (auto)linchamiento («Mutilarme / y que nadie encuentre ninguna de mis partes»), donde la imagen es disolución de sí misma y autoextinción («No sabe ya cómo pedir / que dejen de resucitarla»). La autora sabe que habitar plenamente un lugar es una invitación a ocupar la propia mirada, a entenderla y poseerla, pese a toda su dificultad y complejidad, de forma tan consciente como sea posible («No hay ninguna línea recta en tu geografía, / salvo la que conduce fuera de tu mapa»), como atributo de quien articula con las palabras precisas la rebeldía ante lo impuesto, porque nadie puede salir de la esclavitud social ni individual si no sabe con claridad lo que lo ata: «Saber dónde cortar. / Y que sepas qué se siente / para cuando puedas elegir cómo y cuándo». Su discurso mental cautiva y sorprende, estimula a reflexionar y a repetir al ritmo de una salmodia los poemas. Cada verso de La maleza tiene la extraña virtud de impelir pasar al próximo y, al mismo tiempo, de hacer que uno desee demorarse en sus inflexiones lingüísticas:

«Este laberinto
es tan cruel
que en todas partes
hay salidas»

   Escrita con las inflexiones y matices de una geografía ancha que es leal a aquella pluralidad del exilio en la que habitara Juan Ramón Jiménez (2), sin búsquedas llamativas, como si lo expresado fuera trivial en su cercana extrañeza de sí misma y de un mundo que, pese a su tremendo desorden habitual, todavía se molesta de vez en cuando en poner en orden algún detalle: «La maravilla acecha / con consecuencias».

Romina Berenice, como Eugenia Straccali (La Plata, 1970), Lila biscia (Buenos Aires, 1976), María Sol Pastorino (Córdoba, 1979) o Tamara Rutinelli (Punta Alta, 1982), pertenece a una generación de poetas argentinas de marcada construcción irreverente que en su intento de convertir la lengua en pureza, aunque sea devastada, asumen que como fenómeno existencial la poesía es una forma de liberación y de salvación: «reconstruida por manos torpes. / Pero cierta. Es su única defensa». Una alegación del conocimiento objetivo de las causas más radicales con el mayor grado posible de certeza filosófica, formal y positiva en el que más allá de la innegable belleza del uso del lenguaje el significado del texto conmueve y remueve la conciencia en la comprensión de este en su contexto: «Entonces amigos, / digamos que pongo a explotar una palabra sobre la mesa / y nadie deja de comer». La tierra de sus versos, árida, dura y poco complacientes pero certeros, la convierten en una de las voces críticas que desnudan el alma de una realidad que asfixia entre la simbología de una escritura que lacera al no tener contemplaciones con nada ni nadie («Sos el que arrastra a mis bestias de la lengua. / El que denigra la castidad de las libélulas») mientras el paisaje telúrico no termina de asimilarse («El placer / de la mano en el arroz: / es posible desarmarlo en notas»).

 La poesía de Berenice enfatiza en la potencialidad que tiene el lenguaje como proceso vivo de creación, pensamiento musical y logos viviente («Yo no pido comprender el idioma del que me habla. / Solo intento que el sonido tenga / por lo menos algún ritmo») para llegar al punto nodal que posibilita la transformación a una nueva naturaleza humana musical aristotélica que exige, tal y como finaliza el libro fuera del cuerpo poético, «Podar: cortar las ramas superfluas de los árboles, vidas y otras plantas para que broten con más vigor o adquieran una forma determinada».

Con la palabra subversiva Romina Berenice Canet en La maleza desafía las reglas culturales impuestas, conocidas, pero no cuestionadas, al menos no lo suficiente, para acometer la revolución del pensamiento para una resignificación de la historia que, necesaria, precede a toda renovación cultural y humana para encontrar una nueva sombra en el lugar.

«Ordenaditas
una al lado de la otra
las palabras quieren
decir algo.

Las separo»

 ****

 

(1) “La semántica estructural”. A. J. Greimas. Editorial Gredos, Madrid, 1971 (p. 12).

(2) “La maleza”. Romina Berenice Canet. Editorial Bartleby, 2023. Sinopsis.

(3) “Notas sobre la imagen en Gastón Bachelard”. Rossana Cassigoli, Adriana Yáñez Vilalta y Jean-Jacques Wunenburger. Edición para UNAM / CRIM de Blanca Solares, 2009 (pp. 111-112).

One thought on ““La maleza”, Romina Berenice Canet

  • el 16 noviembre, 2023 a las 2:25 am
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    Sinceramente Sinceramente excelente sería decir poco
    Yo que tropecé sin querer en esta biografía con todo el lujo de detalles ya que yo solo soy un aprendiz de la escritura
    Escribo porque me sale del alma que sin saber del final camino a galope entre el alma y el corazón

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