Nando López publica «Las durmientes»: novela juvenil en busca de la complicidad de los adultos
Horacio Otheguy Riveira.
Imprescindible la unión de los más jóvenes con los adultos más cercanos: plan para conciliar divergencias «orgánicas», y así evitar el permanente acoso y derribo de quienes detentan el poder social frente a los principiantes… Ante la complejidad de ambos mundos, injustamente contrapuestos casi siempre, el profesor de Lengua y Literatura Nando López ya lleva escritas más de 40 obras, entre narrativa y teatro, intenso activista por la justa liberación de etiquetas, muy bien recibido por los estudiantes, que le agradecen su implicación, su solidaridad en su afán por comprender las circunstancias sociales de sus comportamientos.
Los lectores y lectoras de las novelas juveniles pueden ir de los 14 a 18 años: un ámbito aproximado, en el que lo que de verdad importa (como solía decir la gran Montserrat del Amo [1927-2015]) «… es que los autores dominen el arte de seducir a quien se entrometa en sus páginas, de manera que sus personajes y situaciones vitales hagan imprescindible estar allí, se tenga la edad que se tenga…».
Y en este arte, Nando López ejerce un magisterio tan amplio que se permite exhibir conflictos propios de las edades mencionadas (en este caso, las víctimas son chicas de 16 y 17 años) y las de veinteañeros que las acosan o las ayudan, como el protagonista de esta obra, Gael, el becario periodista de 23 años, eje de una trama bien nutrida de historias paralelas y variopintos personajes.
Todo fluye a partir de Chloe, 16 años, fotografiada desnuda sin su consentimiento…
«Tras un primer plano del rostro, la cámara se desliza morosa a lo largo del cuerpo desnudo de la joven.
En los dos minutos y treinta y seis segundos que dura el vídeo, el objetivo apenas varía su proximidad y se sitúa siempre a una distancia similar, sin que nada ni nadie interfiera en la grabación.
Tampoco hay contacto entre el autor de las imágenes y su víctima, que permanece inconsciente, ajena a los planos que protagonizan sus labios, sus piernas, su cintura y sus pechos.
El cuerpo llena una pantalla muda, con un fondo neutro, sin sonidos que acompañen las imágenes en las que la cámara se recrea con movimientos que parecen simular la actividad sexual perpetrada por una silueta invisible sobre la chica que está siendo grabada.
Gael tiene que apartar la mirada en más de una ocasión antes de que finalice el vídeo. Su breve metraje es más que suficiente para repugnarlo con la sordidez de su contenido y, si no lo detiene, es solo porque Ricardo, el redactor jefe de su periódico, se encuentra junto a él.
[…] Gael supo que acabaría subido a ese tren en el mismo momento en que recibieron el teletipo de la denuncia. Pese a que no tiene muy claro si su jefe confía en él y en su trabajo, intuyó e el hecho de compartir origen con la víctima de la grabación sería motivo suficiente para enviarlo de vuelta al mismo pueblo del que se había apresurado a huir en cuanto cumplió los dieciocho…».
Lo más interesante se desarrolla paso a paso, ya que a medida que avanza la investigación policiaco-periodística, se desvela un submundo con nuevas víctimas y vídeos donde está muy presente la violencia sexual:
«… A pesar de que Belén le ha advertido de lo que contiene el archivo que acaba de enviarle, solo es capaz de soportar cincuenta segundos del primero de los vídeos. Detiene la reproducción y se pregunta cuánto tardará en llegar la noticia a oídos de Chloe. De Damaris. De Becca. De Edén. Incluso duda si debería ser él quien se lo cuente antes de que medios como el suyo hagan saltar la alarma.
Por desgracia, no cree que a ninguna de ellas le sorprenda saber que sus vídeos han acabado en una web porno, pero lo que no imaginan es que aparecen también en alojamientos virtuales mucho más oscuros, junto a más escenas de violaciones y agresiones sexuales en las que resulta evidente que no se trata de una dramatización, sino de ataques reales en los que jamás se identifica a los agresores y que parecen grabados en el mismo espacio aséptico que los ataques a las durmientes».
Entre otros aciertos de la novela, destaca el pulso narrativo que alterna con la trascripción de mensajes por WhatsApp, de tal modo que el conjunto de tramas y subtramas —con buen ritmo de intriga— aportan un fresco social de mucha actualidad.
Sensación inmediata para lectores de ambos sexos: los acontecimientos se viven en presente, provocando un potente interés en el fluir de la acción y sus variados personajes.
En formato thriller, convierte en protagonistas a Chloe, una chica que es drogada y grabada en vídeo antes de ser abandonada desnuda en un descampado; y a Gael, un joven periodista que tiene que volver al pueblo del que huyó porque no aceptaban su diferencia, para investigar el caso.
EXTRACTO DE LA ENTREVISTA PUBLICADA EN «LOS 40» EL 16-10-2023
[…] Yo siempre pienso que la literatura juvenil tiene que ser una literatura que aborde temas importantes y, a ser posible, que inviten al diálogo, la reflexión y, en este caso, para mí era muy importante hablar de este problema que es algo terrible que la cultura de la violación siga tan arraigada en nuestra sociedad. Hablar de la necesidad de tener una cultura del consentimiento, hablar de la violencia sexual, no sólo del lado físico sino también desde el juicio posterior. La revictimización, la mirada culpabilizadora, cómo las víctimas, son dos veces víctimas, por la agresión física y la agresión social que sufren posteriormente y todo eso tiene que ver con una violencia sistémica, estructural, ese machismo sistémico que no hemos erradicado. […]