Entrevista a Olvido Andújar por «Érase que se es»
Por Jesús Cárdenas.
Una de las premisas del género poético es que no necesita que se entienda todo. Es más: los poetas exploran el lenguaje hasta dejar un sistema de comunicación cuyo cómplice sea el lector, un lector que se halle entre versos. El lenguaje poético evoca, deja imágenes, sugerencias y ventanas abiertas. Barthes afirmaba que era incapaz de explicar por qué le gustaba Schumann. Érase que se es invita a los lectores a dejarse llevar por el misterio, a perderse si lo desean y a no juzgar el deleite lector. Un discurso poético concebido como una experiencia estética intrínseca como un gran ojo por donde se nos descubre la realidad alumbrada. Hablamos con su autora, Olvido Andújar, sobre su último libro de poemas.
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En Érase que se es, desde el propio título, nos invitas a dejarnos llevar por un mundo de ficción, los cuentos, y por derecho, a las mujeres. ¿Componen ambas dedicatorias todo el significado del libro, o a partir de la ficción y de la identidad femenina nos conduce a otros significados?
Todo lo que planteas es cierto. En las dos dedicatorias del libro vive, si no el significado, sí la razón de ser del libro.
A todas las personas que cuentan cuentos. Gracias por mantener con vida a las brujas y a los dragones.
A todas las mujeres de mi vida. Gracias por mantenerme siempre a salvo de los monstruos.
Yo encontré en los cuentos las explicaciones a aquello que no entendía. Fueron mi primer manual de filosofía de supervivencia y siguen siendo mi remedio de cabecera.
Así que con el título del poemario quería traer a nuestro presente –el es– el mundo del pasado remoto de esos cuentos que nos contaron nuestros abuelos –el érase–. De alguna forma reivindico la sabiduría ancestral para explicar los problemas que nos sacuden hoy. Hace tres mil años ya se narraban cuentos para explicar algunos de los temores que nos siguen desvelando. Quizá el monstruo tuviera otro nombre y otro rostro, pero seguía agazapado bajo la cama buscando el desvelo. Esos cuentos que se contaban buscaban –creo– apaciguar la intranquilidad, explicar lo incomprensible. No están tan alejadas la filosofía, los cuentos y hasta las religiones… Todas ellas buscan sanar el alma a través del discurso.
Los discursos líricos de raigambre narrativa (cuentos y fábulas en verso) que conforman los tres capítulos o secciones de Érase que se es se abren con un tríptico de haikus. ¿Podría entenderse que lo contemplativo y lo sorprendente configuran tu poética?
No sé si mi poética, pero sí mi actitud ante el mundo. Trato de cultivar y alimentar la mirada infantil, esa que se sorprendía ante todo y jugaba con cualquier cosa, desde la morfología de las palabras a la magia de los números. Los haikus tienen ese potencial de sorprender desde una brevedad extrema, de clavar un aguijón certero en un instante. Los poemas que vienen tras los haikus no son especialmente breves, en ocasiones son incluso extensos, pero consideré que lo que definía o unía a los poemas de cada sección sí podía recogerse en una sola imagen que cabía en la “brevedad” de un haiku.
Entendidos los poemas como espejos que esconden una realidad en ocasiones placentera y en otras dolorosa, ¿qué parte es la que mejor se refleja en este último libro?
Como Benedetti, creo que hay que defender la alegría como una trinchera. Claro que vivimos en una realidad cuyo sufrimiento es asfixiante y claro que hay un interés por parte de los poderes fácticos de instalarnos el ánimo en ese sufrimiento. Pero atrincherarnos en el placer y la alegría es la única forma posible de seguir adelante. Y aunque el poemario es una denuncia y un espejo, en clave cuentística, de algunos de nuestros peores males, empieza y termina con algunos de nuestros mejores gozos. El libro se cierra con una llamada a la alegría como trinchera, aunque con el sonido del aullido de los lobos.
En “Un fémur fracturado”, el primero de los poemas, puede leerse, apoyándose en la historia, “El momento cumbre de la civilización / fue el tropiezo de una criatura”. ¿Acaso es una respuesta a la pregunta de dónde venimos y la antesala a dónde vamos?
Ese poema trata, sobre todo, de la importancia de los cuidados. De cómo la gente que cuidaba de otra gente construyó una comunidad, un pueblo, una comuna en la que pudimos sembrar los cimientos de la civilización. Sostengo que venimos, incuestionablemente, de esos cuidados. Sin ellos no habríamos sobrevivido como especie y sin ellos no sobreviviremos a ningún futuro. Mucho menos si nos viene con aires de colapso distópico, postneoliberal y climático.
Leemos “les taparán la boca para no oír sus súplicas / en la misma entonación / y con la misma melodía / con las que bailaron felices / mientras construían su imperio” (en “De hormigas y cigarras”), y me pregunto si podrían ser representaciones de muchos de los males que la sociedad sigue lastrando hoy día. ¿Es tan sucio el mundo en que sobrevivimos?
Ese poema en concreto nace de la decepción ante una sociedad –o una parte de ella– profundamente egoísta y narcisista que desprecia el trabajo artístico, cultural y académico. Esas tres ramas son las que definen mi profesión. Soy profesora universitaria, soy poeta y escritora, pertenezco a colectivos que trabajan por la visibilización de mujeres poetas (Sororidades y Genialogías) y publico trabajos de investigación y divulgativos sobre educación, poesía, feminismo… Yo soy una afortunada dentro del sistema. Trabajo en una universidad pública y tengo una nómina todos los meses. Pero no ha sido fácil llegar a este punto. He coincidido en el camino con personas que no lo han conseguido. Remedios Zafra lo explica de una manera brillante en El entusiasmo (Anagrama, 2017). El trabajo “creativo” se ha precarizado hasta tal punto que resulta profundamente insultante e indecente. Este poema del que hablas recoge lo que he visto muchas veces. Se aplaude a cantantes, a poetas, a artistas…, pero cuesta reconocer el valor de su trabajo. Se nos pide que recitemos o toquemos “gratis” sin ningún tipo de pudor, cuando no se les pediría lo mismo a un arquitecto, a un banquero o a un fontanero.
En clave de jazz fue tu anterior libro, publicado también por Lastura, se entrelazaban sones en un paisaje desolador. ¿Continua el último libro esa misma senda trazada, o se aparta de ella?
En clave de jazz era el testimonio de un duelo. Una mujer ha perdido al amor de su vida y trata de volver a juntar las piezas para recomponerse mientras suenan una serie de canciones con las que comparte dolores y alegrías. Creo que este segundo poemario es más humanista y ese primer poemario era más individual, aunque la poesía nunca es individual y se convierte en colectiva cuando se publica. A partir de ese momento, como los cuentos tradicionales, pasa a ser parte de la colectividad, que la hace suya y la interpreta a su modo.
Como dice “Pulgarcita” en un verso “Escribe por si un día olvidas las palabras”, ¿escribe Olvido Andújar contra el olvido?
Escribo porque no sé no hacerlo. Ordeno mi pensamiento con la escritura. Comprendo el mundo y me comprendo a mí misma a través de nombrar y escribir. Pero no solo, también me divierto muchísimo. El lenguaje y la escritura son los mejores juegos posibles y, además, son gratis. Jugar a adivinar etimologías, crear palíndromos imposibles, extraer rimas de lo absurdo…, hace que me encante pasar tiempo conmigo misma.
Se detecta en versos como estos “Ya nos hemos aclimatado a este frío, / que deja la ausencia de todas las mujeres / que nunca protagonizaron un cuento de hadas” un claro signo de concienciación feminista, de lucha social, en clave irónica. ¿Piensas que la sociedad está preparada para ello?
Creo que la lucha feminista es la lucha social que pondrá en jaque, que está poniendo en jaque, al neoliberalismo. Las sociedades siempre han estado preparadas para las revoluciones, son quienes ostentan el poder quienes ni estaban preparados ni querían estarlo. Pero solo el pueblo salva al pueblo y solo podrá salvarse un pueblo feminista.
En el poema que inicia el último capítulo se nombra que las palabras son insuficientes y necesitamos de hechos, y de ahí que escapen del poema. ¿Sólo cabe la verdad y nada más que la verdad en un poema?
Sin lugar a dudas. Un poema solo puede ser verdad y honestidad. Si no es honesto, no es un poema. Será un producto, un artefacto o una excusa para cualquier otra cosa que tenga la “forma” o “apariencia”, pero no será un poema. Cuando nos alejemos de ellos, bien en tiempo o en espacio, nos daremos cuenta de qué era poema y qué mentira.
Por último, si tuvieses que elegir dos o tres poemas con los que los lectores identificasen las imágenes de este Érase que se es, ¿cuáles elegirías?
Siempre es difícil elegir solo unos pocos poemas de un libro, porque todos son piezas que construyen juntas el hogar que es el poemario y es difícil entender la obra completa si se despieza. Elegiré uno de cada parte: “Un fémur fracturado”, “Caperucitas” y “Seguirán estando buenas las croquetas”.
UN FÉMUR FRACTURADO
No fueron las pirámides de Egipto,
ni las cariátides de Atenas.
Tampoco el relato en cuneiforme
de Gilgamesh y su amigo Enkidu.
Nuestro momento más brillante
no estuvo en la rueda o la palanca.
No se lo debemos al fuego,
ni a la cerámica, ni al bronce.
No fue darnos cuenta de la harina,
del vino o de las nueces.
No estuvo en manipular el hierro
hasta obtener un arma puntiaguda,
ni un hacha para cortar árboles
ola cabeza de un venado.
Tampoco acuñar ningún tipo de moneda,
jerarquizar el género o inventar los dioses.
El momento cumbre de la civilización
fue el tropiezo de una criatura.
A saber qué estaría haciendo,
cuando cayó contra unas rocas
y sintió el mordisco de una bestia.
Ya había pasado otras veces.
Y todas dejaron atrás el augurio del desastre.
La herida de un miembro de la manada
ponía en peligro a todo el grupo.
Pero esta vez fue diferente.
No sabemos por qué lo hicieron,
pero se pararon al borde del camino.
Encendieron unos troncos,
cubrieron la tierra con las pieles
y cuidaron del fémur fracturado.
Quizá hasta le contaron cuentos
de bisontes que huían de las flechas.
El hueso sanó y retomaron el viaje.
No hubo antes otro momento
en el que fuéramos más fuertes,
más invencibles, más personas,
que cuando detuvimos la marcha
para cuidar de nuestra gente.
CAPERUCITAS
Inventaron los cuentos
porque no había forma
de asumir tantos lobos
quebrando nuestras vidas.
Al principio llevaban
un traje de piel de cordero,
luego ya no les hizo falta.
Culparon a nuestras ovejas
de la ternura de su carne,
de la lana muy corta,
de despertar al animal,
de provocar su naturaleza.
Se quitaron la máscara
y salieron con los colmillos
famélicos de sangre.
Inventaron los cuentos
para poder desayunar
con la peste de otro cadáver
en las noticias y en los llantos: 30
«Otra Caperucita muerta»,
«violada en grupo»,
«desgarros»,
«apuñalada»,
«sangre»…
¿Quién puede tragar
con la inocencia de cuerpo presente?
Inventaron los cuentos
para salvar a las niñas del monstruo,
para que los leñadores defendieran
en lugar de unirse a la manada.
Colorín, colorado.
Pero el cuento no termina
y la infamia salta del libro
al aceite del pan tostado:
otra Caperucita asesinada.
Masticamos y para adentro.
¿El café?
Con leche,
horror y dos de azúcar.
SEGUIRÁN ESTANDO BUENAS LAS CROQUETAS
Poetas, ojalá seamos capaces de escribir
para dentro de quinientos años.
Juan Ruiz de Torres
Dentro de quinientos años
seguirán estando buenas las croquetas,
habrá quien sepa dárnoslas con queso
y ese vino malo con alguien que nos guste
será todavía el más rico del mundo.
Aún sabremos dar abrazos
que recompongan a una amiga hecha añicos.
Seguiremos viendo duendes y elefantes
escondidos en las formas de las nubes.
Se nos seguirán apagando las ventanas
cuando alguien a quien dijimos
«en la salud y en la enfermedad»
nos diga que ha dejado de querernos.
Todavía contaremos cuentos a los niños.
Sobrevivirán las brujas, los dragones,
las princesas dueñas de sus reinos,
las hechiceras y los lobos.
Pero aún habrá una niña
que apriete la mano de su abuelo
y le pida otra vez la historia
de cómo conoció a su abuela.
Quizá el mar haya borrado
el paseo donde diste tu primer beso,
un incendio el hospital donde nacerán tus hijos
y los historiadores dirán que hubo un Polo Norte.
Pero seguirá gustándonos la tortilla de patatas
y las mariposas aún nos inundarán las tripas
cuando una mirada sepa sacudirnos
como un poema de más de quinientos años.
Muchísimas gracias por esta charla. Ha sido un placer hablar contigo de verdad, de poemas, de fémures y de cuentos. Gracias por la entrevista, Jesús, espero que te haya resultado interesante. Felicito a Culturamas y a ti, por la labor que está realizando para difundir libros recientes.