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‘Obras esenciales’, de Michel Foucault

Obras esenciales

Michel Foucault

Paidós

Barcelona, 2023

1095 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Noam Chomsky llegó a decir que Michel Foucault le pareció una persona amoral, porque no entendía su rechazo a la posibilidad de que existiera una moralidad universal, a su rebelión contra la idea de que el concepto y las estructuras de justicia pudieran estar arraigadas en la razón humana, sosteniendo que no existe la naturaleza humana fija, y por tanto no existen facultades humanas ingénitas. Las estructuras innatas frente a las estructuras sociales fue el tema del debate que mantuvieron en 1971. «Me parece que la verdadera tarea política en una sociedad como la nuestra es criticar el funcionamiento de las instituciones, que parecen ser a la vez neutrales e independientes; criticar y atacar ellos de tal manera que la violencia política que siempre se ha ejercido oscuramente a través de ellos sea desenmascarada, para poder luchar contra ellos», sostuvo Foucault.

Crítico con las instituciones sociales, crítico con la medicina, con las ciencias humanas y con los sistemas de internamiento, estudioso de la sexualidad humana, Foucault no cesa de aportar dudas y convicciones, convenciéndonos de que ambos son lo mismo. Dudas porque aporta ideas que hacen tambalear nuestros prejuicios. Convicciones porque tras su lectura, esas ideas son difícilmente rebatibles desde el momento en que nadie duda de que el poder es un ejercicio, es conocimiento y es discurso. El pensamiento de Foucault se centra en el ser y en las relaciones que se establecen entre seres, y está fundamentado en la observación crítica de la actualidad, de la sociedad, del mundo contemporáneo. En su estructura de pensamiento el cambio resulta un engranaje inevitable, pues trabajar sobre la realidad le obliga a uno a modificar sus esquemas en tanto la realidad es móvil y la comprobación de los juicios la altera todavía más. Lo importante, a su juicio, era ser mejor al final de lo que uno era al principio. Su obra, confesó, está concebida como una caja de herramientas donde cualquiera puede buscar la adecuada para profundizar con ella en su propia área de conocimiento.

«Lo que hago es la historia de la manera en que las cosas se problematizan; es decir, la manera en que las cosas se vuelven problemas», su intención, por tanto, no es tanto decir algo que no se ha dicho como indagar en lo que está presente, pero a lo que prácticamente nadie presta atención. Al contrario que la mayoría de los pensadores, la mayor parte de su obra no se concentra en lo que puede aportar a una enciclopedia, sino en universos más periféricos, y hasta microscópicos, en las cárceles, en los internados para enfermos mentales, en las escuelas. Indaga en la locura, en las fallas del sistema legal, en la reclusión. Era un intelectual incómodo. Para él no existían los saberes que no fueran fruto de determinadas condiciones de posibilidad, de determinadas prácticas sociales, marcadas, a su vez, por las características de cada época. Los sistemas de ideas, dentro de los cuales nos creemos libres, se manejan dentro de un ambiente condicionado por circunstancias que deciden dónde concentrar los esfuerzos, cómo elaborar una escala de lo que debe ser conocido y lo que no. Preocupado por el concepto de poder, Foucault sostuvo que no era un ejercicio piramidal el que se imponía, sino una serie de relaciones de fuerza múltiples, porque el poder es ubicuo y está presente en cada gesto y recodo del entramado social, en los espacios productivos, en las organizaciones políticas, en los vínculos familiares, en cualquier institución. El poder conllevará, eso sí, ejercicios de resistencia entrelazada. Se rebeló contra la inscripción de la ley en las almas a través de la disciplina, que es un invento de la sociedad contemporánea para sustituir al miedo al castigo que evita que cualquiera se salga de la norma, que no respete los sistemas jerárquicos ni las normativas. Pero ¿cuál es el fin de esta disciplina? Sin duda la productividad y el pensamiento metódico adaptado a la sociedad, sea del corte que sea. Observar, seguir, medir, clasificar, jerarquizar… son verbos que atañen a la normalización de los integrantes del cuerpo social, formas de saber que configuran situaciones de poder, donde se puede administrar y controlar los procesos vitales. Hoy en día, los sistemas de vigilancia atraviesan lo digital, creando una sociedad controladísima donde la disciplina se impone a través de la seducción, el consumo, la seducción, y añoramos saber qué opinaría Foucault al respecto.

Foucault fue uno de esos pensadores que encienden la linterna dentro de la cueva para que podamos seguir huellas que nos orientan hacia la salida. Sobre todo en lo que atañe a sus diagnósticos acerca de las formas secretas del poder, más que en lo relacionado con el relativismo sexual, que fue su otra gran dedicación. El poder, que tanto lo obsesionaba, y que tanto debería obsesionarnos a nosotros, se refiere a cualquier actuación directa de autoridad, a las relaciones de dominación, que están ligadas a lo económico, a lo familiar, a lo productivo. Lo que le interesa a Foucault es el sistema de dominación: conocerlo supondrá poder rebatirlo, aunque los intelectuales, cree, también forman parte del sustrato del poder, son, en buena medida, su conciencia. Al fin y al cabo, el uso del lenguaje se interpenetra con las relaciones de poder, y ayuda a legitimar órdenes específicos de autoridad.

Si alguien afirma que no existe la objetividad, no podemos considerar que su sentencia sea objetiva. En esta paradoja se centran las críticas que se han hecho al pensamiento de Foucault. Pero la misma paradoja hace de quien emite la frase, conociendo su debilidad, un seductor. Esa capacidad de seducción, que volvemos a encontrarnos en esta nueva edición de sus Obras esenciales, hace que la lectura, o la relectura, sea obligada, no diremos necesaria, pero sí muy conveniente.

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