“Desvestir el cuerpo”, de Jesús Cárdenas

HACIA UNA METAFÍSICA DE LO POETICO.

Por Faustino Lobato Delgado.

La última obra de Jesús Cárdenas, Desvestir el cuerpo, editada por Lastura, es una propuesta interesante que a lo largo de esta reflexión voy a esbozar. El magnífico prologo de José Antonio Olmedo López Amor y el excelente epílogo de Luis Ramos ya subrayan lo más esencial de la propuesta de Cárdenas. Uno, el dejarse arrastrar por las corrientes de este libro y el otro, sentir la obra como un hogar pleno de luz y fuego.

El libro contiene tres capítulos, engarzados perfectamente, apuntando a una metafísica poética donde la tarea de escribir sobresale con las tonalidades existenciales que muchos conocemos. Importa decir que englobando todo hay unos intertextos de Carver, Vallejo y la Storni, que de forma precisa indican a los lectores la esencialidad de esta propuesta de Jesús Cárdenas.

En el primer apartado “Todos los espejos” nuestro poeta nos avoca a realizar el descenso al centro del ser mismo, donde el ars crator tiene su sede. Una liturgia no exenta de ritos.

El primero de ellos, el valor de “transitar lo transitado”, que no es lo mismo que desandar sino aceptar lo que uno es a medida que se desciende al núcleo especular donde importa “retomar pertenencias, …combates, …lo vivido”. Y en este descenso descubrir esos lugares en penumbra que no queremos que existan, pero están. Situarse ante sí mismo, “ante el espejo” de lo que uno es provoca el diálogo de un yo/ tú liricos fundidos en el nosotros, un gesto que reclama gritar poesía mientras persista la sed. Un descenso de lo necesario en el que aparece esa imagen de lo materno a punto de desaparecer, “la luna menguante”. Un gesto literario que refuerza la propuesta de amor por la palabra. Gesto que hace germinar el poema, ese poema que “en secreto el autor ha destilado” transformándolo en espejo donde mirarse “para escoger palabras” y así de esta manera ser capaz de “desvestir muy despacio el cuerpo” (33).

El siguiente ritual se desarrolla “en las lindes del silencio del espejo caduco”, que empuja a preguntarnos si tal vez algo debiera ser salvado. Irremediablemente este ir al fondo de uno mismo, labor del poeta, nos invita a entrar en la noche árida del alma, lugar en el que surge la fragilidad “como un grito de todos los naufragios” (36).

A partir de todo esto, nuestro autor nos lleva a sentir la crecida de “un mismo verso de fuego”, una “llama que evoca la luz cenital”, y desde aquí descubrir que el espejo, el poema, manifiesta la soledad. “Descubrir el espejo es atreverse a ir al límite”. Quién sino es el poeta, alguien que bordea “el triste precipicio…, ese abismo encendido de certeza”. Así es, los espejos (poemas) nos remueven -al autor y al lector-, “hace cuestionarnos lo que somos…manteniendo preguntas por responder”. De esta forma el poeta se descubre en la pluralidad, en el nosotros, en el gesto dialógico del yo/tú, como “mitades desatadas”. Y aquí, aparece, como necesario, el espejo de la palabra en la que sucede la tarea, la franca decisión de ponerse frente al otro. De esta forma, “ebrio de búsqueda” el poeta se topa “con los mismos nombres y una conjugación de tiempos toscos” (47).

En el segundo apartado, “Cristal ahumado”, después de una introspección interior, el poeta nos hace mirar fuera, a través de las ventanas, invirtiendo el viaje hacia el exterior. Esta es también el oficio de escribir, no eludir lo que nos rodea y conforma. Aquí, importa anotar tres elementos: la realidad de la temporalidad; la inspiración en forma de viento; la mirada al afuera, tras el cristal.

La temporalidad aparece bajo un sentimiento de cruda vivencia en el que los poemas nos llevan: por un lado, a mirar cómo en la tarde y en la noche, “fluyen los mejores versos; y por otro, a sentir en el gesto de “ver marchar a las cigüeñas que el mundo se hace en otra parte” (53). Y todo esto “sin detener (los) impulsos al borde de la noche” para terminar preguntándose: “¿quién soy tras el cristal? ¿qué versos encuentras dentro?” (65).

Importa en esta cosmovisión poética, del segundo capítulo, como Jesús Cárdenas nos acerca a la imagen del viento que, de una parte, a modo de ruaj creador, en este caso inspirador, “agita las ramas lechosas/ simulando senderos o riberas/ por donde fluyan los mejores versos” (52); y de otra, invita a contemplar “como el viento garabatea / en la arena caligrafías / señales que deleitan / cuanto el espejo sabe de tu nombre” (66). Y en este suceder de la inspiración, “mientras el viento cruje hojas, voces y “TODO LO IGNORA A TU LADO EL SILENCIO” (69).

Detrás del cristal del día “donde todo se inicia” (61), ahí cuando “el reflejo constata nuestro fin:/ la razón liberada por el sueño/ termina por romperse en las aristas”. Un afuera existencial donde “miras fuera aquello que ya no está…/ y te ves, ahí fuera, junto a lo que se fue”, donde vaga un poema inacabado. Interesante esta acción de mirar al exterior porque afianza la certeza de que “todo sucede en los interiores/ en estas dos mitades /en que nos hemos convertido” (71). Y deja claro que “Este cristal no te protege […] solo refleja ese perfil de ave cansada” (72).

El tercer apartado, “Callada ceniza”, arranca con unos versos subrayando el diálogo de un yo lírico que ensueña un tú: “Asustado al principio del camino/ aprendí a verte en sueños, casi en huida.” Y esto, seguido de un imperativo jubiloso: “Salgamos donde lata el mundo/ y con unas cervezas celebrémoslo/ mientras el viento nos sea favorable. // Estamos de visita”. Interesante poema que da valor a las imágenes empleadas en el anterior capítulo y que termina con un verso de lo transitorio, expresión que marca la intencionalidad de todo el libro: “estamos de visita”. Así es, no hay nada permanente, nada es absoluto en este vivir del poeta, en esta tarea de escribir.

En esta tercera parte, reaparecerán las imágenes del viento y los cristales, en un contexto de temporalidad, especialmente en el invierno, con todas las connotaciones que este icono estacional tiene. Aquí, se cuestiona: “¿Por qué busco el invierno tras los cristales? / […]  ¿por qué busco el invierno / siguiendo cada gota/ que se desliza en los cristales?” (78), apuntando a una certeza “era la sacudida del viento de febrero / en el jardín pelado/ una forma de mirarse en el espejo”.

Así es, la cruda realidad del invierno refleja externamente la situación del yo lírico, incluso el oficio de escribir. En otro poema será la tarde húmeda “a mediados de octubre” donde “la brisa oxida la esperanza” y “la piel de la memoria se detiene”, cumpliendo con el letargo natural de la estación invernal. La figura recoge perfectamente el proceso que todo escritor sigue dejar que sus escritos se mantengan invernando para más tarde dejarlos aflorar. Interesante la colocación, en estos versos, de una balada de Scorpions (“Always somewhere”), dando más naturalidad a la única opción que el poeta tiene: esperar. Sí, esperar “el paso torpe de la luz”, y contemplar el tiempo detenido en cada esquina de una casa familiar en la que “cada pared guarda un secreto” donde los espejos, sin bruñir, fríos /iluminan la ausencia” (87).

Pero no todo es quietud en los procesos también hay “fuego confundido que persigue/ un modo de futuro…///Un fuego confundido / entre consuelo de la luz/ y “Callada ceniza“.” Y así en este lance de esperas salta la metapoesía dejando claro que los versos inquietos, esos que apenas sostienen su perfil, terminan por llegar “en la madrugada/ de no sé dónde/como la claridad nocturna. Dejo /que me ciegue durante unas horas.” (91). Esta es, pues, la tarea del poeta entrar en esta dinámica donde “a pesar de todo, nos reafirmamos/ en la luz de nuestro refugio, /el silencio de la casa. / Encendimos/ el fuego con las manos; amor erguido en llamas” (99).

No hay duda de la enseñanza del proyecto explanado en esta obra. Es aleccionador para quienes escribimos que Desvestir el cuerpo supone: la dinámica de introspección que lleva a la soledad; la de contemplar lo que nos rodea, el exterior que no se puede eludir, manteniendo el silencio contemplativo. Y de esta forma contribuye a que los versos afloren, que el poema surja firme, como señal inequívoca de que así “combatiremos/ esta y todas las noches invernales”.

Badajoz, 19 de octubre de 2023

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