Fuego: un exitoso cómic profundo y metafísico
Fuego es una obra un tanto especial, que ha sido creado en su totalidad por David Rubín y está publicada por la editorial Astiberri. Debido a su éxito comercial, recientemente ha sido publicada la segunda edición, por lo que hemos aprovechado esta oportunidad para volver a comentarlo, intentando (como suele ser habitual en nuestra publicación) adentrarnos en análisis e interpretaciones poco o nada frecuentes en otros medios.
David Rubín ya es un creador muy conocido que, como ya publicamos hace tiempo, ha logrado repercusión cultural. De tal modo que se han realizado exposiciones sobre sus creaciones y su modo de narrar. Sin ninguna duda es un creador con una sensibilidad especial que desarrolla sobremanera en el apartado visual.
Pues bien, en este trabajo, en Fuego, opta por una narrativa muy peculiar y semejante a la que se han utilizado en otros comics más clásicos. Estamos haciendo referencia a algunos creados tales como el famoso y reputado Alan Moore. De hecho, esta obra tiene un cierto poso político y social que resultaría interesante estudiar en otro momento. Además, su estructura visual es muy racional, lo que le otorga peso específico a este trabajo.
Lo más destacado que tiene Fuego es que centra su atención en una perspectiva de carácter puramente idealista (en el sentido filosófico de la palabra). Más allá de la conformación de personajes con elementos que podrían resultar mítico o incluso casi-espirituales, Rubín plantea una obra en la que se desarrolla una idea típicamente helenística, pero desarrollada a un modo moderno. Estamos hablando del propio fuego. Ese elemento primigenio con capacidad de creación y destrucción.
Este elemento estructura parte del imaginario de la obra y rebusca, una vez más, en la estrategia de subversión del mundo heroico. De hecho, este carácter especial que tiene el protagonista, le hace poseedor de un elemento ideal (de nuevo en sentido filosófico) y que es compartido por la propia humanidad. De ahí que el creador se sumerge en lo más profundo de lo humano para establecer una dialéctica entre la realidad, las voliciones y los elementos primigenios que, de un modo u otro, dan forma a las percepciones y a las estructuraciones mentales.
En este último sentido, ese elemento también es empleado como estrategia narrativa para situar al lector entre la realidad y lo imaginario. Todo ello gracias a una potente dimensión creativa. Y este es precisamente el mayor potencial de la obra: su creatividad. Si aceptamos los presupuestos (creíbles) que nos ofrece el autor, estaremos ante un trabajo sugerente e interesante. Una obra cuya narrativa visual parece salirse de sus páginas y tocarnos.
David Rubín es, fundamentalmente, un narrador visual y no tanto un guionista. ¡Y se nota! Esto hace que Fuego logre explotar, a un nivel máximo, cada una de las viñetas. A medida que va transcurriendo la acción nos toparemos con expresiones, miradas, sensaciones, mostradas con enormes dotes de sensibilidad e imaginación. Ello logra que el lector se introduzca en una obra con un nivel de profundidad francamente sorprendente.
Además, y como hemos indicado antes, este trabajo podemos considerar que se encuentra dentro del ámbito de los cómics metafísicos (como sucede también con, por ejemplo, El Mecanismo). En este sentido, la obra puede tener un punto desconcertante por el uso (creemos) de un fundamento típicamente dialéctico. Un juego entre la totalidad y la ausencia, entre lo vivo y lo muerto, entre lo generador y lo destructor. Sin duda alguna, es una obra que parecería haber sido desarrollada por un hegeliano. De ahí que más que un cómic entretenido (también lo es), estamos ante un breve tratado de pensamiento dialéctico, con carácter moderno y actual.
Por Juan R. Coca