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El secreto está en la pregunta

EL SECRETO ESTÁ EN LA PREGUNTA

 

 

Melalcor

Flavia Company

Comba

Barcelona, 2023

160 páginas

 

Por Celia Corral Cañas / @celiacorral

“Si no se está en disposición de ponerse en riesgo no es aconsejable elegir leer a Flavia Company”, advierte Meri Torras en el prólogo de Melalcor, la novela de Flavia Company publicada por primera vez en el año 2000 y reeditada actualmente por la Editorial Comba. Los que leemos a Flavia Company comprendemos y compartimos esa fascinación por la hendidura que se abre cuando se abre cada libro y que no se cierra cuando este se cierra, porque ningún libro de Flavia Company se termina cuando se termina; todos nos dejan algo, algo que antes quizá no estaba y que si estaba no era como ahora es, algo como una nebulosa o una duda, una pregunta. Ya nos lo dice en la primera página, también como una advertencia, le narradore de Melalcor: “el secreto está en la pregunta”.

Melalcor es una novela innovadora y visionaria, una novela innovadora y visionaria hoy, en 2023, que probablemente nunca deje de ser innovadora y visionaria, como tampoco dejará de ser atrayente, genuina, voraz. Es de suponer, por tanto, qué innovadora y visionaria hubo de ser para sus primeros lectores en el año 2000, lectores que probablemente aún conserven esa grieta que abre la novela cuando se abre, con esa grieta que no se cierra cuando se cierra.

Es esta una historia de amor y desamor hacia el otro, hacia el mundo y hacia une misme, construida desde la idea de la bifurcación. La escisión en el personaje de Mel y Cor, dos personas que son una sola persona (“Mel es la voz de Cor y Cor es el cuerpo de Mel. Podría parecer un juego de palabras. Pero los que conocemos a Mel o a Cor sabemos que el misterio de la santa dualidad no es una quimera”), inaugura una arquitectura dual, a veces dicotómica, a veces dialógica: el cuerpo y el alma, las respuestas y la pregunta, él y ella. De hecho, el género es una de las señas de identidad que desconocemos de algunos personajes, un juego que se establece también en otros referentes literarios, como nos recuerda Meri Torras, pero que aquí nunca pierde la ambigüedad, sino que se mantiene así, en esa doble posibilidad que es, al mismo tiempo, varias posibilidades y una posibilidad única.

Las dicotomías están presentes en todo el libro, tanto en Mel-Cor y le narradore y sus mundos interiores y exteriores (“Lloramos. Mel por fuera. Yo, por dentro”), como en su identidad (“Razón por la cual Cor o Mel ha intentado ser al mismo tiempo carne y pescado, mañana y noche, playa y montaña, es decir, todo”), en su relación (“Pienso que nos mataríamos si pudiésemos. Y también pienso que, si pudiésemos, no nos mataríamos”) y en sus roles sociales (“yo, de Mel, quería tener un hijo; y que ella hiciera de padre y yo de madre; y que yo hiciera de padre y él de madre. ¿Por qué no? ¿Por qué?”), en personajes como Johnny Dos Dados (“Era blanco y negro, aunque Mel insistía en que era gris”) o la Gran Puta (“Casilda no la llamaba la Gran Puta. Casilda la llamaba por su nombre, Robert”), en la aplicación de la división de los conjuntos (como sostiene “la antinomia de Georg Ferdinand Ludwig Philipp”, “la reunión de todos los conjuntos no es un conjunto”) y en el mismo pueblo en el que se desarrolla la acción (“El pueblo se había dividido sutilmente en dos bandos desiguales”). El ser dividido aparece ya en la imagen de la portada, en una escisión que evoca el desdoblamiento y recuerda que, al fin y al cabo, “Nunca sabemos quiénes somos”.

Veintitrés años después, Melalcor plantea la realidad identitaria de muchas personas, una realidad teorizada por Judith Butler y nunca narrada como aquí se nos narra. Le narradore juega a sorprendernos, a desubicarnos, a desconcertarnos, cuestionando el lenguaje y cuestionándonos en el lenguaje para aludir una naturaleza a veces fluida, a veces doble, a veces no binaria, a veces inclasificable. El amor y el desamor tejen una trama de encuentros y desencuentros, pero también lo hacen el poder, la familia (“La familia es una institución caduca y demencial. Como la pareja”), todo lo que representa la autoridad, la violencia y la incomprensión. Los dos mundos que colisionan y conviven entre sí confirman en su descripción otro rasgo distintivo de la autora: la certeza de que cada palabra importa.

Mealcor es una invitación a pensar en el deseo, una invitación que nos arrastra hasta la libertad, aunque “la libertad es incómoda, porque es lo más difícil de organizar que existe en el mundo”, una invitación donde cohabitan lo carnal y lo poético (“Meravin empezaba a hacer juegos con mi sexo, y con nuestros sexos. Los ponía muy juntos y los acariciaba con las dos manos. Con ellos hacía flores, ríos, caminos y bosques”), lo poético y la comedia (“Mi corazón ya no aguanta / el modo en que doblas la manta”), la verdad y el idealismo (“Probablemente el único mundo que no caduca es el que uno imagina”), el idealismo y la incertidumbre (“la única meta posible: llegar a vivir como realmente deseas. Pero lo que realmente deseas vuelve a formar parte de la pregunta”).

Los espacios, por su parte, adquieren una relevancia: el Pueblo (y su opuesto, la Ciudad), que observa, juzga, opina, donde “es imposible no ver a alguien. Siempre tropezamos todos con todos”; el pozo, la casa, el despacho. Los lugares tampoco son inocentes y también cuentan, conforman un hábitat en el que nacen y se desarrollan los conflictos, las expectativas, las dudas.

Estamos, como afirma Meri Torras, ante “un libro de culto que sacudió la literatura hispanófona precisamente desarticulando en desafío el código binario. Y no sólo el que rige el sistema informático. Bienvenide de nuevo Melalcor”. Bienvenides seamos también los lectores abiertos al riesgo del lenguaje de Flavia Company, abiertos a la búsqueda de la pregunta. Porque en ella está el secreto, ese secreto que luego se queda en nosotros y con nosotros, como una duda o una nebulosa. Como algo que antes quizá no estaba y, si estaba, no era como ahora es, algo del libro que se queda en nosotros después del libro, que no se termina cuando este se termina, que no se cierra cuando este se cierra. Ese algo que necesitamos los lectores de Flavia Company, los lectores que disfrutamos el riesgo de leer a una autora que transgrede cualquier límite y lo comparte con la naturalidad de quien encuentra un bosque intacto, los lectores atemorizados y fascinados con la pregunta y con su secreto. Sobre todo con su secreto.

 

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