«La Lógica de los refugios», de Elia Quiñones
Por Pablo Llanos.
La Lógica de los refugios (Mixtura, 2022) es el debut literario de Elia Quiñones. Es vital recalcar que se trata de un primer poemario pues, de su lectura, no vamos a extraer ninguna conclusión que nos indique que esto es así. La autora se presenta con un poemario atrevido en forma y muy potente en el fondo, a lo que suma una voz cargada de coraje
La primera parte del libro se titula «Desvanes para la carencia» y parece ser la parte más autobiográfica del poemario. Nos encontramos con poemas alrededor de su infancia y juventud, que convierten en aparato lírico su pueblo de origen, Gavá, en la provincia de Barcelona y el viaje familiar a lo largo de una niñez en el que las amigas del colegio, las notas del piano, padre, madre y la perspicacia de una niña, se enredan en una potente voz poética.
«toda niña callada a fuego lento tiene boca de revolver»
Gavá es el Dublin de Joyce
un llanto insuficiente
la cicatriz que quedó
de sostener las cadenas
vosotras
bang
sois mi edad en el mundo
Al lenguaje certero de la voz de Elia, se una una musicalidad natural, de esas que dan ganas de ponerse de pie a aplaudir cuando acaba el verso, como quien salta en un concierto:infancia
junvetud
viaje
familiar
perversos lagartos negros coronando la ausencia de
fronteras por donde pasa la alumna
transgresora y
pobre cordero agranatando las cortinas
No sé si el título de la segunda parte es una afirmación, una pregunta, una advertencia o una duda: «Tenemos la solidez suficiente para esto», doce páginas de relato en prosa poética con párrafos tachados, anotaciones entre paréntesis y diferentes tipos de fuente de letra. Vanguardismo, confluencia de la forma y el fondo, una autoconfianza inaudita en una escritora novel. Sí, Elia tiene la solidez suficiente para esto. Y más.
¿Sigue en esta parte el poemario con la lógica del hilo sobre refugios e intemperie con el que arranca el libro? Absolutamente. Este poema a medias tachado, incómodo para entrar en él pero que acaba por recogerte en su interior es, definitivamente, un refugio. Porque un refugio no siempre es un lugar seguro. A veces en una huida, o una búsqueda, uno se guarece en una construcción a medio hacer, o con cachivaches que sobran. Esa es la lógica de las mudanzas y de las metáforas. Uno tiene que ir reconstruyendo, readaptando, colocando y deshaciendo. Así es como Elia hace de un poema un refugio y de un refugio su hogar, corrigiendo, reconstruyendo, tachando.
En la tercera parte del poemario «No es el hombre sino el rastro» nos encontramos con un conjunto de textos en diferentes formatos y longitudes. Lo que empiezan siendo poemas en verso libre se transforman en textos que a veces parecen versículos, otros microrrelatos poéticos e incluso aforismos líricos.
Y también: fusiones del título con el primer verso, notas al inicio de la página, paréntesis entre versos «CREO QUE ESTE POEMA ES UNA POCIMA. INTENTO encontrar las asas en un caldero de horas.»
La cuarta parte nos devuelve a los «Refugios». Elia pasó su adolescencia, en plena vorágine grunge y generación X y explosión olímpica en Barcelona y, en aquel 1992, el filosofo francés Marc Auge establecía el término no-lugar para aeropuertos, centros comerciales. Aquellos lugares en los que el individuo habita de una manera anónima, sin necesidad de relacionarse. Unas décadas después esta definición es muy utilizada y ha quedado muy anticuada. Los no-lugares se han convertido en centro de vida y de conflictos. También de poesía. En el viaje la escritura de Elia nos encontramos con los no-lugrares, (aeropuertos, gasolineras, generaciones perdidas) convertidos en refugio.
Los aeropuertos suelen darse aires de secuencia
(de ahí que sepan atemorizar)
hay que llegar con mucha antelación
para ajustar la opacidad y el brillo
de los errores posibles
El último de los textos de esta parte viene antecedido de un epígrafe de Agustín Fernandez Mallo (que ya se hacía eco de los no-lugares en su aclamado Proyecto Nocilla”). No es casualidad. Nos vamos a encontrar con un texto desencorsetado, una road movie por carreteras rumanas que comienza en verso libre y pasa a una prosa poética sin ningún tipo de puntuación que en ocasiones parece un canto. Un secreto que contiene un trayecto, una brillante forma de llevarnos hasta la última parte de “La lógica de los refugios”.
Siguiendo el hilo conductor de los refugios, la escritura de Elia es aquí un salmón que nada a contracorriente por el caudal de versos y palabras hasta llegar a su origen, los desvanes, que en una suerte de transformación, quizás no la esperada, se han convertido en «Desvanes para el desconsuelo». (No vais a encontrar en este poemario un final a lo Albert Espinosa.)
Esta última parte comienza con «Infinite Jest», un poema cargado de nostalgia y de referencias culturales a la década de los noventa, Kurt Cobain, Jesse y Celine, David Foster Wallace. Un poema para adolescentes de cuarenta años que aún conservan su autoinsuficiencia.
Quizás esta es la única parte en la que se note una Elia Quiñones novel, a la que le ha podido la vorágine de su primera publicación y es que a partir de su poema “Galápagos”, nos encontramos con una serie de poemas fragmentados, de muy buena factura, bestiales como “Dios es una elipsis” pero que resultan inconexos con el hilo del resto de poemas del libro. Quizás nos están anunciando un brillante segundo poemario. Quizás no son sino las señales de tráfico hacia el refugio definitivo donde Elia va a encontrar su lugar: el futuro.
Dios tira piedras a
Dios le da dientes a quien
Dios escupe en mi vagina para que no
Dios son los padres
Sí Dios son mis padres