Chicago El Musical: ¡qué razón llevan, las condenadas!
Por Mariano Velasco
Estamos en el Chicago de los años 20 con un asunto entre manos de lo más feo y turbio como es el asesinato a tiro limpio de un amante. Vamos a necesitar un, no sé si honrado, pero sí eficaz abogado, y sobre todo vamos a necesitar jazz, mucho jazz del bueno, un poquito de humor y generosas dosis de sensualidad. La cosa pinta como para no perdérsela. ¡Pues no se la pierdan! Porque Chicago, el Musical, que regresa a la cartelera madrileña en el Teatro Apolo, es todo eso y mucho más. Un magnífico y completísimo espectáculo que continúa siendo, sin duda alguna, uno de los mejores musicales de la historia.
El “mucho más” que hace esta historia todavía más atractiva es que es también una historia de empoderamiento femenino. Que vale, que sí, que aquí no se libra nadie, que estamos en ambiente carcelario en el Chicago de los años 20 y todos y todas son malos malísimos, pero las que se acaban llevando el gato al agua con un par de ovarios son ellas (salvo la pobre húngara, que carga con la peor papeleta).
Repárese si no en el excelente numerito del “Tango de la prisión”, y en lo bien que defienden ellas solas sus casos las condenadas (condenadas dicho en el sentido literal de la palabra, que es que lo están), hasta el punto de que tras el bailecito a nadie le queda ninguna duda: ¡los machirulos se lo tenían bien merecido!
Además de todo lo dicho, que no es poco, las bazas con las que juega Chicago son inmejorables: una excelente banda de músicos en escena de principio a fin, una brillante y envolvente iluminación, una magnífica colección de canciones de sobra conocidas, una historia muy jugosa, un ambiente —ambientazo más bien— entre sensual, lujoso y decadente y unas coreografías espectaculares, con el deslumbrante número de las plumas como buque insignia.
Pero es que además, dentro del dominio femenino de la trama, hay también dos personajes masculinos sobresalientes, absolutamente caricaturescos, situados cada uno en un extremo. En el papel del abogado sin escrúpulos, está magnífico Ivan Labanda como Billy Flynn, excelente interpretación, muy bien de voz y cumpliendo como nadie, sobre todo por lo que su personaje tiene en cierta manera de verdadero hilo conductor, ejemplificando a la perfección una de las características más sobresalientes y que mejor distinguen a este musical: que se le entienden perfectamente las letras de las canciones.
Y luego está, más discreto pero igual de brillante, Alejandro Vera en el papel de Amos Hart, el pobre maridito en el que nadie repara y cuya transformación en Míster Celofán nos sugiere muy acertadamente un toque de ternura y empatía porque ¿quién no se ha sentido alguna vez como él, ninguneado e ignorado por el resto?
Deslumbrante y simpatiquísima Silvia Álvarez en su papel de Roxie Hart, llevando el peso del espectáculo junto con Labanda de forma magistral, con quien pone la guinda al musical con la actuación a medias en el que probablemente sea el número más difícil de la obra, el de “A por la pistola van”, donde muñeco y ventrílocuo nos dan la idea exacta de la “profesionalidad” del abogado Flynn. Tampoco está de más recordar aquí la formidable interpretación del muñequito que hacía Renée Zellweger en la excelente versión cinematográfica del musical, que son de las que se quedan en la memoria.
Y luego está Ela Ruiz como Velma Kelly en un papel dificilísimo, magnífica de voz, y moviéndose a la perfección en ese espacio que le deja al personaje el propio guion y el necesario brillo que reclama escena tras escena Roxie Hart. Ahora bien, tú déjala a ella cinco minutos a su aire y te hace una maravilla imposible, como es ese “Yo sola nunca podré” en el que se desdobla como si su hermana estuviera en escena y nos deja literalmente con la boca abierta.
Mención especial merece la siempre brillante Inma Cuevas, pues si ya conocíamos de sobra sus dotes interpretativas nos sorprende aquí con un vozarrón de esos que dejan marca e imprimen carácter, como bien merece ese delicioso personaje que es Mama Morton.
Unos ricos y bien construidos personajes, los de esta historia, que si por algo se caracterizan es porque todos tienes su momento de brillo, aquel en el que son capaces de demostrar su valor y significado, otorgándole a esta maquinaria casi perfecta que es “Chicago, el Musical” el equilibrio necesario para que toda obra de arte funcione, como esta lo hace, a la perfección. Y encima, a ritmo de jazz.
Chicago, el Musical. Teatro Apolo