El ensayo que se convirtió en una ‘Oda a la oscuridad’

NATALIA LOIZAGA.

Siempre dicen que uno no debe juzgar un libro por su portada, pero cuando encontré Oda a la oscuridad sentí que debía cogerlo. Era fino y delicado, y estaba rogando que lo leyeran. Fue amor a primera vista y, más tarde, amor a primera lectura. Un cuarto creciente sobre fondo negro y una primera frase en el prólogo que me hizo reflexionar: “¿Cuándo fue la última vez que viste un cielo estrellado?”.

Este libro de poco más de 100 páginas es perfecto para iniciarse con el ensayo. Nos cuenta como “hemos luchado contra la oscuridad” sin saber que es amiga. El viaje de la autora, Sigri Sandberg, comienza en un tren de camino a Finse, una montaña noruega en la que pretende encontrar la oscuridad absoluta. Lo hace como un reto personal, porque la negrura le asusta y atrae a partes iguales, por esa necesidad incomprensible que tenemos las personas de ponernos constantemente a prueba. Sigri experimenta como la noche la envuelve “con fuerza, no con delicadeza”, y aprende a amarla como el poderoso elemento que es, imponente y tentadora. La autora entiende que no es cuestión de criminalizar la luz, pues es necesaria, sino de dejar de pensar en la oscuridad como un villano.

Quizá algunos puedan calificarlo como exagerado o inútil, fieles al pensamiento de que resguardarse en la penumbra no sirve para nada. No soy quién para rebatirles, Sigri Sandberg ya se ha encargado de hacerlo. Hubo un momento en el que la luz artificial cada vez me molestaba más, y este libro me ha ayudado a saber por qué. Antes de leer este libro lo primero que hacía cada mañana era encender la luz que se encuentra en mi mesilla de noche. Ahora, cuando suena el despertador, me levanto entre las sombras y arrastro mis pies fríos hasta la ventana. Mi primera tarea del día es subir la persiana, dejar que los rayos del sol entren en la habitación, despidiendo la noche de la forma más natural posible.

La obra está estructurada de una forma ligeramente diferente. No está dividida en capítulos, sino en días. Lunes, martes, miércoles, jueves y viernes, las jornadas que dura el viaje que emprende a Finse. Cada uno de ellos está subdividido en pequeñas secciones, a veces de no más de dos párrafos, que convierten la lectura en amena y absorbente. Ese es el peligro, que repetirás en tu mente “una página más” demasiadas veces. No hace falta que vayas hasta Noruega pero, por su estructura ligera, es ideal para leer en un tren, el metro o un autobús. Quizá te ayude a emprender tu propia aventura en busca de aquello que te da miedo. No es un libro para leerlo con prisas, sino para descubrirlo con el sosiego que merece. Tampoco está hecho de una acción que te deja en vilo, sino de la paz que solo te pueden dar pocas cosas, como la oscuridad o un buen libro.

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