Una feliz aceptación de lo que hay
Elena Marqués.- Al tomar un libro entre las manos, lo primero que nos golpea es, evidentemente, su título, y el de Javier Salvago resulta, en su sencillez, de lo más elocuente: Nada como la nada. Esa comparación, que es como un espejo que refleja un vacío, anuncia lo que para su autor es una evidencia esencial, pero no por ello dolorosa, en su concepción del mundo.
Es difícil resumir en una sola palabra el tono de una obra que se anuncia como compendio de máximas, mínimas, fragmentos y frases sueltas, que no necesariamente aforismos con pedigrí, de los que el metaforismo, aquí escaso, parece casi un subgénero. Como si fuera su descripción tan difícil y personal que cada cultivador de sentencias necesitara aportar la propia. Sin embargo, Salvago se resiste a dar definiciones, que es algo a lo que se presta bastante bien esta fórmula, más cercana al ensayo que a otros géneros, desde sus orígenes clásicos, aunque sí que he encontrado alguna contundente y verdadera por la que ya merece la pena adentrarse en las páginas de este libro. «La felicidad es no tener miedo de nada». De nuevo esas dos sílabas firmes en su eco claro.
En principio, tanto por el título como por buena parte del contenido podríamos decir que Nada como la nada es producto de una vida más o menos extensa que ha conducido al autor al desencanto. Nos predispone al pesimismo, o, si se prefiere, a la crudeza de un realismo vital, a una amargura que finalmente no resulta tan trágica, pues ese tono de desengaño se disuelve en la forma propia de Salvago de cultivar el humor, de hilar las ideas con una ironía que las vuelve amables y nos arranca una sonrisa.
Pero lo que más nos interesa del opúsculo editado por Apeadero de Aforistas es su profundo análisis del ser humano. Detrás de todas sus palabras se detecta a un observador finísimo y concienzudo que muestra un conocimiento profundo de las miserias del hombre y de la actualidad, de la que nos ofrecerá su visión crítica; de esa sociedad contemporánea vanidosa e individualista que tan bien describe en uno de sus aforismos como «demasiado pendientes y demasiado dependientes de los demás», sabiendo que esa dependencia no nos convierte en familia, en tribu o grupo, sino, como digo, en seres egoístas y egocéntricos que necesitan el aplauso de las redes sociales para sentirse vivos.
Hay, pues, en Nada sobre la nada no solo una crítica antropológica, por llamarlo de alguna manera, sino, por supuesto, social, política e incluso literaria. Pero, además, Salvago no se limita a señalar las fallas, sino que adquiere también un rebelde compromiso de despertar, en alguna ocasión con ese matiz de índole manriqueña, nuestras conciencias en temas tan importantes, por no decir urgentes, como la educación, la necesidad de educar para crear ciudadanos con espíritu crítico.
Por supuesto, no faltan reflexiones sobre los eternos universales, los temas que nos preocupan desde siempre: Dios o su ausencia (de hecho, ese es el primer aforismo con que se abre el libro: «Si Dios es amor, que lo demuestre»); la vida y la muerte, en el que, tirando de tradición, nos hace ver a la segunda como única realidad, lo único de lo que podemos tener certeza, frente al sueño calderoniano que es este paso por aquí; el sentido de la vida; la existencia de la verdad; la relatividad de las cosas y nuestra propia insignificancia…, con lo cual, evidentemente, podríamos calificar algunos de sus pensamientos como aforismos filosóficos.
En cuanto a las fórmulas que Salvago utiliza, se decanta formalmente por la claridad y la sencillez (esa podría ser su poética), huye de la oscuridad para acceder a la verdad, si es que esta existe. Él mismo manifiesta que escribe para entender, para alumbrar, no para deslumbrar.
Llama mucho la atención la estructura dialógica de algunos de estos aforismos, ya empleada en otras ocasiones por el autor (resulta innovador y agradable escuchar dos voces en vez de una, pues relativiza o humaniza, más bien, lo que nos quiere decir); y, por supuesto, como buen escritor y buen poeta, el aprovechamiento que hace del lenguaje y de los recursos propios del género poético, con juegos de palabras («La historia de la humanidad es una pesadilla que se muerde la cola», «El secreto de la manipulación está en la masa»), la utilización del doble sentido, o el uso de citas y la glosa para ofrecer una nueva visión de pensamientos que se dan por sentados, que es algo que el aforismo lleva en su definición, lo que no quiere decir que este, finalmente, no alcance la condición de irrefutable.
En definitiva, este pequeño libro del escritor paradeño contiene los ingredientes precisos para disfrutar de una lectura agradable, divertida y a la vez profunda sobre una realidad que, felizmente aceptada, desembocará irremediablemente en la paz de la nada.
Javier Salvago, Nada como la nada. Apeadero de Aforistas, Sevilla, 2023.