‘El último verano antes de todo’, Jota Linares

HÉCTOR PEÑA MANTEROLA.

La literatura contemporánea subsiste en el angosto limbo entre realidad y ficción. En ocasiones, cuando queremos huir del policía o villano de turno, el lector ocasional busca refugio en ella. Más allá, el avezado, se habrá dejado la vista con los autores de un pasado que tal proclame como propio, como Laforet o Kundera. Puede que desdeñe la producción actual, ignorando que se trata del producto cultural de un mundo que gira, del radio de la Tierra congelado en el instante en que la tinta dibuja caracteres en las hojas de papel.

El último verano antes de todo, de Jota Linares, es una obra a caballo entre ese pasado de dulce recuerdo y el negro presente que amenaza con asfixiar cada molécula de oxígeno. La acción transcurre en Laguna, un pueblo de la sierra de Cádiz al que regresa Ismael, un director de cine derrotado por las malas críticas que ha recibido su primera película. Y no lo hace por ocio ni en busca de esa inspiración que habita en el hogar. Nada más lejos de la realidad. Ismael va a pasar junto a su madre los últimos días que el cáncer la permitan malvivir.

Al llegar, un aluvión de retazos del pasado le sacudirá haciéndole revivir incluso lo que siempre había querido olvidar: el último verano antes de mudarse a Madrid, también llamado “El verano del muerto”, un sello de calor roto por las vueltas de la vida, que separaron a cuatro amigos forzándoles a emprender caminos diferentes. Ahora son cuatro adultos carentes de inocencia.

En el transcurso de la novela conoceremos los secretos del pueblo y a sus ciudadanos: quiénes son ahora, quiénes fueron, cómo eran sus familias; las costumbres sobre las que se cimenta el presente; los demonios de Ismael, tanto como director cómo como hijo. Será suya la responsabilidad de acallarlos y desvelar aquello que ha permanecido oculto durante casi veinte años.

En cuestiones estilísticas, Jota tiene una pluma ligera de composición poética, es decir, no recurre a metáforas excesivamente complejas o palabros en desuso. Sin embargo, valiéndose de un profundo conocimiento de cada personaje, de su psique, y del costumbrismo, los párrafos están cargados de emociones, despertando el ensueño de cada lector. La novela no atrapa ni por el misterio ni por el ritmo: lo hace por la humanidad descarnada que impregna cada página. Fue capaz de conmoverme a mí, que soy del norte. Y eso me ha gustado mucho.

Como viene siendo habitual en esta sección (quizá porque reseño siempre la mitad llena del vaso), recomiendo la obra… diría que a cualquier lector o lectora. No creo que existe un público objetivo para los sentimientos. Es la base del alma humana la que los mueve, y novelas como esta de Jota Linares sirven de alpiste para darles alas.

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