La estática del mundo

 

Cuando mi padre y yo, niño todavía, a lomos de un burro caminábamos de cortijo en
cortijo por aquellos caminos de Dios en el curso de los humildes negocios de ganado
que tenía, y de pronto veíamos recortarse en el horizonte la figura de un hombre que se
acercaba desde el fondo desolado del paisaje, no llegaba un hombre, sino que aparecía
el Hombre. Y se escrutaba a ese hombre como se escrutaría al Hombre que nace y
emerge sorpresivamente de la Naturaleza y se distingue de ella… Pero yo diría que
también que como a un cuadro solitario que se recorta aislado sobre una pared: ese
cuadro se convierte en objeto único de observación y reflexión, y de esta manera se
convierte en el cuadro, en cuanto tiene el poder de polarizar nuestra subjetividad en su
individualidad por la propia soledad del contexto en que se halla. Ya dijo Nietzsche que
un único árbol da sentido al paisaje… Y así cualquier cosa expuesta, cualquier cuadro
solitario expuesto en un muro desnudo lo convertimos en la Pintura, como cualquier
hombre separado de los demás hombres se convierte en el Hombre. Esta es la trampa
del arte moderno y su conversión de cualquier cosa –un trozo de cartón desgarrado, por
ejemplo- en Arte: estar presentada esa cosa sola… y en silencio.

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Colgado en la pared, solitario y en silencio… Lo que más me ha impresionado
siempre de las cosas es su silencio, el silencio tan profundo en su intimidad, en el que
permanecen incluso cuando actúan. Si se percibe el silencio de las cosas, éstas
adquieren entonces la categoría de objetos de contemplación. Creo que la pintura, más
que estatizar el movimiento de las cosas, es el arte de congelarlas en su silencio, su
esencia.

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Si cualquier cosa puede ser “bañada” de arte (que en el fondo es esa serenidad y
atención que adquiere con sólo exponerla aislada y en silencio), el requisito para
degustar una obra de arte es, a su vez, precisamente el silencio de que se rodea. Y esto
se demuestra en que todos los visitantes de cualquier museo del mundo permanecen y
actúan espontáneamente en silencio.

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La pintura pinta hasta el silencio del instante: el silencio y la calma chicha de un campo
de amapolas o el silencio y la serenidad en el seno de una tormenta. Si la pintura
congela el silencio, quien verdaderamente congela el movimiento es la escultura… Es
por lo que siempre se ha insinuado que la esencia de la estatua es no moverse. “Me
quedé inmóvil como una estatua”, se suele decir; aquello de las estatuas de sal, etc. Bien
que aquí, al menos, quizás por el volumen, hay una cierta tensión hacia un tránsito. Dalí
va más allá y llega al límite de pedirle que esa tensión no dé el paso de hablar. “Lo
menos que se le puede pedir a una estatua es que no hable”, decía… Yo creo que una
estatua habla más que se mueve.

*

Como arte de congelar el movimiento y las poses, la pintura y la escultura se
constituyen, pues, en una Estática, Por eso una Dinámica como la Música (o el ruido)
las ponen en movimiento. Por eso hay que contemplarlas en silencio…

*

La estática del mundo, ese desiderátum para los que estamos a gusto en él… Quizás
debido a mi vieja mentalidad matemática –de la vieja matemática, no de la
modernísima, que más bien es una extraña metafísica, sino de aquella que establecía las
propiedades eternas de un triángulo y con la que se construían sólidos acueductos y
catedrales con sólo piedra y la ley de la gravedad-, me gustaría contemplar el mundo, y
de hecho así lo procuro, en su parte estática. Quisiera que el tiempo y el devenir se
detuvieran y quedarme mirándolo como se contemplaría el fotograma de una película: si
es posible contemplando la belleza eterna ―sólo así eterna― de un encuadre, de una
acción congelada, de un paisaje―, examinando, escudriñando, reflexionando su entidad
no disuelta, sino sustraída, al dinamismo, al flujo del devenir: en definitiva, tal y como
se contempla en el arte de la pintura y la escultura.

 

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