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Brendan Behan y las zarzamoras bajo la lluvia

Por Antonio Costa Gómez.

Brendan Behan nació en 1923, cumple cien años. Estamos en su centenario, pero la celebración no es nada solemne, se parece a él mismo. A él no le gustaban las retóricas ni las palabrerías grandiosas. Ni los paripés ni las ceremonias.

En el fondo era un poeta. Aunque no separó los géneros ni le gustaron las clasificaciones. Publicó libros como Poemas e historias, Poemas y una obra de teatro irlandesa.

Sí, claro, el centenario de Brendan Behan no es nada solemne. No es nada académico, por eso no está sonando. Todo empieza y acaba en el tono bronco y sin peluquería de sus libros. Hace poco los leí con fascinación, porque iba a volver a Irlanda.

Ediciones del Viento, de A Coruña, publicó hace unos años “Delincuente juvenil”. Sus memorias del reformatorio porque a los 14 años lo pillaron con explosivos para el IRA. Cuenta esos años con un estilo desenfadado y suelto. Con capacidad de observación a relámpagos, con capacidad expresiva.

También leí “Confesiones de un rebelde”. Más tarde lo metieron en la cárcel por atacar a dos policías ingleses. Cuenta todos esos años de aplastamiento y supervivencia. De ser católico como una opción de supervivencia, como una seña de identidad. Como una forma de ser irlandés.

Y muchos tipos ingleses que lo aplastaban, pero diferentes tipos ingleses. Siempre mantuvo la capacidad de ver pese a todo. Y una sensibilidad contra viento y marea. Y el sentido de la amistad, de la supervivencia, de la esperanza. Y el subsistir y el encontrar pequeñas alegrías como lagartijas sobre las piedras.

Y todo lo cuenta con desenfado, sin remilgos. Con verdadera literatura, no con peluquería. Y con humor y cinismo. Es famoso lo que dice: “Los ingleses me juzgaron en ausencia, me condenaron a muerte en ausencia, ahora que me disparen en ausencia”. La literatura como aguardiente, como forma de vida.

Me fascinó “Mi isla”. Recorrió con un dibujante lugares dispersos de Irlanda, los que le dio la gana. Toques, timbrazos, pequeños fogonazos de Irlanda. Sin estridencia y sin tópicos turísticos. Con un lirismo áspero a veces, con intimidad, con visión silenciosa. Sus rincones, sus ocurrencias. Fue como “El crepúsculo celta” de Yeats, con cierta magia, pero con su tono tan libre.

Tuve una iluminación, pensé en hacer algo así con Galicia, junto con el dibujante Anxo Pastor. Me gustaban sus dibujos enigmáticos y extraños y podríamos dar una Galicia extraña y callada. Pero no quiso. Es un tipo muy parsimonioso, cuenta el tiempo por milenios.

Luego escribió “Mi nueva York”. Y es una instigación, deberíamos hacer así, las ciudades tal como las vivimos, vistas con libertad y con lo que tenemos debajo. Hablar de verdad de lo que vemos y no de convenciones y frases. Y eso hizo, cortó Nueva York en trozos para dar sus fragmentos de queso o de whisky.

Llamó la atención con su obra de teatro “Víspera de ejecución”, apareció borracho en televisión hablando de ella. Y al final murió de alcoholismo. Pero antes escribió unas cuantas líneas inolvidables.

En el fondo era un poeta. La gente admira poemas como “La canción del prisionero”, que evoca el triángulo que los carceleros agitaban para despertar a los presos. O “El muchacho sonriente”, donde una chica en una madrugada de agosto en un prado lamenta que los ingleses mataron a su rebelde “chico sonriente”.

Pero a mí me dice más ese poema titulado “Soledad”. Donde un preso solitario se se impregna de sensaciones y sonidos de fuera: “El amor de las zarzamoras / mojadas por la lluvia / en la cima de la colina./ En el silencio de la prisión/ el claro silbido del tren/ Los felices susurros de los amantes /para los que están solos”.

Siente las zarzamoras y el besarse de unos amantes. Eso sí era vivir aún en la celda, que no le dieran digitalismos ni leches. Como la avecilla del “Romance del prisionero”, que mató un ballestero sádico.

Murió de alcoholismo, pero no de acartonamiento. Y nos dio unas cuantas páginas ásperas y llenas de Irlanda. De una Irlanda renuente, muerta de frío, pero apasionadamente escrita. Nació en 1923, pero su centenario no es nada solemne.

Escribió muchas cosas, pero en el fondo era un poeta. Tal vez todos los irlandeses son algo poetas, porque viven en un país modelado por poemas y mitos célticos. Que oyen hablar de las hadas y de “la tierra del deseo del corazón”, como decía una obra de teatro de Yeats.

Y era de un país aplastado por otro durante siglos, conquistado y humillado a sangre y fuego, reducido al hambre, a las patatas y al infierno. Donde Cromwell los desposeyó de todo y les dijo: A Connemara o al infierno. Pero que sobrevivió con sus mitos y sus cuentos de hadas. Y sus infinitudes y sus viajes sin fin por lo desconocido. No como otras tierras que se comparan con ella y que vivieron siempre tan bien.

Pero era un poeta y la poesía siempre resiste. Sobre todo si está inspirada por la tierra y por la vida. No como un llamado “poema” que ganó un premio y se titula “Posibilidad de la IA”. Demonios, Brendan, a qué mundo hemos llegado.

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