Azorín y Baroja, primos hermanos
GASPAR JOVER POLO.
Estos dos famosos escritores aparecen juntos en los manuales literatura, como todo el mundo sabe, incluidos en la misma generación literaria, la Generación del 98, pero resulta que, además, de jóvenes y en sus comienzos como novelistas, fueron también amigos íntimos y colaboraron en el intento teórico y literario de derribar el modo de vida anquilosado que, según ellos, dominaba por entonces en el territorio español. Y es como consecuencia, tal vez, de esta relación camaraderil tan estrecha que la primera novela de Baroja, la titulada titula Camino de perfección, y la primera de Azorín, de José Martínez Ruiz, La voluntad aparezcan publicadas en el mismo año, en 1902, y que presenten una serie de puntos en común que, por separado, pueden llamarnos la atención y hasta sorprendernos, pero que, si los consideramos en conjunto, expuestos uno detrás de otro, se convierten en todo un fenómeno literario. Me atrevo a concluir que La voluntad y Camino de perfección son como dos hogazas de pan confeccionadas con la misma materia prima y cocidas dentro del mismo horno, aunque por las manos de profesionales distintos.
Para empezar, ambas novelas se caracterizan porque el protagonista domina la obra de una manera absoluta (en Camino de perfección resulta omnipresente el personaje Fernando Ossorio, y en La voluntad, el personaje Antonio Azorín) y porque el protagonista de cada una de estas novelas manifiesta parecido grado de angustia existencial al comprender que ha perdido la voluntad o que está en proceso de perderla, lo que sería además el tema principal en ambos libros. Baroja escribe: “Ossorio quería permanecer algún tiempo en Yécora; esperaba que allí su voluntad desmayada se rebelase y buscara una vida enérgica, o concluyera de postrarse aceptando definitivamente una existencia monótona y vulgar”, y en el caso del libro de Azorín, este tema de la voluntad ya aparece en el título. Otra característica que presentan conjuntamente es que ambas novelas coinciden en el predominio, en cuanto al punto de vista elegido por el autor, del pesimismo más radical, absoluto, en el que, al parecer, ambos escritores militaban. Baroja escribe: “Allá cerca el campo yermo se coloreaba por el sol poniente con una amarillez tétrica”, pues en Camino de perfección el novelista hace gala de un pesimismo brutal y sin aparente razón de ser, que se manifiesta solo porque sí o que, como mucho, obedece a una cuestión de pura estética: “El interior de la iglesia estaba revocado con una torpeza e ignorancia repulsivas”. Ambas primeras novelas muestran también un gran interés por las zonas rurales de España, y, claro, lo que más les llama la atención a ambos autores es la situación de terrible abandono económico y cultural en que viven sus habitantes.
Son novelas de distintos prosistas pero que presentan el mismo impulso motor, el mismo objetivo general e incluso la misma estructura, pues el interés febril de sus protagonistas por asuntos importante (por la religión, por la literatura, por la política) pasa enseguida, ya en los primeros capítulos, a convertirse, tanto en el caso de Fernando Osorio como en el de Antonio Azorín, en radical desapego. Son dos novelas primerizas que coinciden también en mostrar escasísimo interés por el argumento, por seguir el desarrollo de una acción principal, ya que, si acaso, los argumentos consisten en ambos casos en explicarnos la evolución espiritual, sicológica que experimentan los protagonistas. Estos dos autores son también almas gemelas por el común impulso transgresor que los conduce a romper con la tradición, porque más que un hilo argumental, lo que presentan ambos libros es una serie de secuencias autosuficientes, de coloridas y llamativas estampas costumbristas sobre las ciudades y los pueblos de España por los que Fernando y Antonio discurren.