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«Agostino», de Alberto Moravia: travesía por la agonía de un chico en su temprana adolescencia

Horacio Otheguy Riveira.

Agostino: 13 años. Padre muerto. Hijo único junto a una madre aún joven, sensual, que, en su presencia, y mientras disfrutan de la placidez de un verano en la playa, es conquistada por un joven apuesto. El niño se incomoda, al tiempo que descubre por vez primera que su hermosa madre es una mujer, y por tanto su primer encuentro con la atracción sexual, absolutamente inesperada. Celos. Revolución hormonal. Crisis social inevitable al salir también de su área de confort frente a muchachos desclasados.

Vive en un ambiente de clase media, que para los chicos pobres de su edad es propio de gente rica que él exagera (“tenemos 20 habitaciones y damos muchas fiestas”), por azar conoce a pícaros ladrones de frutas con los que descubrirá no pocas humillaciones de chaval ingenuo, que nada sabe de las relaciones sexuales entre hombres y mujeres, y a punto está de caer en manos de un pederasta. La iniciación a la vida exterior de su tranquilo verano se ve expuesta a no pocos peligros, y muchos deseos como el de entrar de lleno en la plenitud de “alguna” prostituta que ha de conformarse con entrever a través de una ventana…

Comienzo de una nueva vida con la excitación y el desasosiego de una edad más angustiosa que divertida, de escasa comprensión por parte de los adultos que le rodean. Si bien, la madre de Agostino hará todo lo posible por ayudarle cuando le pide que deje de tratarle como un niño…

Una novela breve de gran alcance por la precisión con que describe una agonía universal del cambio más drástico y complejo de la existencia humana, en este caso masculina. Publicada en 1944, fue llevada al cine en 1962 por Mauro Bolognini.

Ingrid Thulin, una de las musas de Ingmar Bergman, encarna a la perfección el encanto sensual inconsciente de una madre viuda frente a su hijo de 13 años, que en ella descubre dolorosamente la subyugante sensualidad femenina…

«[…] Y así, muy a disgusto, Agostino se encontró sentado junto a su madre y frente al joven, que remaba.

Siempre había visto a su madre del mismo modo, como una mujer digna, serena, discreta. Por eso le causó gran extrañeza observar, durante la excursión, un cambio no solo en sus maneras y en su conversación, sino incluso en su persona. Era casi como si no fuera la mujer de antes. En cuanto se hicieron a la mar, ella inició una curiosa e intensa conversación con una frase mordaz y una indirecta del todo incomprensible para Agostino. Se refería, por lo que pudo entender Agostino, a una amiga del joven que tenía un pretendiente más afortunado y agradecido que el propio joven. Pero se trataba solo de un pretexto. Luego, la conversación prosiguió insinuante, insistente, traviesa, maliciosa. De los dos, la madre era la que parecía la más agresiva y, al mismo tiempo, la más vulnerable. El joven, por su parte, se dedicaba a responder con una calma casi irónica, como seguro de sí mismo. La madre, a ratos, parecía descontenta e incluso airada con el joven, y esto alegraba a Agostino. Pero inmediatamente después, para su desilusión, una frase halagadora de ella destruía esa primera impresión, o bien la madre lanzaba al joven, con tono resentido, una retahíla de oscuras recriminaciones. Pero, en lugar de verlo ofendido, Agostino advertía en el rostro del muchacho una expresión de vanidad fatua, y concluía que esos reproches no lo eran en realidad, sino que escondían un mensaje afectuoso que él no era capaz de captar. […] En cuanto se alejaron lo suficiente de la orilla, el joven propuso a la madre que se bañaran. Entonces, Agostino, que tantas veces había admirado la discreción y la simplicidad con las que ella se deslizaba hacia el agua, no pudo evitar un doloroso asombro al notar los gestos nuevos que ella añadía a aquella acción tan conocida. El joven se había lanzado al agua y había vuelto a salir a flote mientras la madre dudaba, comprobaba con el pie la temperatura del agua y simulaba algo que no se entendía si era temor o reticencia. Se protegía y protestaba mientras se reía y se agarraba con las manos al asiento. Por fin se deslizó de lado, primero un flanco y luego la pierna, con una actitud casi indecente, y se dejó caer de cualquier manera entre los brazos de su compañero. Ambos se sumergieron juntos y juntos regresaron a la superficie. Agostino, encogido en el asiento, vio el rostro sonriente de la madre junto al del joven, moreno y serio, y le pareció que sus mejillas se tocaban. En el agua cristalina podían verse los cuerpos que se agitaban el uno junto al otro, como deseosos de entrelazarse, rozándose con las piernas y las caderas. Agostino los miraba, miraba la playa lejana y sentía que estaba de más, avergonzado. A la vista de su expresión ceñuda, la madre, moviéndose en el agua, por segunda vez en aquella mañana pronunció una frase que humilló y abochornó a Agostino.

—¿Por qué estás tan serio…? ¿No ves lo bonito que es esto? ¡Dios mío, qué hijo tan serio tengo!

Agostino no respondió y se limitó a volver la vista hacia otro lado. El baño duró mucho tiempo, la madre y su compañero jugaban en el agua como dos delfines y parecía que se habían olvidado completamente de él. Finalmente, regresaron. El joven subió al patín con un solo impulso y luego se inclinó para ayudar a subir a la madre, que desde el agua le pedía ayuda. Agostino miraba, vio las manos del joven que, para tirar de la mujer, hundían los dedos en la carne morena…»

Portada de la edición española de 2022. Editorial altamarea.
Soledad y primeras peleas en el descubrimiento de un mundo nuevo que le repele y le atrae sobremanera.

 

«[…] Era menos fuerte y experto que los demás; se cansó enseguida y se dejó arrastrar por la corriente hacia la desembocadura. Muy pronto los muchachos, con sus gritos y alboroto, quedaron a sus espaldas… Por fin, tras pasar un pozo más profundo, una especie de ojo verde en la corriente diáfana, puso los pies en la arena y, luchando contra la fuerza del agua, salió a la orilla. El riachuelo confluía con el mar rizándose y formando como un lomo de agua. Al perder su carácter compacto, la corriente se ensanchaba en abanico, se adelgazaba hasta no ser más que un líquido velo sobre los lisos arenales. El mar se adentraba en el río con ligeras ondas orladas de espuma. Completamente desnudo, Agostino se paseó un poco por aquellas arenas tiernas, disfrutaba imprimiendo con fuerza sus pies en ellas y viendo el agua que afloraba de inmediato e inundaba las hormas. Sentía ahora un vago y desesperado deseo de cruzar el río y alejarse a lo largo el litoral, dejando tras de sí a los muchachos…»

Alberto Moravia, seudónimo de Alberto Pincherle, escritor italiano nacido en Roma en 1907. Cuando era joven y mientras se recuperaba de una tuberculosis, comenzó a escribir acerca de las dificultades morales de las personas socialmente alienadas y atrapadas por las circunstancias. Sus trabajos se caracterizan por un estilo austero y realista. Murió en 1990, tras una obra apasionante en la que ha desarrollado una mirada profunda de acontecimientos sociales con grandes personajes de ambos sexos. En cuentos y novelas, muchos de las cuales se llevaron al cine.

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