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«Haciendo tiempo», de Jesús Munárriz

Por Jorge de Arco.

A la amplia y diversa obra de Jesús Munárriz, se suma ahora Haciendo tiempo (Huerga & Fierro. Madrid, 2023). Son una treintena de poemarios los ya editados por el autor donostiarra, al margen de su amplísima tarea como antólogo y traductor (Hölderlin, Goethe, Rilke, Celan, Shakespeare, Donne, Keats, Wilde, Stevenson, Baudelaire, Schwob, Valéry, Éluard, Bonnefoy, Pessoa, Andrade, Júdice…).

En Peaje para el alba, antología que reunía su producción de 1972 a 2000, confesaba el propio Munárriz, a modo de poética: “Cuanto más conseguido esté el poema, cuanto mejor escrito, es decir, cuanto más se adecúen entre sí lo dicho y la manera de decirlo, más eficaz será su llegada al lector, más despertará su imaginación y se grabará en su memoria. Más veces volveremos a él”.

Desde esa premisa, su quehacer se ha mantenido fiel y constante a la hora de elaborar una poesía de todo y para todos, en donde el ritmo, la rima, la simbología… fueran capaces de alcanzar y conmover a todo aquel que se asomara a sus versos. Como éstos, recogidos en la citada compilación, y que bien sirven como declaración de intenciones de su propia lirica:

Pocas palabras. Sólo las precisas.
Materia adentro, corazón arriba,
alma adelante. Sólo las amadas.
Pocas palabras. Todas encendidas. 

En este nuevo volumen que me ocupa, su verbo vuelve a demorarse en una atenta contemplación de un entorno sociocultural del que extrae buena parte de la materia temática. De ahí que, su conjunto, derive en un decir solidario, ajeno al hermetismo y sobrado de sabia musicalidad.

Su verso directo, dialogante, permite seguir muy de cerca el mensaje subyacente al par de sus textos, a la vez que entender cuál es realidad que circunda su yo y su circunstancia:

Visto con perspectiva,
sólo importa lo mínimo,
lo cercano,
lo íntimo,
lo que queda en nosotros
de los otros
y lo que de nosotros
quedará en los demás. 

Sólo importa
el latido
compartido.

La elasticidad de estos poemas, su variada condición, dejan paso, a su vez, a instantes donde el conocimiento, lo empírico, brotan de manera intuitiva y racional, dejando al descubierto una aceptación de cómo lo versal traza un orden sustantivo, una dimensión que limita con lo trascendente. Por eso, tras lo oculto quedan también escenas de asombro. Y tras lo terrenal, despunten instantes de acentuado y metafórico humanismo:

Llegadas al desvío, las aguas del arroyo
penetran o se apartan.

(…)

Fusionadas en la corriente única
se encaminan unidas a su provisional
destino: el río, el mar,
a su eterno retorno a la nube y la lluvia,
a nuevos horizontes,
a fluir sin fin. 

Dividido en seis apartados, “Noche y día”, “Gentes”, “Materiales”, “Con una sonrisa”, “Variopintos” y “Punto y aparte”, el poemario sostiene entre sus paginas la dicotomía de lo sarcástico (“Traidoras, ¡cómo cabrean/ cómo enfadan, cómo afean,/ tan malvadas, tan ingratas,/ las erratas, las erratas”) y el dolor de la memoria (“… Paso por la esquina/ en este diciembre frío de Madrid y vuelve la historia/ y vuelven los obuses, vuelven los disparos y vuelve la sangre…”).

Además, hay una sugestiva interacción entre la voz de lo mortal (“Últimamente me andan visitando/ los amigos difuntos./ Uno una noche, otra noche otro,/ aparecen, reviven/ momentos compartidos, me acompañan”) y el amarillear de una vieja fotografía (“Ahí quedamos, en el papel,/ en blanco y negro,/ inmóviles, impávidos/ mientras el tiempo roe/ nuestro fugaz futuro/ con su zapa”.)

Al cabo, un volumen que abrocha una summa vitalista, de acento crítico y existencial, cuya voluntad comunicativa converge en el anhelo y la nostalgia. Y el humano compromiso con el verso y el oficio poéticos:

Yo sólo sé escribir de lo que pasa,
de lo que ocurre en casa
y a nuestro alrededor;
no me inspira lo ambiguo, sí el detalle,
la vida de la calle
y del mundo exterior.

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