«El fulgor de las aguas entre los árboles», de Isabel Montero Garrido
Por Marina Casado.
Adentrarse en el último poemario de Isabel Montero Garrido es una experiencia similar a la de sumergirse en una piscina y abrir los ojos y escuchar el silencio, habitar un espacio que es paréntesis de la realidad, conexión con la propia alma. Mientras leo El fulgor de las aguas entre los árboles (Mahalta, 2023), el tiempo parece detenerse, como si toda la obra fuera un mismo momento desgranado en partículas de luz. La luz siempre presente en cada poema, en el agua, en la alcoba, en la casa de enfrente, en el camino emprendido por la voz lírica cuando comienza confesando: “sé que salí de lo oscuro / de una forma inevitable”. La luz que también se posa sobre el cuerpo amado, que forma una unidad con el propio cuerpo, porque el amor y el erotismo que se desprenden de los poemas reflejan pureza, verdad, hondura.
En esa serenidad amorosa hay una conexión profunda con la naturaleza. En su magnífico prólogo, afirma muy acertadamente la periodista Raquel Pérez que esa naturaleza “sirve de extensión de la identidad del sujeto poético”. Y así, el yo lírico llega a identificarse con los árboles: “somos árboles anclados a la tierra”. Los árboles se convierten en un elemento fundamental de la obra, ya desde el título, quizá porque, igual que las personas, “se mueven al ritmo de la vida / se mueven al ritmo de la muerte y su / interpretación”. Son los protagonistas de instantes en los que se concentra un delicadísimo erotismo: “caían las hojas de los árboles / sobre nuestras espaldas”. Esta comunión con la naturaleza llega a posarse en el umbral del misticismo: “sobre la hierba ocurrió el milagro / el espíritu se eleva y no somos nosotros / estamos en ti”.
De nuevo aludo a las palabras de la prologuista, que señalan un “anhelo indefinible, sin objeto determinado”. El objeto podría ser, tal vez, lo que Luis Cernuda llamó “el tiempo de los dioses”, tan diferente al de los hombres, que pasan por la tierra como estrellas fugaces. “Lo humano no es eterno”, escribe la poeta, que busca, sin saberlo, la eternidad, porque “al fin y al cabo fuimos construidos con barro”. La eternidad o, en sus propias palabras: el infinito. Una palabra que se repite en gran parte de los poemas que componen la obra o que se traduce en una mirada hacia el cielo, hacia el mar o hacia la línea del horizonte: “y el ruido del mar a lo lejos / infinito y su inmensidad / me llena de gloria”. De gloria y de una paz que también describe como “infinita”. Igual que si el sujeto lírico hubiera alcanzado por fin un estado largamente añorado en otro tiempo, porque algunos poemas aluden a la sombra del dolor como un obstáculo pretérito e inolvidable: “quizá la tierra nos parezca dura / para descansar […] / ¿pero qué es eso comparado con el daño? / el daño que hubo laceraba la carne”.
Los lobos constituyen también un símbolo del dolor superado: “una noche escuchamos aullidos / de lobos encendimos un fuego / y las brasas espantaron el sonido del miedo”, “el lugar en el que los lobos aullaron / es hoy ámbito para el sosiego”. Se incide en ese estado de serenidad presente en el que la voz lírica es una unidad junto al cuerpo amado y la naturaleza. Y desde esa serenidad puede mirar al infinito y hacerse preguntas, alargar sus raíces como un árbol para llegar a la verdad: “raíces que se expanden / en busca de las aguas del centro de la Tierra / ahondando en lo profundo”.
La autora prescinde de los signos de puntuación para lograr un ritmo constante, como un flujo de agua o de luz, conectado con esa naturaleza primigenia que está por encima de lo humano. Compone imágenes hondas y delicadísimas –“hay nieve en el corazón del mundo”– que solo podrían escribirse desde una sensibilidad profunda, desde una mirada distinta, la mirada de un verdadero poeta, que para los románticos era el encargado de traducir a los hombres el lenguaje de la naturaleza. La presente obra es, sin duda, la demostración de que Isabel Montero Garrido ha alcanzado una madurez poética que abre puertas a mundos frágiles y preciosos: aquellos que nos habitan por dentro, aquellos que soñamos habitar.
El fulgor de las aguas entre los árboles
Mahalta, 2023
Isabel Montero Garrido
muy lindo poema transmite la serenidad que hay con la naturaleza es un poema que deberia ser muy reconocido