Blackbird: historia de «una niña con apetencias sospechosamente adultas»
Horacio Otheguy Riveira.
Una niña de 12 años en brazos de un hombre de 40. El atropello, el abuso, el despertar del placer sexual en un ser que empieza a andar a ciegas por la vida. Antes de tener la regla se inicia en lo que un juez acabará sentenciando: «Una niña con apetencias sospechosamente adultas». La falocracia del poder y la imagen primitiva de que tras todo abuso sexual no puede haber placer por parte de la víctima, cuando precisamente aquella acción inaugura un estallido de sentimientos y sensaciones latentes, y entre todo ello una corriente de amor de la que no podrá despegarse.
Blackbird, del escocés David Harrower (Edimburgo, 1966), se estrenó en 2005. Desde entonces, también en España por otras Compañías teatrales, ha recorrido mundo. Se comprende por lo delicado del tema, pero más aún por la dinámica escénica desarrollada en un texto que absorbió documentación internacional y la convirtió en una pieza con monólogo femenino intenso, delicado, violento, y diálogos agiles, eficaces, con quien fuera su amante, de tal manera que los personajes nos entregan sus obsesiones y nos detallan los episodios vividos durante la seducción (en la casa familiar de la niña), el descubrimiento y la vertiginosa explosión de los sentidos, así como la posterior existencia de la muchacha perdida y su vida adulta —racionalmente incomprensible— sumergidos en una experiencia sellada por una falta profunda de libertad de elección, como si todo movimiento, el mínimo deseo de cambio, estuviera lastrado por severos mandatos surgidos de aquellos episodios.
De hecho, la obra comienza con el reencuentro adulto de ambos, quince años después, por un afán de la todavía joven, de enfrentarse cara a cara a quien odia y tal vez siga deseando, o quizá incluso continúe amando.
El tantas veces aplaudido dominio de las artes escénicas por parte de Fernando Sansegundo (1) logra con esta dirección una atmósfera de intriga y desolación, dentro de un crecimiento dramático sin desmayo hasta dar con un sorprendente final que da nuevas pautas para que los espectadores debatan, se hagan nuevas preguntas, y sobre todo se aflijan ante el terrorífico clímax vital de quienes resultan atrapados de por vida por un trauma, no ya sospechosamente adulto, sino decididamente criminal. Trabaja el director en gran alianza con la formidable adaptación de un dramaturgo siempre interesante como José Manuel Mora.
Una función perturbadora, al tiempo que con una plasticidad teatral de raigambre clásica.
En este círculo de alta tensión con ritmo policiaco, resulta clave la entrega emocional de la protagonista, un trabajo admirable de Alba Alonso, en quien el autor puso no solo todo el acento del drama, sino que lo nutrió de matices con los que podemos ver a la chiquilla y la mujer en momentos cruciales de su experiencia de vida, con una ola de sensualidad que ataca y resuelve el conflicto principal: la criminalidad que sucede al forzar y forjar unos sentimientos para los que ninguna criatura está preparada.
A su lado, Juanma Gómez resuelve el difícil papel de aquel irresponsable que se dejó llevar por un deseo compulsivo y que hoy sospechamos cínico, con apariencia de víctima en todo momento, aunque mantenemos siempre el interés de saber qué puede suceder en el definitivo reencuentro. Especialmente difícil papel por cuanto tiene de receptor pasivo, con menos texto, pero mucha duda corporal, lo que calla en un juego sórdido de embustes y compulsiones.
La obra permite que ambos se muevan entre nosotros (dada la cercanía que permite la sala) y nos conmuevan, inquieten, irriten… y en definitiva provoquen nuevas miradas hacia la turbulencia de hechos que invaden a diario los medios de comunicación, ya que no hay día en que no surjan noticias de abusos en colegios públicos y privados con mayor incidencia en instituciones religiosas sobre menores de ambos sexos, cuando no en familias con el doble abuso de autoridad. Esta historia basada en muchos hechos reales profundiza y enriquece el tema ideológica y poéticamente, dentro de una sobresaliente riqueza escénica.
« […] RAY ¿Te acuerdas de los códigos, de las señales que nos inventamos para poder encontrarnos? Simplemente para poder hablar. Para estar juntos a solas.
¿Te acuerdas?
Llamaba a la casa de tus padres.
Un timbre
UNA quería decir que estabas solo.
RAY Y entonces aparcaba el coche a la derecha.
UNA Sí. Ya no me acordaba. Y allí estabas tú para encontrarte conmigo. En el parque.
RAY Era el único lugar en el que nos podíamos encontrar.
UNA La primera vez me sentí tan feliz sabiendo que estarías allí. Y me fui corriendo. Porque eras mío. Estabas sentado en un banco leyendo el periódico. Y lo primero que me dijiste fue que no me sentara a tu lado. Que tenía que pasar de largo y que yo sabía porqué.
RAY Era ridículo. El lugar menos apropiado para encontrarnos. Pero no lo pensé.
No, yo era absolutamente incapaz de pensar. No sabía lo que me estaba pasando. Y tú
UNA Me metí en los arbustos.
RAY Desapareciste. Y empezaste a llamarme: Ray. Ven Ray… `
[…] Ya me habían visto, pero todavía lo podía explicar. Hasta ese momento me hubieran creído. Podría haberme alejado y haber puesto fin a todo.
UNA Pero no lo hiciste…».
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(1) Otras creaciones de Fernando Sansegundo en CULTURAMAS:
Navidad en casa de los Cupiello (actor)
El ángel exterminador (dramaturgia)
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Reparto: Alba Alonso, Juanma Gómez
Con la colaboración especial de Alba Bersabé
Producción Arte&Desmayo, DDHFilms, Alba Alonso
Dirección Fernando Sansegundo
Autor David Harrower
Adaptación José Manuel Mora
Escenografía e iluminación Javier Botella
Fotografía y Diseño gráfico Daniel Dicenta Herrera
Prensa y comunicación MGC&Co. (Marian Gómez Campoy)
TEATRO ARTE&DESMAYO DESDE EL 8 DE SEPTIEMBRE