10 libros escritos bajo influencia de drogas
Existe un añejo debate entre si el uso de drogas psicoactivas puede potenciar los alcances de un escritor, favoreciendo su prosa o su poesía, llevándolo a jardines alternativos de realidad donde puede fluir el Logos de forma cristalina (lengua crisálida) o si alterar los sentidos es siempre un embotamiento de la lucidez concienzuda y permanente de quien encuentra la claridad en la esencia inalterable de las cosas. La respuesta es sí. Evidentemente utilizar ciertas sustancias químicas o naturales como en cbd shop España puede aguzar el hemisferio cerebral encargado de procesar el lenguaje, llegando a veces a la hiperestesia del verbo. También es evidente que para muchas personas —psiques únicas— consumir drogas puede distorsionar su percepción y el abuso incluso puede hacerles perder la magia natural. De cualquier forma la relación entre las drogas y la literatura es estrecha y en sí misma históricamente estimulante. Las palabras, como los porros o los ácidos, también son drogas.
Para fines prácticos no clasificamos el alcohol como una droga (aunque es una de las más letales) y no incluiremos entonces libros de Hemingway, Faulkner, Poe o Joyce, quienes escribieron sobre ríos etílicos líneas inmortales. Tampoco incluiremos a antiguos bardos que seguramente pudieron haber escrito libros imperecederos bajo la influencia de psictrópicos —como es el caso de William Shakespeare, quien al parecer consumía marihuana y nuez moscada— ya que es difícil determinar qué libros fueron compuestos bajo esta hipotética influencia. Difícil también es precisar en algunos casos la influencia de ciertas sustancias en algunos escritores en épocas en que los tabloides y los paparazzis no acosaban tanto a los famosos.
Vale aclarar que no incluimos algún libro de Phillip K. Dick, a nuestro juicio parte de la historia de lo mejor de la literatura, ya que Dick, pese a la creencia común, desdeñó la influencia de las drogas para escribir, si bien lo hizo en sus primeras novelas tomando anfetaminas, llegando a escribir hasta 65 páginas al día en un duro trance económico. Tampoco incluimos a Ginsberg, cuyo poema Howl es emblemático en cuanto a la relación de las drogas y la literatura, porque Ginsberg, quien alabó al LSD como fuente creativa, no tomó esta sustancia hasta después de componer su épica. Tampoco incluimos Infinite Jest, de David Foster Wallace, novela ciertamente impulsada por el uso de antidepresivos y el síndrome de abstinencia, ya que aunque los antidepresivos son sustancias psicoactivas, cualquier junkie nos diría que estamos tomando al toro por el rabo.
Es importante mencionar también la influencia que tuvo la mescalina en la creación del Teatro de la Crueldad de Antonin Artaud o en la poesía de Henry Micheaux. El opio en la obra de Jean Cocteau y en el Diario de un Inglés Comedor de Opio de De Quincey, el cual en buena medida fue redactado en una etapa de desintoxicación. Igualmente los libros de Aleister Crowley, que para muchos no se consideran gran literatura, pero que por momentos acarician cimas que pocas conciencias podrían siquiera imaginar, y que fueron escritos bajo la influencia del hachís, el opio y la mescalina, sustancia que Crowley introdujo en Europa entre artistas e intelectuales. También podrían mencionarse los libros de neurociencia de Tim Leary y de John Lilly, que quizás son parte del mainstream de la literatura pero que contienen una energía informativa descomunal. Por último, dos cuasi clásicos de la literatura bajo la influencia: Fear and Loathing in Las Vegas, del escritor gonzo Hunter S. Thompson, y One Flew Over the Cuckoos Nest, que Ken Kesey escribió tomando mescalina durante su trabajo nocturno como vigilante en un hospital.
Compartimos esta imagen de textos notables escritos bajo la influencia de alguna droga:
Es evidente que estas listas son totalmente arbitrarias y poco concluyentes, reflejan a lo mucho un estilo, naipes volando en nuestro cerebro. Sin un orden jerárquico en particular, la lista de los mejores libros o textos literarios escritos bajo la influencia de las drogas:
Dr Jekyll and Mr. Hyde- En uno de los casos clásicos de escribir colocado, en ese tren neuronal de nieve o de diamante, Robert Louis Stevenson, el genial escritor escocés, compuso esta indeleble novela psicológica bajo la influencia de la cocaína. Según su hijo adpotivo, Lloyd Osborne, Stevenson escribió esta novela, que nació de una pesadilla, en seis días con la asistencia de la cocaína. “El mero hecho físico fue tremendo, y en vez de dañarlo, lo levantó y alegró inexpresablemente”, escribió Osborne. Stevenson, atleta de la palabra encantada, debe en cierta forma a “la caspa del diablo” su esquizo hechizo que aún pende sobre la mente humana.
On the Road- Los escritores beats son lo que le sucede a los poetas malditos si escuchan rock y jazz y viven en los grandes espacios de Estados Unidos, encontrando la naturaleza, porque antes habían sido programados por el consumismo y tenían que huir. Jack Kerouac revolucióno en los cincuenta la forma de escribir prosa, con un nuevo stream of consciousness que llamó prosa espontánea, como pasar un espejo adentro del cerebro, solo que encendido por el ritmo de la benzedrina y el cannabis y por supuesto el alcohol, que finalmente llevó a una muerte prematura a este gran escritor. En On the Road Kerouac, entrando a su ritmo itinerante, a su amplia cadencia que se extiende por todo Estados Unidos, buscando chicas, drogas y conciencia, relata las aventuras de su amigo beat Neal Cassidy, el enfant terrible de los beats, cuya vida superó su obra. No son pocas las drogas adentro del libro y afuera. Pero ciertamente la benzedrina —afuera— y el cannabis —dentro— predominan. No olvidemos, por ciero, la novela Dharma Bums, donde Kerouac nos lleva a un viaje de la nueva droga del momento en Estados Unidos, el budismo, y sus joyas relumbrantes de conciencia en montañas transparentes donde el guía es Gary Snyder, la soledad y el cielo.
Las Puertas de la Percepción– El libro clásico de todo adolescente que busca internarse en los caminos de la conciencia alterada y penetrar el palacio de la sabiduría, por cualquier puerta que sea, y dormir con la princesa de la eternidad depurada. Huxley escribió este texto, junto con su apéndice “Cielo e Infierno”, después de haber experimentado con la mescalina. Junto con Los Paraísos Artificiales, Las Confesiones de un Inglés Comedor de Opio o Junkie, este libro es una de las más ricas descripciones del efecto de las drogas, la sensualidad caleidoscópica, las modulaciones de la conciencia, los colores de la música y las visiones ultraterrenas que se arremolinan. En este texto Huxley no solo analiza lo que le sucede al cerebro y a la percepción durante una ingesta de mescalina, analiza también la relación entre el arte, las sustancias psicodélicas y la producción de visiones a través de otros medios, como el ayuno, la pirotecnia o las flagelaciones.
Gravitiy’s Rainbow– Aunque en el caso de Thomas Pynchon sabemos quizás menos de lo que sabemos de escritores mucho más viejos (ya que Pynchon se ha mentenido con admirable destreza fuera de los reflectores personales), es evidente que el cannabis es una poderosa influencia en su literatura. En los años 60 y principios de los 70 Pynchon vivió en México, donde, por su bigote y por su hábito de fumar marihuana, recibió el apodo de “Pancho Villa”. El amor por la ganja de Pynchon atraviesa todas sus novelas, evidentemente las que se ambientan en los sesenta, dentro de la cultura hippie, pero también tenemos un episodio en Mason & Dixon, en el siglo 18, donde George Washington fuma un porro con Mason y Dixon mientras su esposa Martha prepara los munchies. En algún lugar recóndito del Internet leímos hace unos años que Pynchon había dicho que después de fumar marihuana había empezado a recibir una especie de comunicación telepática: la paranoia cósmica (ver Smoking Dope with Thoman Pynchon). En Gravity’s Rainbow vemos cómo el hachís es parte fundamental de la gran comedia cósmica de Tyrone Slothrop —el agente que encuentra un paquete de dicho opiáceo y cuyas erecciones determinan, en una esoterrorista geografía, los lugares donde caerán las bombas, un sello de la casa a través del cual reconocemos el talante de Pynchon, su talento de empujar la realidad más allá.
Las libros de Stephen King de 1979 a 1987- La prolijidad de King ha dado más películas que casi ninguna otra pluma —escribiendo como un adicto. A veces también ha rozado alturas insospechadas. Quizás King se ganó un lugar en esta lista cuando dijo: “No me acuerdo qué escribí durante ese periódo”, haciendo referencia a su severo uso de la cocaína, en la década de la testosterona y la cocaína. King fue el rey de ese terror.
The Iluminatus! Trilogy – Uno de los mejores libros que seguramente no has leído: la épica novela cósmica de Robert Anton Wilson sobre la precepción alterada, la iniciación perpetua del universo, las sociedades secretas, la cultura psicodélica y el encantamiento del fin del mundo (esa esquina que estamos siempre doblando desde el principio de la historia). Anton Wilson escribió este libro por varios años con la colaboración de Robet Shea, años durantes los cuales Wilson, gran amigo de Tim Leary, consumió marihuana, peyote, hongos, DMT, LSD y otras sustancias. Como documentamos en nuestro Top 10 Drogas en la Ciencia Ficción, en esta novela Anton Wilson crea una droga que se llama Aum, desarrolada por el Frente de Liberación de Eris, un subgrupo de los Discordianos. La droga está compuesta por extracto de cáñamo, ARN, heroína, cocaína y LSD. La heroína produce ansiedad, el ARN estimula la creatividad, el cáñamo (o hemp) y el LSD abren la mente a la alegría y la cocaína estimula el pensamiento y la actividad.
“Estaba viendo mi colección de fotos de Weishaupt y Washington en la pared cuando el platillo apareció volando afuera de mi ventana. No es necesario decir que no me sorprendió mucho. Había guardado un poco de AUM después de Chicago, contrario a las instrucciones del ELF y me había dosificado. Después de conocer al Dealer Lama y a Malaclypse the Elder y ver al demente de Celine hablando con gorilas, asumí que mi mente estaba en el punto de receptividad en el que el AUM detonaría algo verdaderamente original. El OVNI en realidad fue un poco una decepción; tanta gente los había visto ya y yo estaba listo para ver algo nunca visto o imaginado. Me dececpioné más aún cuando me hipnotizaron y subieron abordo y encontre en vez de unos marcianos o una Delegación de Insectos de la Galaxia del Cangrejo, a Hagbard Celine, a Stella Maris y otros más del submarino Leif Erikson”.
Naked Lunch- Es difícil escoger una novela del genial escritor beat William Burroughs, el máximo exponente de la relación entre las drogas y la literatura. El hombre “que tenía un millón de dólares dentro de su brazo” en heroína, maverick también de la marihuana (que usaba para corregir textos o hacer cut-up), de la ayahuasca —que documentó en su fantasía en Madagsacar con fanstasmas lemurianos Fantasma Accidental— y del DMT. Burroughs escribió permanentemente sobre las drogas, llegando en ocasiones a dimensiones de la más alta bizarría, pero siempre sabiendo surfear esas olas de gelatina alienígena.
Burroughs también creó varias sustancias fantásticas, como es el caso del famoso “polvo de bichos”. En Naked Lunch el protagonista William Lee (avatar del mismo Burroughs) se vuelve adicto a esta sustancia. Cuando Lee es arrestado por la policía cree que esta alucinando por la sobrexposición al “bug powder”. Lee cree que es un agente secreto y su controlador (un insecto gigante) le asigna la misión de matar a su esposa, quien según el insecto es un agente de la Interzone Inc. Sin hacer caso, Lee regresa a su casa y encuentra a su esposa durmiendo con un amigo escritor suyo. Lee en su rutina de William Tell le dispara a su esposa cumpliendo involuntariamente el programa del Insecto Gigante.
El bug powder (como la ketamina) al parecer mejora la experiencia sexual en las mujeres y produce un “éxtasis kafkiano” (track Bug Powder Dust, de Bomb D’Bass, Kruder & Dorfmeister Remix).
Los Paraísos Artificiales- El clásico de Charles Baudelaire, donde se revela miembro honorario de la orden de los Asesinos (los hassasin, la milenaria agencia mística de fumadores de hachís) y avezado psiconauta (surfeando por las cordilleras holográficas del Parnaso con Dionisio y sus ubérrimas amigas). En una de las mejores expresiones del dandismo, este libro recorre, regodeándose, los sublimes placeres del hachís y de otras sustancias como el laudano, caro a Baudelaire, quien se entregó a lo que entonces era visto como el “diablo” o fumar diablo. Aunque parte de otro libro, es atinado recordar la visión baudelairiana para combatir el ennui:
“Para no padecer el horrible fardo del tiempo que quiebra los hombros y los inclina hacia el suelo, uno debe embriagarse infatigablemente. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía, de virtud, de lo que sea. Pero embriagarse”.
Y en los Paraísos Artificiales, esta preclara visión —luego retomada por Jung— de relacionar la búsqueda que se emprende alterando la conciencia con la religiosidad: “Los vicios del hombre constituyen la prueba de su ansia de infinitud”.
“¡Me he convertido en Dios!”, exclama Baudelaire en el cénit del viaje compartiendo la experiencia fundamental del viaje psicodélico.
“Si se abordara la auténtica transgresión, la divina, no habría viaje de vuelta; el Paraíso de verdad es puro presente, y por lo tanto incompatible con la memoria”.
Kubla Khan– Este poema es altamente significativo porque Samuel Taylor Cooleridge lo escribió en un sueño de opio. Sobre estos versos oníricos el poeta inglés escribió a un amigo:
“Me gustaría mucho, como Vishnu, flotar sobre un océano infinito mecido en la flor de Loto y despertar una vez en millones de años solo por unos minutos —solo para saber que dormiré otro millón de años más […]. Puedo, en ocasiones, sentir con fuerza estas bellezas que describes, en sí mismas —pero es más frecuente que todas las cosas aparezcan pequeñas— todo el conocimiento que puede ser adquirido un juego de niños —el universo mismo— qué sino un fardo inmenso de cosas pequeñas […].Mi mente se siente como si estuviera deseando tener y conocer algo grande —algo uno e indivisible— y es solo en la fe que las piedras o cascadas, montañas o cavernas, me dan el sentido de lo sublime y majestuoso”.
La Nausea- Además de ser adicto a las anfetaminas (como Hitler y Kennedy), Jean Paul Sartre experimentó en 1935 con la mescalina (mescalina y speed: ubicuidad de crustáceos), una sustancia que le hizo ver langostas gigantes y que probó ser una gran influencia en su concepción de la novela La Náusea, capital en el existencialismo, escenario mismo del movimiento de esta corriente en una narración lindante con el ensayo filosófico que estremece la mente de los lectores. Roquetin, el personaje hiper analítico, presencia cómo el agua cae de sus manos y la vida se escapa, en un exceso de lucidez que recuerda a la conciencia de la mescalina en su asombro existencial. La diferencia es que el peyotero ve en la gota que cae la vida y Sartre vio la muerte.