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«En el alfabeto del tiempo», de Faustino Lobato

Foto: Alejandro Huyro

Por Jesús Cárdenas.

No podemos acelerar el tránsito de los acontecimientos, pero sin querer lo hacemos. La vida forma parte inherente al principal de esos acontecimientos. La fugacidad de la belleza y el efímero paso por los placeres mundanales nos devuelven nuestro sentido más auténtico: somos y estamos aquí. Estas y otras interrogantes y pensamientos nos atraviesan en el último libro, En el alfabeto del tiempo, de Faustino Lobato (Almendralejo, 1952).

Publicado en la editorial Olé Libros, se acompaña de una estupenda audición del libro. El título no deja lugar a dudas: la tensión temporal del ser. La cita que emplea de Borges no puede ser más ilustrativa: “Porque estamos hechos, no de carne y hueso, / sino de tiempo, de fugacidad, / cuya metáfora inmediata es el agua”. Como advierte tan atinadamente, en los prolegómenos, el escritor José Antonio Olmedo López-Amor: “el valor de la palabra poética alcanza en el discurso de Lobato la categoría de vehículo de redención”. Es cierto: los lectores sentimos ese halo de paz que nos envuelve tras cada página leída. Por último, en el epílogo de Julio Sánchez Martín, la curación es el efecto producido por las palabras, que guardan la luz. Así nos ofrece la luz que colma de plenitud nuestras almas.

En el alfabeto del tiempo está constituido por cuarenta y tres textos poéticos, agrupados en torno a cinco capítulos. En cuanto a la disposición formal, llama la atención la colocación de un episodio en prosa al comienzo de cada capítulo, de cuyo texto se extractan versos o sintagmas en letra cursiva, estos quedan en las páginas pares, y los poemas, en las páginas impares -aun sobrepasando la extensión de la página-, de cara siempre al lector. Así pues, todo medido, ningún aspecto queda sujeto a los designios que no sean los del autor que aspiran a la belleza.

En el primer apartado vemos la anécdota, la fecha en que sufrió un revés existencial, un amago de no estar (“un día cinco de febrero / de dos mil dieciocho”). El resultado es vivir aprovechando cualquier lapso temporal con el asombro necesario, la emoción perpleja. Salvado el escollo trágico, el poeta pacense se siente optimista (“El tiempo es incapaz / de matar la vida”), y los versos rebosan de vitalidad, actantes, configurando una tabla de salvación (“incapaz de doblegarme, / por encima del desastre”).

En el segundo apartado hay una clara voluntad por acudir a la emoción que guarda el lenguaje (“Evito torpes palabras”), optando por la claridad (“que permite al poema / confundir las horas”) y el intervalo de la mañana que asume la escritura ofreciéndonos la humildad y sencillez de estar (“Hay mañanas / que agradezco estar vivo / sabiendo el regalo de las cosas, / la bondad de una sonrisa”). Así, se opta por uno de los rasgos poéticos que singulariza la poética de Lobato basado en la representación de la claridad, la verdad que simboliza el ámbito que ofrece la luz, fuente de creación en su sentido más espiritual: “Serías el mismo poema / transparente, / limpio, / sencillo”.

En el capítulo central, los dilemas y los interrogantes que ofrece el paso inexorable del tiempo (“Tu nombre resbala por las paredes, / atraviesa los rincones y vuelve / con la herida de no saber”) devienen en ocasiones en el acto de propagar el abismo existencial, o lo que equivale al silencio provocando dolor: “No hay versos, / solo palabras vacías, / poemas / a precio de saldo”.  

En el cuarto capítulo, el más breve de todos, el hallazgo radica en el mismo: “En el centro mismo / de lo que soy, / te descubro”. Lobato nos trae la dicha que protagoniza el nacimiento de Rodrigo: “En este tiempo de vendimias / escribo, interpretando con metáforas, / la muerte y el tiempo”.

Para finalizar, el sentido de la identidad, de sentirse hic et nunc es una medida más para plantarse. La escritura diaria es el mejor bálsamo: “Vigilar, por si un verso, / cualquier verso, / es capaz de curarme / la herida del tiempo”. El penúltimo texto es desolador, titulado “Testamento vital”, pero nos deja las letras eternas que no son frías ni impostadas: “Cuando el verbo me dé forma y siga / en la memoria de los que me amáis, / mantened silencio para que la muerte / me devuelva al lugar de partida”.

En definitiva, En el alfabeto del tiempo forma parte de esos libros que nos hablan de curación de un modo rotundo, bello, transparente y a la par oscuro. Lobato emplea diversos cauces de expresión (verso libre, soneto, poema en prosa), prueba decisiva de que la idea no desvía su principal intención: la curación mediante las palabras. Y así nos ilumina.

 

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