La mancha del alma, Relatos de la traición: narraciones magistrales de Alfonso Hernández Catá
Horacio Otheguy Riveira.
Escritor nacido en España y con doble nacionalidad cubana se presenta tras estos “Relatos de la traición” en una edición modélica, actual, elaborada con admirable cuidado. Firme heredero del francés Guy de Maupassant y el uruguayo Horacio Quiroga, sin olvidar a Pérez Galdós y Pardo Bazán, adquirió una voz propia en el arte de contar historias (cuentos, novelas, obras de teatro), con especial atención a la ética y la moral de sus personajes, protagonistas de diversos grados pasionales por donde transita una ambición desmedida.
Minucioso, catártico, preciosista en la riqueza del lenguaje, al integrar el núcleo de los grandes escritores mencionados vivió intensamente una época de éxito que le facilitó una difusión mundial muy potente, de tal manera que llegó al austrohúngaro Stefan Zweig, quien de inmediato dio curso a presentarle en la gran sociedad literaria europea: “Al expresar a Alfonso Hernández Catá las gracias por su obra, sé que soy el intérprete de millares de seres que se encontraron con él en sus libros”.
Edición y corrección: Alba Aller Martínez, Sara Fernández Oña, Ana Paula García Fá, María García Martín, Rodrigo Gervasi, Ana Gutiérrez Pérez, Milimar López García, Patricia Moriente Domínguez, Giorgia Pracucci, Lucía Rheineck Salem
Los relatos incluidos son: Venganza, Ante el enemigo, Una sonrisa de la suerte, La perla, Hacia Damasco Naufragio, Diócrates, santo. De entre ellos, a continuación, breves extractos para acercarse a este excepcional volumen de relatos, avance de historias de gran dramatismo narradas con la distancia de un refinado observador.
Ante el enemigo
«[…] ¿Ha escrito usted hoy alguna carta?
Sí, la de todos los días, a mamá.
No me refiero a esa: usted tiene una persona en París a quien escribe; es público. ¿Le ha escrito hoy?
Sí.
¿Ha mandado la carta?
No.
¿Pero la ha escrito?
Ya he dicho que sí.
Démela,
No puedo darla: son cosas privadas…
No es el padre quien va a leer: es el general.
No puedo darla.
Mira que eso equivale a confesarte traidor.
Aquel tuteo, aquel tono paternar que por primera vez se mezclaba al interrogatorio, conmovieron al capitán de tal modo que lo hicieron levantarse y tender los brazos. El general lo rechazó, y entonces todos los planes de defensa, todas las precauciones pensadas con astucia durante tantos días, dejaron paso a los sollozos delatores.
Sí, él era el traidor; había empezado a serlo insensiblemente, desde hacía varios años, mucho antes de la guerra: desde que una maldita vez el agregado militar de una embajada le ganó en una partida de bacarat diez mil francos que no pudo pagar…».
Naufragio
«Mientras el trasatlántico se iba separando lentamente del muelle y el alarido de la sirena echaba sobre la multitud pulverizada lluvia, comentábase el repentino amor de la pareja que iban a despedir.
—¡Así sí vale la pena quererse! —suspiraba una muchacha ojerosa.
—El verdadero amor solo surge de raro en raro; lo demás son imitaciones —añadió un profesor calvo de cansada sonrisa.
Y, bajo la toldilla, un grupo formado por el busto hercúleo, contra el cual se apretaba la cabeza femenina envuelta en el velo que fingía flotante cabellera azul, respondía en silencio, afirmativamente, a los comentarios.
Ella era alta, de hermosura violenta, boca de gula y ojos donde hasta los ensueños sugerían formas corporales; él era bello, de fuerza multiplicada en los deportes y de voluntad irritada ante los obstáculos. Había en los dos una exuberancia fisiológica que los hizo tiranos de sus familias desde niños. Faltóles siempre el espacio y el tiempo, y un ansia indómita de ser protagonistas y de usurpar a los otros su parte de botín de la vida envolviolos, a partir de los bancos de la escuela, en una atmósfera de admiración veteada de miedo, y al conocerse luego en el predestinado azar de un baile, fueron el uno hacia el otro, rasgando la multitud, con la fuerza fatal de dos corrientes ávida de unirse.
La fiesta quedó un momento interrumpida. Una hora después se hablaban en el tono alternativamente sumiso e imperioso de la pasión…».
En menos de dos minutos se desnudaron las almas y el egoísmo humano mostró su faz abominable.
No se puede alcanzar el éxito sin traición. O al menos eso creen los personajes de Hernández Catá: un noble que da la espalda a los de su clase por una redención personal, un hombre que mancha sus manos por una perla, un eremita que comete el peor de los pecados por su salvación… Pero todo triunfo sostenido en la deslealtad pronto se revela como mancha del alma, como una agresión contra uno mismo. Y se convierte en un fracaso estrepitoso.
En estos siete relatos Hernández Catá se adentra en los rincones más contradictorios de las relaciones humanas, y muestra su conflictividad sin importar qué formas adquieran. Ya sea hijos frente al padre, artistas contra sus musas, soldados ante la patria o amantes cara a cara con su amor, al final todos acaban enfrentándose a las consecuencias de la traición.
Alfonso Hernández Catá (Aldeadávila de la Ribera, Castilla y León, 1885 – Río de Janeiro, Brasil, 1940) Escritor cubano. En sus novelas y ensayos se aprecia su actitud crítica y especulativa y su espíritu cosmopolita, atraído por los temas sensuales. De su producción cabe destacar las novelas Pelayo González (1909), dedicada a Pérez Galdós, el ensayo Mitología de Martí (1929) y las colecciones de cuentos Cuentos pasionales (1907), Los frutos ácidos (1915) y Los siete pecados (1918).
Hijo de un teniente coronel español y de madre cubana, Alfonso Hernández Catá pasó la infancia en Santiago de Cuba, donde su padre ejercía un puesto en la administración militar. A los dieciséis años se trasladó a España e ingresó en el Colegio de Huérfanos Militares de Toledo, de donde se escapó para instalarse en Madrid y ganarse la vida durante un tiempo como traductor y aprendiz de ebanista. Allí contrajo matrimonio con una hermana del escritor hispano-cubano Alberto Insúa, con quien escribiría diversas piezas teatrales.
Regresó luego a su querida tierra antillana, donde colaboró en algunos periódicos (Diario de la Marina, La Discusión) e ingresó en la carrera diplomática. En 1909 fue cónsul de Cuba en Le Havre (Francia); posteriormente representó a su país en Birmingham (Inglaterra), Santander, Alicante, Madrid y Lisboa, y fue embajador en España, Panamá, Chile y Brasil, donde falleció en 1940 víctima de un accidente aéreo sobre la bahía de Río de Janeiro.
Alfonso Hernández Catá vivió y publicó su obra a caballo entre Cuba, sus destinos diplomáticos y Madrid, donde gozó de gran popularidad durante el período de entreguerras. Enormemente prolífico, dirigió en el Madrid de los años veinte la célebre editorial Mundo Latino y se hizo famoso por una literatura frondosa, barroca y sensual.
Su primer libro, Cuentos pasionales (1907), fue acogido con gran entusiasmo por la crítica, que vio en él a uno de los más refinados literatos americanos del momento. Hernández Catá cultivó todos los géneros literarios, pero donde alcanzó resultados sin duda memorables fue en novelas cortas como La juventud de Aurelio Zaldívar (1912) o El bebedor de lágrimas (1926). También fue autor teatral (Don Luis Mejía, de temática donjuanesca, obra escrita en colaboración con Eduardo Marquina) e hizo patente su nacionalismo en ensayos como Mitología de Martí, una visión literaria del patriota y escritor cubano José Martí que se convirtió en libro emblemático de la joven república. (Semblanza biográfica publicada en Biografías y vidas).
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