Mi crimen (2023), de François Ozon – Crítica
Por José Luis Muñoz.
En François Ozon conviven dos directores muy diferentes, uno capaz de facturar dramas extraordinarios como Frantz, Joven y bonita o Bajo la arena, que me interesa mucho, y otro simplemente evanescente y frívolo, como el de El amante doble, bajo la influencia de Almodóvar, Ocho mujeres o la presente Mi crimen que no me interesa nada quizá porque ni siquiera me divierte.
Mi crimen es un vodevil de trasfondo criminal ambientado en 1935 que gira en torno al asesinato de un productor teatral parisino y entre cuyos principales sospechosos se haya Madeleine Verdier (Nadia Tereszkiewicz), una aspirante a actriz muy joven y atractiva, que es arrestada por la policía. Pauline (Rebecca Marder), su compañera del modesto piso que comparten, se encargará de defenderla en el juicio.
Hay oportunismo en el último film de François Ozon (el crimen es consecuencia del acoso sexual) que no oculta su base teatral que la inspira, la obra de Georges Berr y Louis Verneuil, y cuenta con interpretaciones de lujo como la de Isabelle Huppert (la actriz de cine mudo Odette Chaumette) o el veteranísimo André Dussollier. Podría tomarse Mi crimen como un homenaje al cine norteamericano de Ernst Lubitsch, Billy Wilder o Preston Sturges, pero no le llega a la suela de los zapatos de esos reyes de la comedia de enredo.
El problema del último film de François Ozon es que es largo, me aburre (algo que es muy personal e intransferible), lo olvido incluso cuando lo estoy viendo y me resulta impostado de principio a fin, como The Artist de Michel Hazanavicius que se alzó con el Oscar a la mejor película en la 84 edición. Mi crimen es una burbuja de jabón que no contiene nada en su interior aunque el tema del Me Too colee en su argumento. Decididamente me quedo con el François Ozon de Frantz y Joven y bonita.