Desde Cuba, un lago de los cisnes con la bella y engañosa sonrisa de un cisne negro
Mariano Velasco.
Mientras otras compañías han afrontado en el pasado este clásico de diferente manera, esta versión de El Lago de los Cisnes que presenta en el Teatro EDP Gran Vía de Madrid el Ballet Clásico de Cuba (Camagüey) es de las que asume el reto de dejar los personajes de los cisnes blanco y negro, la bella Odette y su antagonista Odile, en manos de una misma bailarina. Pero claro, no de una bailarina cualquiera, no. De la extraordinaria Rosa María Rodríguez Armengol.
Y bien se puede decir que el resultado aquí es sobresaliente, porque la tan embaucadora sonrisa que la primera bailarina de la compañía cubana mantiene durante todo su espectacular número del cisne negro cumple con creces su doble función: la de engatusar al bueno de Sigfrido, que acaba cayendo en sus redes como si de un imberbe adolescente se tratara, y la de alertar al público sobre el engaño urdido y el trágico destino final que el enamoramiento nos depara.
El engaño. Este y no otro es el argumento, tan teatral, que nos propone desde sus orígenes El lago de los cisnes, una mil veces coreografiada historia a la que puso música Tchaikovsky y que fue estrenada por primera vez en el Teatro Bolshoi de Moscú en 1875, que ya ha llovido sobre el estanque. Y que ahora trae a Madrid el prestigioso Ballet Clásico de Cuba (Camagüey) con un elenco de primerísimo nivel y con una primera bailarina al frente, la mencionada Rosa María Rodríguez Armengol, que aúna técnica, sofisticación, belleza, aplomo y delicadeza en un inusitado juego de equilibrio de fuerzas fácilmente apreciable sin necesidad de ser experto en ballet clásico ni nada. Basta con tener un mínimo de sensibilidad en el cuerpo.
Basada en un cuento de hadas con tintes románticos, el desarrollo de la historia que nos cuenta El Lago de los Cisnes alcanza su máxima intensidad en ese doble juego de identidades que propone, sobre todo en el enfrentamiento entre el bien y el mal que bien puede cohabitar dentro de cada cual, atractivo que se suma al ya de por sí sobrado aliciente de sus bellas y dificilísimas coreografías y lo sublime de la musicalidad del virtuoso compositor ruso. Y ahí mismo es donde reside también su dificultad, en saber trasladar al espectador sin apoyo en texto alguno la profundidad y trascendencia de semejante planteamiento, objetivo que esta versión ve cumplido con creces.
Salvo, tal vez, por ponerle un pero, en el final elegido. Del cual no vamos a desvelar mucho más, porque otra de las principales diferencias entre las distintas versiones que se han hecho reside precisamente en cómo se resuelve la historia, y los finales propuestos van nada menos que desde el triunfo del amor inmortal hasta la tragedia más absoluta, hay donde elegir. De este, que se nos antoja algo descafeinado, solo diremos que parece querer apuntar más hacia un “empate técnico”. Tal vez tenga que ver con ello la falta de protagonismo y peso escénico en pasajes anteriores del hechicero Rothbart, personaje menos aprovechado de lo que merece en esta versión.
En cualquier caso, con tal de disfrutar una vez más de las maravillosas e inmortales coreografías de esta obra maestra de la danza, de la deliciosa música de Tchaikovsky y, sobre todo, dejarse embelesar por la malvada sonrisa de Odile, merece la pena sumergirse en este lago de los cisnes que oculta lo mejor y lo peor del ser humano. Y disfrutar del engaño mientras dure.
El lago de los cisnes
Ballet Clásico de Cuba (Ballet de Camagüey)
Música: P. I. Tchaikovsky
Coreografía: Rafael Saladrigas, sobre el original de Petipa/Ivanov
Dirección General: Regina Balaguer
Diseño Vestuario y Escenografía: Erick Grass
Teatro EDP Gran Vía de Madrid. Del 5 de julio al 6 de agosto de 2023