En el 33 aniversario de la muerte de Manuel Puig: epopeya de un francotirador sentimental
Horacio Otheguy Riveira.
Treinta y tres años ya del prematuro fallecimiento de un escritor nacido en un pueblo de Argentina que llenó la literatura de la época, en pleno “Boom” Latinoamericano, de estilos diversos, combinando cultura popular con su propia experiencia, las vicisitudes totalitarias por las que pasaban los gobiernos de turno y el alma cándida o terrible de hombres y mujeres que vivían entre la angustiosa realidad y la excitante ficción de las salas de cine.
«Nací en General Villegas, un pueblo chico de la Pampa donde no había más que polvo y tierra. (…) En el pueblo, por cierto, había un cinematógrafo; cambiaba programa todos los días. Allí se refugió mi madre; me llevaba con ella. (…) El pueblo era realmente atroz. … Con mamá nos refugiábamos en el m50undo de las comedias musicales de los años treinta; esa era nuestra realidad, mientras que Villegas resultaba un western clase C en el que nos habíamos metido por equivocación. A los trece años pasé a vivir a la ciudad, y descubrí que la crueldad no era privilegio de los pueblos chicos. La vida en Buenos Aires también era una película clase C; para acceder a otras zonas había que ir siempre al cine»
Imbatible, bajo su amable sonrisa; inquebrantable, a pesar de los enemigos del star system intelectual de su época, Manuel Puig, el irónico y amoroso aliado de la divinidad de Hollywood y otros mitos, creó un ámbito literario que cuando al fin conquistó el mundo, millones de lectores que le descubrían tardíamente comprendieron que habían sido atrapados por el sin-sentido de muchos intelectuales, fieles a etiquetas convencionales. Prejuicios de señoritos ante la revelación de una nueva forma de escribir que logró publicarse por primera vez gracias a la intervención en Francia de Juan Goytisolo.
No fueron cualesquiera “cerebrines” los que procuraron condenar al escritor que basaba sus relatos en diálogos cotidianos o surrealistas (en general son la misma cosa), sino pesos pesados de las letras del llamado Boom Latinoamericano (“con el asqueroso Vargas Llosa a la cabeza”), finalmente derrotados por el talento de un creador insólito, siempre fiel a sí mismo, lo mismo viviendo en Buenos Aires, Brasil, México o Estados Unidos: el mismo chico travieso, lúcido, ingenuo y de vuelta de muchas cosas con apariencia de haber aterrizado sin darse cuenta.
En todas sus obras prevalece la técnica del diálogo narrativo o el monólogo interior calzado con pantuflas un tanto desgastadas. Sus personajes hablan con referencias cinematográficas o no, pero no pueden parar de hablar, y en sus soliloquios o pláticas nos cuentan asuntos que interesan siempre, porque a través de esa voluntad expresiva dominan el arte de la confesión como acción liberadora de tensiones y amenazas delirantes, al tiempo que son vehículo de una panorámica social muy significativa, bañado el aparente artificio de sus historias del drama de tiranías militares, cuando no mero abuso de poder de la clase dominante, que ensombreció la vida de los países por donde anduvo.
La realidad brota crítica, lúcida, divertida, vulgar y trascendente desde la aparente nimiedad de una vida cotidiana que se ensueña en las deliciosas veleidades del cinematógrafo.
En casa de berto, vallejos 1933
—Porque somos sirvientas se creen que nos pueden levantar las polleras y hacernos lo que quieran.
—Yo no soy sirvienta, soy niñera del nene y nada más.
—Ahora porque sos chica, después vas a hacer sirvienta.
—No hables tan fuerte que se va a despertar el nene.
—Pero nunca te vuelvas a tu casa sola de noche por esas calles de tierra.
—Las enfermeras del hospital que se vuelven a la noche viven todas por las calles de tierra y lo mismo se vuelven solas.
—Las enfermeras son todas unas atorrantas.
—Hay una que parió soltera.
—Tenes que tener cuidado porque te ven que sos sirvienta y a vos te la deben haber jurado, aunque tengas 12 años. Te puede correr uno de los negros que viven por tu casa.
—Los dientes los tienen marrones del agua salada.
—Y a vos te la deben tener jurada.
—Es a vos que te la tendrán jurada.
—Cuidate porque ya saben que a tu hermana tu papá la echó de la casa por parir soltera.
—Dormí, Totito, dormí. Tenés que ser bueno y dormirte de nuevo. Así, así… Esta guacha puta de mierda cree que voy a ser como ella.
—Tenés que tener cuidado más que nunca que ya te empezó la regla, ya estás perdida si te dejás embromar por alguno. Te hacen un hijo enseguida.
—Que hable, esa puta, vos Totín cuando seas grande no vas a decir malas palabras ¿no es cierto, amorcito? Vos que tenés suerte que no sos como la Inés, ésa sí que no tiene suerte, pobrecita que no tiene padre.
¿Dónde estará mi hermana? ¿No se habrá muerto? Yo soy chica pero ya soy tía, esta noche a la Inés la voy a poner a dormir en mi cama, entre mí y la Pelusa, así la Inés duerme calentita entre las dos tías. Vos te asustarías si tu papá volviera borracho que se cae y agarra el cinto del pantalón y me dio un cintazo, Totín, que tu papá le pido a Dios que nunca te dé un cintazo cuando seas grande. La Inés es tonta y no sabe que si empieza a llorar se liga más cintazos todavía, me gustaría que cuando fueras grande te casaras con ella, es un poquito más grande que vos pero no importa, la Inés ya dice mamá y papá. ¿Cuándo vas a aprender vos a decir mamá y papá?
—Yo tengo que preparar el matambre, no seas haragana y sécame el piso, Amparo, no seas roñosa, ya te dijo la señora que lo que ensucie el nene lo tenés que limpiar vos.
—Yo no soy roñosa, ¿quién tiene el delantal más limpio, vos o yo?
[La traición de Rita Hayworth]
Murió a los 57 años. Tras una operación de vesícula que se dio por buena, a los pocos días degeneró en una serie de infecciones. Vivía con su madre en México. Ya consagrado, silenciando a sus severos críticos de los comienzos, en brazos de la buena fortuna como algunos de sus personajes “colgados” de la imaginería del cine y la literatura romántica, Manuel Puig cambió de residencia y nunca pudimos saber de qué hubiera sido capaz, qué obras maestras nos mantendría alelados, divertidos u oscuramente inquietos.
Falleció el 22 de julio de 1990, cuando le sobrevolaban varios proyectos de novelas y guiones cinematográficos. Su apariencia seguía siendo la de un chaval dispuesto a descubrir fascinaciones como si le llegaran por arte de magia a la hora de la siesta.
Novela, teatro intimista, teatro musical, cine, El beso de la mujer araña fue su mayor éxito internacional, cinco años antes de su muerte. Cuando se estrenó, en 1985, el golpe de efecto literario de su publicación en 1976 se renovó con fuerza: el cruce de un militante político y un homosexual que comparten celdaen una cárcel argentina, y la poderosa historia de amor que transcurría ahí hasta desembocar en una atracción sexual entre dos hombres completamente distintos. En prisión, un homosexual con mucha pluma y un militante revolucionario en la volcánica argentina. El primero es un apasionado del cine y le cuenta la película que da título al libro, la relata y la vive, y el marxista poco a poco también es seducido por la fantasía, la capacidad de ensueño, e ignora, ingenuo a más no poder, que el encantamiento producido por la película narrada y su narrador es la excusa para una traición implacable que les hará prisioneros a los dos.
Tras el triunfo en la gran pantalla tuvo adaptaciones teatrales que recorrieron mundo. En España se estrenó en 1981 puesta en escena por José Luis García Sánchez e interpretada por José Martín y Juan Diego.
Francisco Umbral (Madrid, 1932-2007) aseguró que “El beso de la mujer araña pone en evidencia una realidad de nuestro tiempo: que ya nadie quiere ser solo revolucionario, renunciando a la cuota de placer que le corresponde en la vida, y que por otra parte, el hombre de placer, el hombre lúdico, sólo puede llegar a realizarse en comunidad, revolucionariamente”.
Antes de “El beso…”, en 1973, se publicó The Buenos Aires Affair, la tercera novela de Puig —censurada, prohibida y generadora de las consecuencias que motivaron el exilio del autor—; una obra que anticipó el enrarecimiento de los años que vendrían. Una clave para leer los negros sucesos políticos y públicos del país, en la intimista historia de los personajes.
Narra los dos últimos días en la vida de Leo Druscovich. Entre el golpe de estado argentino y la rebelión social de Córdoba, conocida como el Cordobazo, se plantea un amplio escenario sobre el enigma de una serie de desapariciones, pistas falsas y obsesiones sexuales. La figura del detective cederá su lugar al psicoanalista, y la búsqueda para desentrañar un crimen se transformará en un modo de revisar la coyuntura nacional.
La violencia sobre los cuerpos individuales y sobre el cuerpo social, la desaparición de todo conato de justicia, las mentiras oficiales y los secretos familiares entretejen una trama de seducción, psicoanálisis y fascismo.
En The Buenos Aires Affair la amenaza es permanente y el cautivador envoltorio sentimental se convierte en thriller político. Hay tanto y tan bueno en sus páginas que brillan con luz propia tanto el relato onírico como el sarcasmo, la parodia del policiaco clásico y el sadismo del abuso de poder, todo embalado de tal manera que expone la guerra interna del país entre grupos afines al estado y contrarios al mismo, y además anuncia el futuro terrorismo de Estado, léase dictadura de 1976-1983.
Buenos Aires, abril de 1969
Mis uñas cuidadas, no largas, esmaltadas de rosa ciclamen, limpias, sanas y fuertes, tienen el borde limado pero no filoso y la sábana cuyo color es imposible recordar en la penumbra cubre los dibujos del colchón. Esos dibujos tal vez representen penachos de casco romano imperial, escudos y lanzas asomadas entre la fronda espesa de ciertos árboles que también figuran a menudo en los gobelinos, la tela de colchón con penachos, lanzas, escudos, espesa fronda toda en blanco y azul o blanco y rosa son las telas para colchón, las uñas se hunden lentamente en la sábana y hunden la tela que encierra vellones de lana cardada. Un pompón de lana cubre cada una de las puntadas que
se introducen entre leves lomas iguales ¿hundir las uñas? porque cede la tela pero el filo no llega a cortar, apenas marca la sábana y soplando ligeramente sobre la palma de la mano la bocanada de aliento es tibia como la lana y como el aire encerrado entre las dos sábanas. El muslo y la rodilla corren lentamente por la sábana hacia un borde de la cama que confina con la pared, se detienen un instante y vuelven a su lugar. La piel está algo más fresca que las sábanas tibias, y de la piel hacia adentro la pulpa más y más tibia por contacto con huesos calientes y las instalaciones de la calefacción no se pueden tocar porque queman, y el régimen apropiado de productos lácteos da la fuerza del calcio para el organismo. El radiador de la calefacción está formado por una red geométrica de caños recorridos por agua hirviente, una rosca regula el ingreso mayor o menor de agua y por allí se escapa una gota constantemente y un sordo chirrido de vapor, alguna bocina y motores del tráfico desde la calle traspasan los vidrios de las ventanas y poniendo el reloj contra la oreja se puede oír el tictac. Cerrando los ojos es posible también que se escuche algún leve jadeo, no, en este momento se hallan en reposo los dos cuerpos. La sangre que circula por el cuerpo de él, y también por el mío, cumple su recorrido a velocidad pasmosa pero en total silencio, y por momentos a más velocidad todavía, el corazón late más que nunca y el pecho se dilata para no comprimirlo y permitir que la sangre silenciosa —y no por ello fría—, a una temperatura tal vez superior a la de la piel, dilate a su vez el corazón, y ya no se puede pedir otra cosa que descansar, del diafragma va subiendo una ola que de los pulmones henchidos desalojan el bostezo bien ganado, la cintura fatigada por quietos esfuerzos tendientes durante una hora larga hacia el cuerpo de él, que estaba erguido. En el desierto se producen espejismos, al borde de esta cama tan ancha si cierro los ojos no lo veo durmiendo a Leo Druscovich, pero oigo —si no pasa un coche por la calle tocando bocina— su casi imperceptible respiración.La Editorial Seix Barral reedita toda la obras de Puig en unas primorosas publicaciones.
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Ver también
Manuel Puig y “el asqueroso Vargas Llosa”
Literatura y cine: la cultura popular en Manuel Puig
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