‘La herencia de los Ferramonti’, de Gaetano Carlo Chelli

CATALINA LEÓN.

A veces irrumpe en el mercado editorial un libro con sabor clásico, uno de esos novelones que nos enganchan a la lectura sin remedio, uno de esos libros que nos gusta leer a un gran número de lectores de toda clase. Son libros que te meten en una sociedad, una época y unos personajes, con tanta fuerza y tanto atractivo que son sumamente necesarios en la oferta libresca.

 La historia que se narra en el libro es sencilla. Una familia de la pequeña burguesía romana vive una guerra interna que no parece tener final entre el padre y los hijos. Lo peor de cada uno sale en esta contienda de las emociones que tiene una grandísima relación con el cálculo y el interés, porque el cabeza de familia ha conseguido hacer una fortuna con su trabajo. En esta situación hay alguien que parece tener en su mano algunas soluciones al conflicto: Es Irene Carelli, una de las nueras. Dudosa en sí misma, polivalente, extraña aunque angelical, su participación podrá o no reducir el caos al logos. La chispa se produce cuando Ferramonti decide que ha llegado el momento del retiro y que sus hijos deberán buscarse la vida. A lo largo de las más de doscientas páginas esta historia es una de las que son llamadas al boca a boca, una de esas obras en las que aparecen como elementos providenciales los lectores, que son los que pueden rescatar del olvido a Chelli. 

El inicio del libro deja claro que Gregorio Ferramonti es rico por sus propios medios. Es decir, no le debe nada a nadie. De repartidor de pan a mozo de mostrador, luego tendero y, a partir de ahí, la gloria. No dice nada en su favor algo que la historia muestra también al inicio. El hombre que lo había acogido en su primer trabajo y que lo había ayudado murió “cuando a Ferramonti mil maldiciones y augurándole que, si existía una justicia divina, habría de recibir su castigo con la nueva tienda”. Un tipo peligroso, este Ferramonti, eso es lo que comenzamos a intuir, incluso a asegurar, después de la primera página que también nos presenta a su mujer, “estupenda, risueña, apetitosa y astuta”. Tal para cual, podíamos decir. Viuda y casi rica, así se la encontró Ferramonti y así inició su vida con ella. Al poco, el primer hijo. Y luego, otros dos. Mario, Filippo y Teresa, son tanto, su esperanza, como su perdición.  Y hasta ahí puedo leer. 

Chelli no tiene piedad alguna por sus personajes. Los ve tal y como son, sin pasión que impida reconocer sus errores. Se adentra tanto en el análisis psicológico de todos ellos como de sus razones, sus actos y sus vergüenzas. Es terrible la manera en que todo se va dirigiendo delante de nuestros ojos a una especie de trágico desenlace anunciado. Chelli es rotundo, casi cínico y la historia que cuenta no lo es menos. 

Gaetano Carlo Chelli nació en un pueblo de la Toscana en el año de 1847, pertenecía a la misma pequeña burguesía que aquí describe. Estuvo en el ejército, fue periodista y comenzó a publicar. Trabajó como funcionario mientras seguía publicando novelas y cuentos y colaborando en revistas. Su actividad literaria tenía parones, el olvido iba y venía sobre él. La reedición de esta obra en 1972, que la sacó a la luz, fue idea de Italo Calvino. La versión cinematográfica terminó de reivindicarla. En 1976 Mauro Bolognini rodó “La herencia Ferramonti”. Está protagonizada por Anthony Quinn, Dominique Sanda y Fabio Testi en los principales papeles. En España se estrenó un año después con el título “La herencia Ferramonti”. Claro está que él no conoció nada de esto. Había muerto en Roma en 1904. 

La edición de Alba Editorial, fechada en mayo de 2023, es magnífica. Está traducida por Pepa Linares y lleva una imagen de cubierta de 1894, titulada “En Roma” y debida a Willem Johannes Martens. 

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