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‘Isla partida’, la conciencia escindida por el dolor

JOSÉ MIGUEL LÓPEZ-ASTILLEROS.

Isla partida, Daniela Tarazona. Almadía, Barcelona, 2023. 132 págs. 19 €

No es difícil toparse con escritores que siempre escriben la misma obra y de la misma manera, así como tampoco lo es encontrar lectores que, independientemente de lo que lean, siempre leen el mismo libro, que un día instalaron en su cabeza y ahí se quedó a perpetuidad, dicho sea con exagerada ironía, claro. Del mismo modo, tampoco es raro que algunas instituciones premien a esos escritores, para regocijo de dichos leyentes. Por eso es de agradecer que en 2022 se le haya concedido el premio Sor Juana Inés de la Cruz a Isla partida, la tercera y muy original novela de la mexicana Daniela Tarazona (Ciudad de México, 1975), en la cual asume con valentía unos riesgos formales que la sitúan al margen del imperante conservadurismo editorial, con felices excepciones como, en este caso, la editorial Almadía.

La génesis de esta obra surge a partir de un suceso autobiográfico, sobrevenido en 2014; aunque su planteamiento no tiene nada que ver con la autoficción al uso que tanto se empeñan en vendernos hoy, a pesar de que está trufada de hechos y circunstancias acaecidos a lo largo de su vida. Daniela sufre unas descargas eléctricas inusuales en su cerebro, que le provocan unas percepciones alteradas de la realidad, lo cual la lleva a ponerse en manos de los médicos. Con todo, la trama argumental no es lo más importante, ni siquiera su objetivo, el de contar este evento; porque la intención prioritaria es mostrar las emociones, pensamientos, visiones y recuerdos de su conciencia, perturbada por el padecimiento mencionado. No obstante, podemos reconstruir muchos episodios biográficos, unos más reales que otros.

La novela está basada en el desdoblamiento del “yo” en dos pronombres, “tú” y “ella”, que dan lugar a dos personajes con dos almas y dos cuerpos diferentes. “Ella”, víctima de la afección neuronal, decide marcharse a una isla, donde tiene el propósito de acabar con su vida. “Tú”, en cambio, se queda en el «lado de acá», dedicada a evocar su infancia, y sobre todo a recordar de manera obsesiva la muerte de su madre y a su abuela, figuras de referencia en su vida, así como a reflexionar sobre distintos aspectos del mundo contemporáneo y la existencia humana. En consecuencia, tenemos una narración en segunda y tercera persona, aunque aparecen muy esporádicamente otros pronombres, como “nosotras”, y otras identidades diferentes en menos ocasiones. En una entrevista al búlgaro Georgui Gospodinov, reciente Premio Booker, decía que el escritor tenía que ser una persona muy empática. Esto explica la disociación que sufre el personaje de Tarazona, pues solo poniéndose en lugar del “otro”, de los otros “yoes” en este caso, es posible comprender y expresar su mundo, sus mundos interiores, en particular el sinsentido al que se enfrenta «ella» en virtud de cómo interpreta lo que sucede dentro y fuera de su mente. «Ella, en realidad, eres tú» (p. 18) «Ella y tú son la misma persona» (p. 55) pero también «Ella es varias mujeres» (p. 29), con lo cual «Esta mujer, entonces, representa multitudes» (p. 29), en particular a las mujeres que sufren, añadimos nosotros. Una multiplicidad, pues, de identidades como respuesta a las preguntas ¿quién o quiénes soy, y por qué? Dicho esto, en el desarrollo de la voz narrativa del «tú» se revelará una identidad menos abstracta al referirse al duelo por la muerte de la madre, aparte de a su pasado con su abuela y demás familia, de lo cual puede inferirse que ella es así por lo que, en cierta medida, fueron sus ancestros, a cuya corriente en el tiempo se suma como una más en la transmisión de las vivencias familiares; habría que especificar que las mujeres son las depositarias principales de la «transmisión de vivencias» de su linaje, según ha declarado la autora en alguna entrevista, de ahí que, en este sentido, aparte de otros no menos importantes, sea esta una novela muy femenina, escrita desde la óptica de una mujer que se enfrenta en absoluta soledad al dolor. Tanto al «tú» como al «ella» no se les asigna un nombre propio, «Los nombres propios son un golpe en la nuca» (p. 51), así como tampoco a la madre, a diferencia de los demás personajes, porque pertenecen a un ámbito tan íntimo que no hace falta nombrarlos sino con los pronombres personales y sustantivos como «madre» y «abuela», que definen los afectos familiares, dando la impresión de que el destinatario del texto pertenece a dicho ámbito, y por tanto no necesita más especificaciones, de manera que al lector lo sitúa dentro del mismo, como partícipe. De todo esto puede colegirse una idea del tiempo, distorsionado por la enfermedad, ya que, en realidad, solo existe el pasado al que constantemente se refiere el «tú», (somos parte de lo que otros fueron antes, dentro del pasado que nos conforma, de ahí que existamos solo en la memoria), y el presente doloroso en el que está inmerso «ella», un presente enigmático y evanescente que camina a un futuro que nunca llega a cuajar sino en la presunción imaginaria, el suicidio o la muerte; no obstante «…el tiempo presente tiene la contundencia de lo vivo» (p.110). En consonancia con esto, el tiempo narrativo utilizado mayormente es el pretérito perfecto simple, un pasado absoluto, despiadado, dentro del cual se sirve del presente para hacer más vívidos los acontecimientos recordados.

Muchas de las características de la novela lírica, basadas en obras muy diferentes a esta, que determina Ricardo Gullón, aparecen en la novela de Tarazona. Así la interiorización de su experiencia vital, el fluir de la conciencia con el que expresa «…la percepción de un mundo sin sentido, donde el significado de las cosas está movido de lugar», según declara la autora, por eso «Construimos ilusiones para resistir» (p.25), o la simultaneidad narrativa con la que rompe la lógica discursiva, porque la coherencia del punto de vista exige que lo percibido como ilógico haya de presentarse como tal. El mismo argumento puede adoptarse para justificar la ruptura de la linealidad temporal, en virtud de la cual se van alternando los tiempos de las circunstancias que trae a colación la memoria, situándolas en unas coordenadas no exentas de irracionalidad, y que el lector ha de ordenar para aprehenderlas en sus distintas dimensiones espacio-temporales. Resulta curioso cómo Leon Edel en su estudio sobre la moderna novela psicológica establece las similitudes de esta con la novela lírica: carácter autobiográfico, viaje a través de la conciencia, interiorización de la experiencia, confinamiento en el espacio mental, discontinuidad de la experiencia en lo temporal, así como el predominio del lenguaje poético y la necesidad de un lector creativo, características, estas últimas, a las que nos referiremos más adelante. A falta de un estudio más pormenorizado, quizás se pueda concluir que estamos, en el caso de Isla partida, ante una novela que participa de ambos subgéneros, aparte de otros, y que supone una propuesta novedosa y renovadora respecto a ellos.

La fragmentación es otro rasgo esencial. Fragmentación del contenido a través de la presentación formal, también fragmentada, desde la estructura externa a la sintaxis. El libro está dividido en tres partes, divididas a su vez en varias subpartes con un título especifico cada una, que, a la vez, pueden estar divididas o no en secciones secundarias que pasan a página siguiente, sin título alguno, para separarlas de las otras. El texto está organizado en párrafos en su mayoría poco extensos, separados entre sí por un simple punto y aparte o por un doble espacio, creando agrupaciones de estos, tal diminutos archipiélagos. La sintaxis suele estar formada por oraciones cortas, como si se tratara de un estilo impresionista, muy segmentado. La coherencia ha de verse globalmente, porque cada una de las unidades en las que está distribuido el texto suele mostrar cambios repentinos y sorprendentes en cuanto al contenido, incluso dentro del mismo párrafo, lo cual rompe la unidad conceptual de las mismas. Todo ello impacta en el lector como si fueran emotivos fogonazos verbales, creando un ritmo sincopado que unifica el aparente caos, como si se tratara del trazado de una línea encefalográfica intermitente, que avanzara reptando a lo largo de la narración entre movimientos climáticos y anticlimáticos, en los cuales surgen acerados vértices poéticos, que expresan con luminosidad cegadora el sufrimiento de su alma torturada por las percepciones inducidas por un calamitoso estado interior.

Octavio Paz en El arco y la palabra apunta «La primera actitud del hombre ante el lenguaje fue la confianza: el signo y el objeto representado eran lo mismo. […] Hablar era recrear el objeto aludido.» Pues bien, esta confianza en el libro de Tarazona se ha quebrado, «Todo significa otra cosa. La manzana no era ya más una manzana.» (p. 35), es decir, el lenguaje ha sido corrompido, por eso habla de «lenguaje bífido», así «Los demás hablan y, en sus frases, se esconde otro sentido que no es el inmediato.» (p. 83), que normalmente es un «juicio», aclara más abajo. La consecuencia es que «No puedo decirte lo que pienso, en realidad, por eso escribo sobre papel algo que se parezca a lo que quiero decirte. […] Ya no comprendemos las palabras como antes.», concluye el párrafo reduciendo el problema al absurdo «Que las sustituya un pedazo de cuerpo. Que las sustituya un frasco de mayonesa.» (p. 88). De esta constatación surge la dificultad para expresar la angustia y el dolor, que trata de solventar utilizando un lenguaje poético en el que abundan recursos surrealistas, como hermosas metáforas visionarias «Nuestra existencia tiene lengua de una serpiente de color violeta con escamas brillantes bajo el sol y fluorescentes en la oscuridad» (p. 99), donde el referente real es la emoción que transmiten las palabras, pues de eso se trata, de comunicar emociones, ante todo; aunque en ocasiones topemos con un cierto hermetismo expresivo. Estas imágenes, visiones con frecuencia epifánicas, así como la presencia de elementos religiosos y místicos, aparte de otros pertenecientes a la cultura popular o la literatura fantástica, nos recuerdan a la obra surrealista de las pintoras mexicanas Remedios Varo o Frida Kahlo. También se deja sentir la influencia de la gran poetisa uruguaya Marosa di Giorgio, con la que comparte la importancia de la madre y la familia en su obra, y quizás por eso el libro va precedido de una cita de la misma; pero también la de la no menos gran poetisa mexicana, Eunice Odio, cuya obra leyó durante la redacción de este trabajo, y que aparece citada como amiga de su abuela. No puede faltar la mayor de todas las influencias, la de la brasileña Clarice Lispector, sobre la cual ha escrito Clarice Lispector. La mirada en el jardín junto con Nuria Mel.

Las 132 páginas están salpicadas de breves reflexiones críticas sobre el mundo actual y la condición humana, que no llegan a la categoría de ensayos, porque no nos ofrece una argumentación, sino un diagnóstico personal sobre temas como el mercantilismo desaforado, la imposibilidad de conocer la verdad o la relación de esta con la literatura, entre otros muchos. La edición incluye la reproducción de numerosas imágenes reales de su cerebro, así como un encefalograma del mismo, que los especialistas realizaron para establecer el diagnóstico médico, recurso que nos recuerda el germen real del que parte esta creación, a pesar de ficticia, como lo es toda obra artística.

Para finalizar, debemos señalar que la última versión de Isla partida es fruto de una decantación y depuración minuciosas de los seis o siete manuscritos que Daniela escribió durante varios años. Y que exige un lector creativo, cercano, como mínimo, al gusto por la poesía.  Así es que, si coincides con este perfil y has tenido la paciencia de llegar hasta aquí, olvida todo lo dicho y sumérgete en tu propia lectura, te espera una experiencia que vivirás con deslumbrante intensidad.

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