LA ESCRITURA COMO MÁQUINA DE RESOLVER EL VACÍO
El escritor es un circuito por el que circula la energía de la escritura. Desde las neuronas de su cerebro, que está comunicado con un espacio cultural abierto, se emiten ondas eléctricas que se transforman en energía escritural. La energía ni se crea ni se destruye: Escribir es transformar los datos, los recuerdos y la información de la imaginación en información textual.
Un camino que no sabemos adónde nos lleva. Eso debe ser la escritura. Una aventura que se emprende con los ojos vendados en un bosque misterioso. No como la vigilia sino como la vida caótica de los sueños. Si supieras cómo acaba tu vida, ¿para qué te ibas a molestar en vivirla? ¿No es mucho más estimulante avanzar por la vida (es decir, por la escritura) sobrecogido por el misterio? Como decía Margarite Duras escribimos para saber qué queremos escribir. O como decía César Aira: escribir para subsanar lo que ya hemos escrito. Como pensó Mallarmé: al final todo existe para acabar en un libro. Si la vida entera es un gran libro, una descomunal ficcion, ¿qué es la escritura sino el lenguaje de la realidad? El libro como horizonte inalcanzable. La escritura como descubrimiento y como fórmula de movimiento perpetuo. Escribir fantasmagorías como juego, como exquisito esqueleto cíborg que entreteje el deseo humano y la potencia maquínica, la materia viva y el dispositivo electrónico que redacta; la escritura como máquina fabulosa de construir símbolos desde la nada. Como espacio que configura el ecosistema cultural que habitamos para transformarlo. No se me ocurre una idea mejor para concebir la escritura. Un ejercicio de autodescubrimiento mental, de luz que se adentra por los oscuros túneles de la propia percepción para iluminarlos. Y para proyectar imágenes sobre los cerebros de los otros.
La escritura creativa es una invención de invenciones. Una cámara lúcida de ideogramas. Escritura como sistema mecánico (o mejor químico) que comunica la máquina del cerebro con el mundo representado.
La consciencia es la parte más pequeña de nuestro cerebro. La materia oculta de la mente es la norma. Más del noventa por ciento de las funciones de nuestro cerebro son inconscientes. Hay por tanto en la escritura automática no tanto una pulsión mágica y oculta, sino reveladora de realidad. No tanto una intuición mística del más allá, sino la demostración de que somos algo más que lo que creemos ser. Luz que nos quema sin quemarnos.
Escribir como forma de avanzar, de estar, de dar sentido a todo. Porque lo contrario es la muerte y el vacío. La escritura son los símbolos que construyen nuestra realidad. Nuestras fantasías son, al final, la materia de la que están hechos nuestros días y nuestro mundo.