“Un café en el pulgatorio”: Enrique Viana en una divertidísima farsa “muy operística”
Horacio Otheguy Riveira.
Un tenor que modula el arte de la interpretación combinando la farsa con el rigor académico, el conocimiento profundo de las artes escénicas, ópera y zarzuela incluidas, y una muy gozosa, popular o exquisita de parodiar el mundo de las divas de la ópera, cuanto de mezquino y ridículo puede haber tras la grandeza y complejidad de las interpretaciones de melodramas como la Jenufa del checo Leos Janacek, estrenada en 1904 en Moravia (“imagino que todos ustedes sabrán dónde queda eso”), una hilarante versión de Tristán e Isolda (“Las introducciones de Wagner eran cortas… porque era bajito”)… entre otras versiones de este tenor excepcional con sobrias maneras de señora irónica que espera, ya muerta, la llegada de una diva competitiva, maldiciente, sobrada de años en papeles de joven, poco agraciada para representar hermosas muchachas… Y lo hace con interpretaciones estelares en el “pulgatorio” donde habrán de reencontrarse, y mientras tanto Enrique Viana siembra de versiones propias mechadas de cuplés antiguos en un espectáculo muy divertido, acompañado por un formidable pianista, siempre integrado en la acción.
El caballero Enrique Viana gusta de ser una gran dama, en otra fusión de caracteres, símbolos, creencias e imaginación a raudales. Ser o no ser, sin el dramón de Hamlet de por medio, pero si le diéramos otra media hora sería capaz también de cantar, con su extraordinaria voz, algún aria de la versión operística de la obra de Shakespeare, firmada por un equipo deslumbrante: Hamlet, cinco actos con música del compositor francés Ambroise Thomas, con un libreto de Michel Carré y Jules Barbier basado en una adaptación francesa de Alejandro Dumas (padre) y Paul Meurice.
En este plantel no figura, no viene a cuento mi cita, pero lo mismo atino y doy en la diana y me sorprendo en otra gran función del maestro Viana con algunas de las arias hamletianas. Sea como sea, estoy seguro que volveré a sorprenderme, como lo hice recientemente en los Teatro del Canal (Un juzgado de Cuplé), o en las puestas en escena que dirigió para compañías completas donde los disparates líricos brillaron con inusitada audacia.
Mas ahora toca reír, y reímos incluso los que nos sentimos amantes de la ópera, clásica o contemporánea. La parodia de lo que amamos nos hace más humanos, sin duda más relajados, y quizás, especialmente más operísticos, aplaudiendo en el centro de un vendaval de admiradas constelaciones donde lo patético y lo irónico bailan sin prejuicios. Además, es tanto el talento de Enrique Viana que cuando se quita los grandes trajes y se queda con un traje negro sin sombrero ni peluca, se deja llevar por la nostalgia, por la pena del tiempo que pasa, la memoria que falla, la vejez que arrincona… y dice un poema en homenaje a los antiguos café-concert de Madrid, de aquellos cafés estas nostalgias, una tristeza muy tierna, aunque no menos dolorosa por el tiempo que ya no volverá. Es al final. La mano tendida de un grande del teatro que al confundirse con los vaivenes de señoras, hace de la poesía escénica un rincón donde siempre , siempre, sabremos encontrar caminos que lleven al humor; el buen humor que reconcilia, consuela y hace nuevos amigos.
Guion y dirección: Enrique Viana
Piano: Miguel Huertas
Iluminación: José Manuel Guerra
Vestuario: Carmen Delgado
TEATRO FERNÁN GÓMEZ: 16, 17 y 18 de junio. Viernes y sábado 20:30 horas. Domingo 19:30 horas