“Jardín de invierno”, de María Jesús Mingot

Por Teodosio Fernández Rodríguez.

Los lectores de Jardín de invierno seguramente pensarán que el autor de su prólogo no es el más indicado para escribir una reseña imparcial sobre este poemario. Por mi parte, no disimularé mi complicidad con María Jesús Mingot, y menos tras descubrir que me ha dedicado el poema cuyo título es también el del libro. Esa complicidad resulta inevitable tras haber seguido puntualmente y desde sus inicios, tanto en la narrativa como en la poesía, el desarrollo de una obra que se ajusta como pocas a lo que entiendo como literatura en sus mejores y más exigentes manifestaciones. Tuve la primera ocasión de comprobarlo cuando en el ya lejano año 1997 leí su novela El vértigo de las cuatro y media. A quienes por primera vez se acerquen a su poesía les recomiendo que recuperen también sus poemarios anteriores: Cenizas, Hasta mudar en nada, Aliento de luz y La marea del tiempo. Estoy seguro de que compartirán en buena medida mi opinión, y comprobarán que las consideraciones que siguen a propósito de su última entrega se podrían extender al conjunto de una obra impregnada de inquietudes existenciales que el paso del tiempo, su motivo determinante, enriquece con nuevos matices.

He podido constatar que el contenido de Jardín de invierno no es exactamente el mismo que tuve en mis manos cuando escribía el prólogo. Algún poema ha cambiado de lugar, lo que podría modificar su significación por contagio de los textos contiguos, pero ni eso ni las modificaciones de algún título o de algún verso me llevan a rectificar las impresiones que reflejé entonces. Más relevante resulta la ausencia de algún poema, y la presencia de otros que yo desconocía. Por ejemplo, en “Alba”, primera de las cuatro partes que conforman el conjunto, descubro “Un jardín a la sombra”, donde sentimientos y sensaciones impregnan el entorno descrito o aludido y remiten a un centro o una red secreta que hace del fluir del río o del tiempo el espacio donde todo se pierde y todo se rescata. También son nuevos y de inspiración amorosa “Luz descalza” y “Lo que la noche guarda”, poemas que resultan fieles a las tensiones características de una poesía que -insisto- siempre se muestra capaz de descubrir aspectos insospechados en nuestra existencia precisamente desde la consciencia de que vivimos para morir. El último poema mencionado bien podría ilustrar la nostalgia o la búsqueda de una anulación de la individualidad -o de los pronombres, pues no en vano nos desenvolvemos en el ámbito del lenguaje- en la dimensión sagrada del amor. Los tres subrayan la presencia relevante que también los afectos personales, tanto en su dimensión física como en la espiritual, tienen en todo el poemario.

Como una reseña es más que nada una suerte de invitación para quienes desconocen la existencia de un libro y una valoración que anime a interesarse por él, las referencias anteriores sólo pretenden ofrecer algunos indicios de lo que Jardín de invierno propone y significa. Para satisfacción de sus lectores habituales y sorpresa de quien se acerque por primera vez a sus versos, María Jesús Mingot continúa dando forma verbal a las inquietudes características de su obra, inquietudes propias de un pensativo sentir que con la ayuda de imágenes y de símbolos -con el ejercicio del lenguaje poético- transforma las reflexiones en sensaciones y sentimientos, y otras veces en revelación de dimensiones apenas entrevistas. El título ya mencionado de la primera parte puede ser un indicio de la significación que albas y ocasos o luces y sombras tienen en una lírica donde los sentidos -la vista en esos casos, como en otros el tacto, el oído o el olfato- son vías o canales a partir de los cuales se generan recuerdos y pensamientos. “Desvelo” es el título de la segunda parte, y ahora me parece particularmente adecuado para prevenir al lector de la inquietud pero también de la imprecisa atmósfera de lucidez insomne en la que se produce la deriva de la abstracción a la concreción que creí plasmada en poemas como “Soberbia” o “Ira”. Ahora creo que la factura conceptista que atribuí a algunos es menos una realidad comprobable que una impresión generada por los títulos y por la forma cerrada del soneto que a veces se utiliza. También en esos casos los sentimientos y las sensaciones, difícilmente reductibles a razonamientos, son la materia de la que se nutren los poemas, el sustrato que genera personificaciones u objetivaciones, imágenes y símbolos generalmente cercanos a la naturaleza y, en consonancia con el señalado papel relevante de los sentidos, al cuerpo. Cada relectura de Jardín de invierno supone, como otra vez he podido comprobar, el hallazgo de matices y significados antes no percibidos, luminosos y profundos, indicio indudable de la calidad de una obra.

“Herida”, la tercera parte, lleva también un título adecuado al criterio que probablemente agrupó sus poemas. La mayoría de ellos compadecen a una humanidad doliente, víctima de íntimas discordias, y la animan a salvarse desde el reconocimiento del otro y de la fragilidad y belleza de la vida. María Jesús Mingot encuentra ocasión así para integrar en su universo poético a víctimas de la soledad, del abandono, del desamparo o del olvido, a veces también -rescatando inquietudes sociales- de los abusos, de las injusticias y de la historia. En otros casos, los menos -y no siempre fáciles de distinguir de los anteriores-, la voz poética se repliega sobre sí misma: el silencio que la rodea, su desvalimiento y sus miedos, el anhelo de alguna suerte de fraternidad. Se anticipa así la atmósfera que en “Silencio”, la cuarta y última parte de Jardín de invierno, recrean poemas con frecuencia dedicados a plasmar la captación de iluminaciones diversas: las que derivan del amor o se relacionan con él, las de la belleza que el concierto de la vida y la muerte puede revelar, las que a veces procuran el silencio o la memoria. “Misterio y profanación” quizá haga explícita como ningún otro la convicción de que, frente a tantos discursos que falsean o enmascaran la realidad (o la verdad), la búsqueda (poética) es en sí misma el rastro de una presencia que busca revelarse, lo que conlleva la propuesta de que hay que “latir en su silencio de invierno / para escuchar la vida”.

Estas impresiones suscitadas por mi última lectura de Jardín de invierno sólo matizan la constatación de que otra vez en la poesía de María Jesús Mingot los efectos destructores del tiempo y la conciencia de nuestra condición mortal constituyen una presencia dominante. El poema “La última oración”, como expresión del deseo de permanencia en la naturaleza y en la memoria, contribuye ejemplarmente a subrayar la atmósfera que ya anticipa el título del libro, si entendemos que el invierno corresponde a lo que en nuestra vida debe ser irremediablemente la última etapa. Esa consciencia me pareció ya muy presente en La marea del tiempo, poemario que avanzaba hacia una definitiva madurez que Jardín de invierno confirma. Pude creer que ya no quedaban otras posibilidades de renacimiento que las brindadas por la imaginación, y lo entendí como una pérdida irreparable. Los poemas que acabo de releer desmienten tal impresión: un amanecer, el rocío de una mañana, la lluvia, un latido, el roce de una piel, el vuelo o el canto de un pájaro, incluso la memoria que recupera la infancia perdida, demuestran que la vida renace incesante y que la poesía puede hacernos partícipes de la alegría y la esperanza de ese renacimiento perpetuo.

Jardín de invierno

María Jesús Mingot

Madrid, Reino de Cordelia, 2023

7 thoughts on ““Jardín de invierno”, de María Jesús Mingot

  • el 4 junio, 2023 a las 3:01 pm
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    Solo leyéndolo, podremos valorar, este libro tan maravillosamente escrito.

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  • el 4 junio, 2023 a las 3:02 pm
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    Solo leyéndolo, podremos valorar, este libro tan maravillosamente escrito.

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  • el 4 junio, 2023 a las 5:50 pm
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    Ya he leído el poemario. Estupendo. La reseña profundiza realmente en lo que el lector se va a encontrar. Gracias.

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  • el 4 junio, 2023 a las 6:20 pm
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    Gracias, a su autora por seguir compartiendo su don, su sensibilidad y su talento como nosotros… Ansioso ya por su siguiente trabajo.

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    • el 6 junio, 2023 a las 5:25 am
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      Me ha generado una profunda admiración esta reseña que sintoniza plenamente con la luz y hondura de la poesía de María Jesús

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  • el 4 junio, 2023 a las 8:19 pm
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    Magnífica reseña para un gran libro.

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  • el 5 junio, 2023 a las 2:32 pm
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    Un poemario magnífico .
    10 de 10.

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