Teatro para leer: La otra Lola, de Sebastián Moreno: “¿Cómo me las maravillaría yo?”
Horacio Otheguy Riveira.
María Dolores Flores Ruiz (Jerez de la Frontera, Cádiz, 21 de enero de 1923-Alcobendas, Madrid, 16 de mayo de 1995), Lola Flores, tan potente, segura de sí misma y encantadoramente desconfiada de elogios y prebendas, la misma que dijo “Tengo más fuerza que Chernóbil” o “Me encuentras guapa porque el brillo de los ojos no se opera”, también cogía la mano del entrevistador en el salón de su casa y la apretaba fuerte cuando aquel mencionó un mal trago de la artista, reprimía lágrimas y dejaba borbotear penas e injusticias. Si leyera este homenaje de Sebastián Moreno, hecho de monólogo originalísimo y emotivo, Lola lloraría. La alcanzaría profundamente el universo poético descrito en torno a la agonía y muerte de Juan, un transformista que fue La otra Lola entre vítores y aplausos de hombres y la propia faraona reconvertida por el periodista Tico Medina, en “La loba”.
«[…] ¿Tampoco hoy vendrá nadie? ¿Hoy?
¿Hoy, que Dios me deja de soñar?
Mi pensamiento sigue a la luna y se escapa por la misma rendija cansada de hacer de trampolín.
¿Adónde irá? ¿Dónde empieza Lola y dónde acaba Juan?
Duele. Me duermo. ¡Ahora no! Ahora no, suplico.
Habrá que volver a educar a estas cejas.
Las pestañas pesarán. Como antes. Como en sueños. Como siempre.
Sigo guardando los pendientes que me regalaste.
Moriré en Madrid. Será de madrugada.
Y teñiré los volantes en sueños. En sueños… En sueños…»
Esta obra es, al decir del autor, Un torbellino de colores, que nace en algunas de nuestras coplas más famosas, salpica el texto llenándolo de referencias y versos flamencos. Desde Cádiz con amor se lanza allende los mares para abrazar al poeta argentino Horacio Ferrer, ilustrador admirable de la música de Astor Piazzola, cuando juntos se ocuparon de una imponente Balada para mi muerte. Si aquí, Sebastián apunta “Moriré en Madrid. Será de madrugada”, le seduce el tango original:
Moriré en Buenos Aires, será de madrugada
Guardaré mansamente las cosas de vivir
Mi pequeña poesía de adioses y de balas
Me pondré por los hombros, de abrigo, toda el alba
Mi penúltimo whisky quedará sin beber
Llegará, tangamente, mi muerte enamorada…
No son poetas que se citen en esta obra con nombre y apellido, de ellos provienen ligeros fraseos y sobre todo las sombras, los flecos, los espíritus de las ciudades que adoraron a la artista de forma incondicional hasta el final. Más aún en la capital rioplatense que nunca dejó de ofrecerle su admiración absoluta, llenando cines y grandes teatros; toda Argentina se le rindió, donde los medios de comunicación lamentaron sin paliativos las amargas circunstancias que padeció.
La otra Lola, de Sebastián Moreno, radiografía al transformista, al actor que se ocupó de ella, sosteniendo con lucidos vestuario y maquillaje. Un texto literario-teatral que dice mucho y sugiere más, porque no hay aquí biografía detallada de la gaditana y su intérprete, sino circuito abierto y cerrado y vuelto a abrir de un hombre enamorado de un hombre casado que le adoró como si fuera la mismísima Loba, pero nada pudo hacer para continuar con más esperanza que desdicha.
Se trata de un texto que no teme el carácter literario de la propuesta, sino que se sumerge en él, se arriesga y gana, ofreciendo al lector un texto poético que se relee con gran placer y además permite que quien lea, organice su puesta en escena, permitiéndose todas las libertades posibles en un monólogo polifónico con palabras que desfilan bien organizadas, pero con una muy libre estructura de tanta creatividad que recibió, en plena Justicia, el XI Premio Dulce X Amargo, otorgado por un jurado de profesores de la ESAD, Escuela de Arte Dramático de Asturias.
«Una guitarra flamenca ahogada en el fondo de un pozo.
La nostalgia de décadas llorando desde un gramófono.
Las manos aporreando un cajón, y palmas al son.
Palmea.
Palmea aunque te duela.
Como en el Café de Levante, entre palmas y alegrías.
El escote en punta, el micro entre los pechos, la bata de cola
amarrada a la cintura y los tacones repicando.
Cada golpe de melena acompasando el vaivén de los zarcillos…».
Un abanico a juego mariposeando entre aplausos. Un sombrero cordobés inclinado hacia la derecha. Pulgar e índice, elegantes, sobre su ala. El tercer lenguaje que aprendo. Embrujo, temperamento. Una rumba triste. Y una sonrisa gitana. ¿Cómo me las maravillaría yo?