Marlowe (2022) de Neil Jordan – Crítica
Por José Luis Muñoz.
Regreso a las pantallas del irlandés Neil Jordan tras La viuda (2018) y lo hace reviviendo al icónico detective Philip Marlowe en Marlowe, que en el resto del mundo hispano se ha llamado Sombras de un crimen, no a través de una historia de Raymond Chandler, el padre biológico de la criatura, sino de John Bainville, o Benjamin Black, que lo resucitó en la novela La rubia de ojos negros.
Tiene la película de Neil Jordan un aire de pastiche del que no acaba de librarse y una trama rocambolesca y laberíntica en donde no todo queda bien atado y el espectador se pierde. Un Philip Marlowe mortecino y crepuscular (Liam Neeson, con quien vuelve a trabajar 26 años después de que lo hiciera en Michael Collins), que casi es lo mejor de la película (se dice a sí mismo que ya no está para esos trotes después de dar una paliza a dos sicarios), se mete en las entrañas de una familia tan rica como podrida para investigar la extraña desaparición de Nico Peterson (François Arnaud), novio de Clare Cavendish (Diane Kruger), dueña de la Pacific Film Studios, al que se le da por muerto después de ser atropellado a la salida del exclusivo club Corbata Club, regentado por Floyd Hanson (Danny Huston), en cuyo sótano funciona un prostíbulo clandestino. Como en todo film noir que se precie, nada ni nadie es lo que aparenta ser.
Los diálogos son largos, los actores, incluida Jessica Lange, la estrella de cine Dorothy Quincanon en su ocaso y madre de la protagonista femenina, resultan envarados, y la película, demasiado metraje, avanza a trompicones hacia un final que se intuye y cimienta el viejo tópico de la femme fatale que se sirve del detective a su antojo para alcanzar sus fines turbios, aunque, dicho sea de paso, hay muy poco sexo y la química es escasa, o nula, entre Liam Neeson y Diane Kruger.
Le falta ritmo a Marlowe, como si al director de Entrevista con el vampiro le faltara fuelle, es bastante aburrido, algo que resulta imperdonable en un film noir, y ni sus escenas de acción, bastante torpes e irreales, como cuando Cedric (Adewale Akinnouye-Agbaje), el chofer del excéntrico traficante Lou Hendricks (Alan Cumming), se rebela contra su amo, logran levantar el largometraje. Hay metacine desconcertante (Cedric, convertido en chofer de Marlowe, tras ametrallar a unos cuantos sicarios, habla de los mcguffin del señor Hitchcock y es enchufado por el detective para que se haga cargo de la seguridad del estudio cinematográfico de la familia Cavendish) y, como curiosidad, cabe reseñar un reparto en el que abundan actores europeos, aparte del protagonista masculino, como la alemana Diane Kruger, el irlandés Colm Meaney (el policía Bernie Ohls), y la portuguesa Daniela Melchor (Lynn Peterson), que interpreta a la hermana del desparecido novio de la protagonista femenina, y que Neil Jordan recrea el Los Ángeles de los años 30 nada menos que en Manresa, en la provincia de Barcelona, sin que se note. El realizador de las muy brillantes Mona Lisa y Juego de lágrimas está en horas bajas y su Marlowe simplemente lo certifica.