Entrevista a Matías Escalera, por Ángela Martínez
Entrevista a Matías Escalera Cordero
A propósito de Un sollozo del fin del mundo. Novela/ensayo del futuro inmediato
Ángela Martínez Fernández (UV/UAH)
Un sollozo del fin del mundo. Novela/ensayo del futuro inmediato narra dos historias paralelas. La de Saúl Bochum, que recoge la memoria de su abuela, Rebeca Heinz, mientras intenta boicotear la misión lunar de Alton Tusk Ltd., para que los humanos no propaguen su destrucción por el universo. Y la de Víctor/ia Klein, un agente transgénero que, como los héroes clásicos, se embarca en una aventura transatlántica para destapar un caso de corrupción farmacéutica por parte de altos cargos eclesiásticos. Las dos historias acontecen en un mundo convertido en caos, supervivencia y hostilidad. El mapa se encuentra completamente resignificado: las alianzas geopolíticas han sido trastocadas y la crisis climática ha desertizado zonas enteras del planeta. Nos adentramos, pues, en un escenario de terror, de destrucción, de maldad, pero donde a ratos emergen también relámpagos de esperanza, territorios de posibilidad. Como las zonas autogestionadas Rojava/Detroit, donde parece que la vida todavía merece la pena ser vivida. Un sollozo del fin del mundo es, con todo, un libro antagonista que trabaja de manera compleja y profunda con los materiales de la realidad político-social y trata de intervenir en las batallas actuales por los futuros posibles. La novela de Matías Escalera, pensamos, no solo anticipa, sino que toma el presente para mostrarnos el horror –pero también la posibilidad– del futuro inmediato.
AMF. Comencemos hablando sobre las condiciones de producción de tu novela. Es llamativa la cantidad ingente de información sobre procesos políticos, sociales y culturales que recoge. ¿Cómo ha sido el periodo de escritura? ¿Cuánto tiempo de dedicación hay detrás de la novela?
MEC. Bien, ese es, creo, un elemento esencial para comprender esta obra: el cómo ha sido producida. Y lo es porque, si en todas mis obras la documentación y la investigación previa, acerca de la realidad o realidades que van a ser narradas, argumentadas o poetizadas, es un paso fundamental, en este caso, lo es más, dado que el objetivo es narrar, desde un punto de vista lo más realista y verosímil posible, nuestro futuro inmediato, ya que la acción principal se desarrolla en 2056. Fue un proceso de toma de información y documentación que me llevó más de un año de lectura de ensayos, reportajes, informes y artículos que trataban de proyecciones geopolíticas, climáticas, sociales, científicas, tecnológicas, culturales, religiosas, etcétera, para los próximos decenios. Quería que un lector actual contemplase el mundo futuro narrado como un mundo perfectamente posible y que, a partir de ahí, regresase a su mundo real/actual, este en que vivimos, de otro modo. La escritura literaria me llevó otros tres años y medio, aproximadamente; la terminé justo el mes en que se declaró el primer estado de alarma, en marzo de 2020.
AMF. ¿Cómo se relaciona este libro con el resto de tu trayectoria? ¿Qué lugar le otorgas?
MEC. El impulso del que nace es el mismo que da sentido al resto de mi obra, el responder a mi tiempo; no concibo la escritura literaria si no es como respuesta al tiempo histórico en que se da; lo he explicado muchas veces, las típicas presunciones de una escritura ahistórica, de la supuesta “autonomía del signo literario”, o eso de que “escribo para mí”, o lo de “cuando escribo no me importa nada de lo que pasa fuera de mí”, o “la literatura no es política”, en fin todas esas excusas que se oyen, a veces, entre quienes aspiran al mainstream, que se dice ahora, a quienes sepan algo de teoría literaria, lingüística aplicada, sociolingüística o sociología de la escritura les parecerá unas presunciones bizarras y ajenas al fenómeno real, que todo signo lingüístico –y el signo literario es el más complejo de todos– no es otra cosa que una respuesta material al contexto en que se da, inevitablemente, por activa o por pasiva, pues se integra en un proceso de comunicación, también inevitablemente. Esta novela es, pues, un intento de novelización de nuestro mundo actual y su previsible futuro inmediato, como El tiempo cifrado, mi primera novela escrita, es un intento de narrar el tiempo de nuestra Transición política, la España de los años setenta y ochenta; y Un mar invisible narrar el triunfo del neoliberalismo depredador en la España de los años noventa y de principios de este siglo, es decir, la España de la burbuja y de la corrupción generalizada, que se hundió con la crisis de 2007; o como Historias de este mundo, la colección de relatos, es el intento de narrar el mundo y la España que despuntará durante el 15M.
AMF. En el prólogo, Alberto García-Teresa define la novela como una “ficción especulativa”, un “arte antagonista” que utiliza la “dialéctica marxista” para intervenir en las disputas que acontecen por el futuro en el campo cultural. Hablemos sobre esta batalla en concreto y por el potencial que le otorgas a la literatura para intervenir en ella.
MEC. Todos nos debatimos en diversos campos sociales y culturales, en los términos en los que Pierre Bourdieu usa este concepto clave de la sociología moderna; y, en cada uno de esos campos, se desarrolla una lucha entre los que los dominan y los que aspiran a dominarlos, que básicamente, en todos ellos, se convierte, finalmente, en una lucha de clases; en este sentido, en el campo literario, que es en el que se integra esta novela, como toda mi obra, y las obras de cualquier escritor o escritora que publique, solo hay dos posibilidades: asumir las reglas de los que dominan el campo o enfrentarte a ellas, y yo me enfrento con mi escritura a quienes dominan y establecen las reglas que rigen hoy este campo, las de la acumulación y el escapismo, fundamentalmente. En este campo, a los escritores y escritoras disidentes no nos queda otra que postular un imaginario diferente al dominante, ofrecer héroes distintos, que nos representen a los comunes, tramas que pongan lo real delante del lector potencial, y, por supuesto, modos de escribir que provoquen reflexión crítica acerca del mundo y de nuestro estar en él, que pongan en cuestión las costumbres lectoras de la inmensa mayoría. Y eso tiene unos costes que yo asumo y he asumido desde el principio.
AMF. En relación con esto, ¿con qué otras producciones culturales recientes crees que dialoga y concuerda tu libro? Es inevitable pensar, por ejemplo, en el ejercicio crítico de imaginación que hay presente en Silithus, de Enrique Falcón. ¿Qué otros ejemplos has encontrado que te hayan servido para entablar diálogo? ¿Y en el plano teórico? ¿Ha habido algún libro nuclear en el proceso?
MEC. Justamente, Enrique Falcón y yo lo hemos hablado alguna vez, la literatura de ficción especulativa (o de anticipación, que digo yo), sea desde la poesía, como el extraordinario e impactante Silithus, que reseñé en su momento, o como esta novela mía o Lugar seguro, de Isaac Rosa, por ejemplo, aunque de otra manera, son un signo de los tiempos; tiempos de fractura, de crisis profundas y de cambios civilizatorios imparables. En cuanto a textos teóricos, me vienen Teoría de la Literatura de Ciencia Ficción: Poética y Retórica de lo Prospectivo, de Fernando Ángel Moreno, de 2010, creo, y dos números de la revista Hélice, uno, de 2013 y, otro, de 2020, muy buenos, en este sentido; y también algunos artículos esclarecedores de la profesora Teresa López-Pellisa, sobre ficciones posapocalípticas y ciencia ficción moderna, en Ínsula hay uno muy interesante.
AMF. Entremos ya, de lleno, en la novela misma. ¿Podrías explicar con detalle a qué responden las elecciones de composición, es decir, la mezcla de géneros, de documentos, de puntos de vista, el uso de la temporalidad…? En varios momentos, aparece en el interior de la novela un juego de metarreflexión. El narrador, o alguno de los personajes, se refiere a la incapacidad de la ciencia ficción para imaginar un mundo como aquel en el que realmente ha devenido la sociedad. Rebeca Heinz, un personaje central, portadora de la memoria, por ejemplo, afirma: «No se nos concederá el honor siquiera de un final digno de un relato». ¿Crees que la imaginación ficcional va desencaminada en su predicción del futuro?
MEC. La mezcla de géneros está en el principio mismo de mi poética, por decirlo así; ya desde la primera novela, El tiempo cifrado, pero, sobre todo, con la segunda, Un mar invisible, mi intención fue romper las fronteras genéricas, así como el uso sistemático de todas las estrategias narrativas que un escritor de finales del siglo XX tenía a su disposición, incluida la del uso de documentos reales, junto a documentación literaturizada, o técnicas propias del ensayo académico. Todo con una finalidad verosimilizadora y realista (cervantina, sensu estricto). Pasa lo mismo con el uso del tiempo de la narración o de las voces narradoras; si te das cuenta, al narrar nuestro futuro inmediato como un tiempo ya pasado, a través del personaje de Rebeca Heinz, fundamentalmente, pero no solo, el lector actual lo asume como un tiempo efectivamente realizado y los protocolos verosimilizadores se acentúan; como, cuando las figuras y voces de la narración usadas se confunden y superponen, hasta anular (o difuminar, al menos) cualquier voz dominante, yendo hacia una realidad textual que se narra a sí misma. Y la autorreferencia metatextual respecto de la literatura de ficción especulativa o de la ciencia ficción fantasiosa dominante, hoy, va por ahí también, pues, al aceptar que esa reflexión viene de alguien acreditado, desde un tiempo futuro ya realizado, por lo tanto, ‘real’, y que desmiente todas las previsiones apocalípticas y fantasiosas, al uso, acerca del final, obliga al lector de la novela a una reflexión crítica sobre sus propias lecturas del género actuales, esto es, reales.
AMF. En relación directa con esa reflexión, también le concedes una importancia central al lenguaje: «No fueron las crisis sucesivas la causa de nuestra perdición, fue la lengua […] Las palabras eran suyas, siempre han sido suyas, y con ellas roban, expolian y esquilman». ¿Narrarnos es una forma de evitar el expolio? ¿Crees que tu novela funciona como una manera de rebelarse a que nos cuenten desde arriba?
MEC. Por supuesto que reconquistar las palabras, devolvérnoslas limpias de su mugre, especialmente las nuestras, es, junto con la construcción de un imaginario simbólico verdaderamente nuestro, el objetivo de una escritura crítica y libre. Estoy harto de sus historias y de nuestras palabras en sus sucias bocazas académicas, políticas o publicitarias; y se me revuelve el estómago, cuando se las oigo repetir a mis iguales y, si son compañeros de la escritura, se me cae el alma a los pies.
AMF. En los agradecimientos, reconoces que fue Ana Orantes, tu editora, quien te ayudó a elegir el título de esta obra. Quisiera que pudieras explicar, con más detalle, el sentido que le otorgas al título escogido finalmente y, también, al subtítulo de la novela/ensayo: Novela/ensayo del futuro inmediato.
MEC. No te lo vas a creer, pero es el primer libro que he escrito al que me sentía incapaz de poner título, cuando normalmente es el título, justamente, casi lo primero que tengo en mente, cuando inicio un proyecto. Durante cinco años en mis archivos y carpetas nombré todo lo relacionado con esta novela con el número del año en que se desarrolla su acción, 2056, y de tanto verlo, cuando llegó el momento de darle título, mi mente no salía de la cifra y de los dígitos, 2056, 2056, 2056… Así que le pedí a Ana que, por favor, lo pusiera ella; y encontró el más hermoso de todos, contenido en uno de los poemas iniciales que yo mismo seleccioné para crear una atmósfera poética propicia antes de abrir la novela misma, el famoso poema de T S Eliot, que concluye This is the way the world ends / Not with a bang but a whimper… No con una explosión sino con un sollozo… que señala auténticamente la avellana significativa de la novela; este fin de nuestro mundo no está siendo épico, ni apocalíptico, es como un sollozo, solo eso, un mero y triste sollozo, en el sentido que whimper tiene en inglés, equivalente realmente a gemido. Así, sin holocausto nuclear, ni continentes hundiéndose, ni marcianos campando por sus respetos, ni meteoritos gigantes, no, un mero gemido que nadie escuchará, que nadie consolará y al que a nadie más que a algunos de nosotros importa.
AMF. Saúl Bochum, uno de los protagonistas, mantiene largas conversaciones con su abuela, Rebeca Heinz, mientras esta permanece ingresada en el hospital. A través de sus recuerdos, de los papeles que ella conserva de su etapa como profesora en la Universidad y del Libro de los números, el nieto es capaz de aprender sobre el mundo anterior, aquel donde todavía existía la posibilidad. ¿Qué implica políticamente elegir a la abuela ya enferma como representante de la memoria transmitida?
MEC. Rebeca es mi generación, creo, dando fe del final del mundo que ha conocido y que hemos visto y estamos viendo morir; haciendo lo único que podemos hacer ya, contar lo que hemos visto, transmitir la memoria a nuestros nietos de lo que hemos perdido y habremos perdido, de lo que un día fuimos, de las ilusiones y la esperanza que sustentamos y de cómo las perdimos; de lo que nunca ya conocerán y del porqué no lo conocerán; de nuestra responsabilidad, o no, en esa pérdida, y de los causantes últimos de la misma.
AMF. La novela está plagada de ciudades conocidas, pero reformuladas por completo, atravesadas por los contrastes, desde las zonas no protegidas hasta los grandes resorts, reservados a las élites. Aparecen escenarios afectados por la crisis climática, zonas desertificadas, o afectadas por el Gran Tifón, una crisis financiera global definitiva; aparece, por ejemplo, una Barcelona “abandonada a su suerte”. ¿Cómo has llegado a componer en toda su magnitud el mapa de transformaciones geopolíticas?
MEC. Con muchas lecturas de informes, ensayos y proyecciones geopolíticas, climáticas, etcétera, como te decía al principio. Sin ese trabajo previo, es imposible verosimilizar o abordar de un modo realista un escenario futuro. Levantar ese mundo fragmentado y compartimentado, de un modo realista y creíble, lleva su tiempo, créeme.
AMF. Hablemos sobre la composición del personaje de Viktor/Viktoria Klein, ¿cómo surgió su retrato? El narrador dice que es «como un héroe antiguo», se adapta al medio, no se sorprende ni se deja afectar por nada y es preso de sus propios dilemas: parece tener un sentido del deber profesional que le ha llevado a ser uno de los comisarios más respetados, pero que duda sobre si aceptar o no la misión Marsella2, aunque, al mismo tiempo, es capaz de hacer desaparecer los ficheros que incriminaban a su amante. Al final, le das la oportunidad de una cierta reconciliación consigo/a mismo/a.
MEC. Esta es una de las claves de esta novela, la naturaleza de Klein; que comienza siendo Viktoria y termina siendo Viktor. ¿Su ser transexual se aborda como problema en la novela? No, en absoluto. Los problemas con la identidad son nuestros, son propios de una coyuntura histórica, la nuestra, que es ya el pasado en el tiempo narrativo de la novela; me interesaba plantear este carácter histórico de la lucha por los derechos de identidad de género y el hecho de que, cuando las causas que la han provocado desaparezcan, y vamos en esa dirección, aunque, a veces, nos parezca lo contrario: al menos, en el ámbito geopolítico en el que la acción de la novela se desarrolla, básicamente Europa occidental; en ese momento, solo quedarán los sujetos (sea cual sea su identidad de género, su procedencia o su raza) y lo determinante –como lo es ahora, si te fijas bien– será, al final, la posición de clase de estos, tanto subjetiva, esto es, ideológica, como objetiva: la posición que ocupas, con los de arriba o con los de abajo, con los explotadores o con los explotados, con los ricos o con los pobres, con los protegidos o con los desprotegidos, etcétera. Klein es un personaje trans, pero para el que su identidad ya nos es un problema; está diseñado como una persona conservadora, un representante del orden, que acepta sin demasiadas contradicciones lo establecido, salvo por su rechazo visceral, a causa de su propia experiencia personal, del tráfico de medicamentos falsos, que le costó en su niñez, la cojera. Aunque tiene algo que le permite cambiar: su sentido profesional del deber, el no poder llevar hasta sus últimas consecuencias la misión que se le ha encomendado, porque el poder de los culpables les convierte en criminales impunes.
AMF. ¿La misión que quiere llevar a cabo Saúl Bochum dentro de Alton Tusk Ltd. para boicotear la colonización del sistema solar es, al mismo tiempo, una pregunta abierta a los/as lectores/as?
MEC. Así es, todo en esta novela pretende interrogarnos; y el personaje de Saúl Bochum, sus motivos para decidir hacer lo que quiere hacer, no solo interrogan a Klein, al que terminan cuestionando sus propios principios como sujeto, en general, acomodaticios respecto del orden que representa, también nos interrogan a nosotros; a mí mismo también.
AMF. La novela plantea dos maneras contrarias de utilizar los avances tecnológicos y, especialmente, lo que denominas la Niebla Profunda (un nuevo Mega-Internet). Por un lado, el uso crítico y positivo, digamos, que hacen los habitantes de las comunas ecosocialistas Rojava/Detroit y, por otro lado, la hipervisibilización, la desconexión de los afectos y todos los efectos nocivos que esto genera. ¿El personaje de Halyna, una especie de influencer que intenta suicidarse y vive en un estado de depresión permanente, mostraría los efectos y la dirección que ha tomado el espacio virtual dominante hoy en día? ¿Qué relación existe, a su vez, con los “constructores de muros” y las ceremonias del Tránsito?
MEC. Todo ello está entre nosotros, todo procede de la documentación manejada y de mi propia observación del mundo en que vivimos: el uso amoral de la tecnología por parte del capital, léase lo que está pasando con la IA, frente al intento de uso social y sensato, por parte de los grupos sociales más críticos y conscientes de este estado de emergencia global que vivimos; la ilusión de vida en la que la inmensa mayoría de nosotros vivimos, creyendo que la realidad virtual es la realidad real; la tendencia al aislamiento depresivo de cada vez un número mayor de personas, encadenadas al uso masivo de antidepresivos; la sospecha, cada vez más extendida, de que los mayores son una carga social inútil, o la instigación directa al suicidio de los mayores, considerados una lacra insoportable, por ministros y economistas en Japón y en otras sociedades opulentas… No tienes nada más que mirar a tu alrededor y comprenderás a los “constructores de muros”, a Halyna o las “ceremonias del Tránsito”.
AMF. Hay una reflexión general que atraviesa toda la obra y que tiene que ver con el análisis de clase y con la constatación del mundo como un espacio dividido entre dominados y dominadores. Rastreas la pérdida de conciencia obrera como algo asumido por todos (“hemos devenido siervos y esclavos de nuevo”, “un movimiento obrero desarbolado”), pero también, adviertes que “fueron los herederos de esos movimientos los que lograron dar carta de naturaleza a muchas de las zonas autogestionadas”, es decir, que los pocos que quedaron con conciencia de su clase pudieron construir espacios de supervivencia alternativos al sistema. Hablemos sobre el estado actual de la clase obrera, pero sobre todo, hablemos sobre las posibilidades que todavía quedan.
MEC. La vieja clase obrera ha muerto, ¿eso quiere decir que los trabajadores han muerto?, no, en absoluto; solo que la vieja clase está siendo sustituida por un nuevo ejército precario: un proletariado que tiene más que ver con el estado de servidumbre, anterior a las grandes conquistas de la vieja clase, que con esta misma clase en su mejor momento, los años centrales del siglo veinte, durante el denominado estado del bienestar, que concluye con las crisis de los años 2007 y 2008, pero cuya desaparición se ha ido gestando desde 1973. ¿Eso quiere decir que su memoria, la de la vieja clase, y una parte de sus conquistas no perviven?, no, claro que no. Aún quedamos trabajadores como tú y yo, por ejemplo, que mantenemos esa memoria; nosotros seríamos una parte de los futuros habitantes de las zonas Rojava/Detroit, junto con otros trabajadores y trabajadoras que ya no sabrán nada del pasado de su propia clase, pues nadie les habrá transmitido su memoria, pero que saben, que intuyen que se puede y se debe vivir, aun en medio del desastre, de otra manera, hasta el fin. Transmitir la memoria de esa necesidad y de ese deseo milenario de los antiguos esclavos, de los siervos de la Edad Media y de los inicios de la modernidad y de los proletarios de la era industrial, intentarlo, por lo menos, es parte de nuestra misión como trabajadores que todavía recordamos, y es la misión, también, humildemente, de esta novela.
AMF. La novela juega, constantemente, con la apertura y el cierre de las posibilidades. Parece que, en el tiempo de los abuelos de Bochum, que representan tu generación, «pensar el mundo tenía sentido aún para nosotros… Vivir tenía sentido; no nos resignábamos», mientras que, en el tiempo ‘presente’ del relato, nuestro futuro inmediato, eso parece haberse convertido en algo imposible. Te refieres a las eras axiales como los procesos históricos de cambio entre esas dos realidades. ¿Crees que nos encontramos de lleno en una de ellas? ¿Qué opciones quedan todavía abiertas?
MEC. Así es, estamos en una de ellas; nos quedan pocas posibilidades, pero hay que agotarlas, hasta el final; es posible que tú, por tu edad, sí llegues a conocer las zonas Rojava/Detroit y seas, entonces, en alguna de ellas, portadora de memoria; y sé que lo harás muy bien; harás lo que Rebeca Heinz con su nieto.
AMF. ¿Qué sentido político le das al final de tu novela? Las dos historias se cruzan: Bochum no consigue boicotear la misión espacial y Klein se marcha con Barut y Serena Grsak a criar salmones en los Alpes Julianos. ¿Qué dirección ideológica crees que se condensa en este cierre?
MEC. Justo el que te he dicho, que es necesario mantener el sentido y nuestra memoria, la posibilidad de un modo de vida solidario con nuestro planeta y con nuestros semejantes, hasta el final, incluso en medio del desastre, porque, nunca se sabe del todo qué sucederá, pero, sobre todo, porque eso es mejor que abandonarnos a la desesperanza, al pillaje y a la autodestrucción.
AMF. Quisiera terminar recogiendo dos preguntas que aparecen en la novela, para que pudieras responderlas, ahora, tú mismo, como autor: «¿Y cómo debería ser ese mundo del que siempre nos hablas?»; «¿cambian algo [de ese futuro previsto] nuestros [pequeños] gestos [personales]?»
MEC. Cómo debería ser ese mundo, pues como lo hemos soñado durante siglos los esclavos, los siervos y los trabajadores, sencillo, humano, justo, tranquilo y armónico, en donde todos pudiéramos ser razonablemente felices, sin necesidad de agredir, ni de someter ni aniquilar nada ni a nadie. ¿Sirven nuestros pequeños gestos personales? Claro que sí, nos sirven a nosotros, para no olvidar lo mejor de nosotros mismos, que somos seres dignos, dotados con la dignidad indeleble de lo vivo, para no dejar de ser quienes somos, suceda lo que suceda. ¿En medio de Auschwitz, merecían la pena los pequeños gestos de humanidad? Sí, merecían la pena, para que, luego, supervivientes como Primo Levi nos recordasen, en Si esto es un hombre, que no renunciar a nuestra humanidad es posible, que seres como Lorenzo y otros muchos lo consiguieron, que mantuvieron su dignidad con la sencillez imbatible de la vida y de la fraternidad, que, ni siquiera en el infierno, es irremediable la indignidad y la derrota definitiva.
Pingback: Entrevista a Matías Escalera, por Ángela Martínez - Matías Escalera