‘Barrancos’, de Pablo Matilla
Barrancos
Pablo Matilla
Témenos
Barcelona, 2023
241 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
A nuestros padres les debemos un respeto y por eso deberíamos tratarles de “usted”. Lo que ocurre es que hemos perdido la cordura, porque ahora al tratar de usted a cualquiera lo que puede parecer es que nos estamos riendo de él. La distancia entre dos personas que se tratan de usted provoca que por el medio cruce un océano sin afectos. Pero cuando uno trata de usted a otro, como el hijo al padre, mientras que el segundo no cesa de gruñir al primero, la situación claramente trata sobre la desigualdad y vaya usted a saber qué fantasmas. En este caso, el de una madre que falleció durante el parto, que nuestro autor maneja con mucho acierto para evitar la condena de la culpa que en otras manos parecería evidente, y un descarrilamiento afectivo que pesa tanto como para no indicarlo. Estamos ante una novela de personaje, Barrancos, un tipo de veintinueve años que es dependiente económico, un tipo que no quiere comprometerse a nada, al menos en los términos en los que la sociedad entiende el compromiso. En realidad, se limita a ser un bebedor, identificando el alcohol como el único estímulo decente para sentirse vivo. No tiene ni idea de cómo comenzar a quererse a uno mismo, porque en esa farsa de familia que ha vivido, constituida por su padre y él, no ha habido ternura. Pero para poder mantener la clase de vida que le apetece, se ve obligado a cumplir la última voluntad del padre, consistente en transportar las cenizas para esparcirlas en su aldea de origen.
Son varias las obras que se han trazado a partir de la conducción de un difunto, del final de la vida de un progenitor. Fácilmente se nos viene a la cabeza Mientras agonizo o El extranjero. Aquí asistimos a dos partes diferenciadas, la primera que es el itinerario hacia, y la segunda que es el encuentro con. En ambas lo prioritario son los encuentros con otros protagonistas, algunos de apenas unos minutos, que sirven para lo que parece que se han creado tantos secundarios en narrativa: para que nuestro protagonista descubra, aprenda, crezca. Los otros le ayudan a hacer un repaso vital, del que van brotando constantes defectos. Y, tal y como nos tememos, de nuestros defectos y errores, de aquellas partes que nos cuesta desprendernos, sólo podremos concluir nuestra oscuridad, o “una mixtura de rencor y confianza, camaradería y rechazo”, que es una bipolaridad que nos traslada, de nuevo, a la oscuridad interior.
La novela, desarrollada con soltura, que se lee con facilidad, trata sobre el tema esencial de lo que supone ir sumando años: lo complicado que resulta encontrar la serenidad, que es, a la postre, lo que todos ansiamos. Y el mayor problema que tenemos para alcanzarla será la suma de tantos momentos de nuestro pasado, de tantos episodios que debieron ser fugaces y permanecen porque nos cuesta arrepentirnos o nos arrepentimos demasiado. Eso por no hablar de la imposibilidad del perdón y la conversión de esta imposibilidad en un falso motivo para creernos más personas que los demás. Pablo Matilla (Mieres, 1986) ha construido una de estas novelas que conviene leer, porque nunca sobra que nos recuerden las verdades esenciales de la vida, y lo hagan sin provocar dolores de cabeza.