Tiempo de Feria
He escrito el título del artículo con mayúscula. Este es un recurso que me gusta mucho de Tolkien, cuando se refiere a esos Elfos o Enanos, como raza, para diferenciarlos de un elfo o enano corriente y moliente que ande por ahí. Mi objetivo es el mismo: establecer una línea de corte, una distinción. Mayo, junio, incluso julio… son meses que los amantes de la escritura (y me atrevería a decir del enramado mismo de la cultura) hacemos propios: los de las Ferias del libro.
El otro día os hablé de la feriuca de Solares, Cantabria, donde asistí como pregón charlando sobre Cabárceno. La asistencia al evento fue un millar de veces inferior a la de la Feria de Abril celebrada una semana antes en el mismo lugar. Voy a ponerme canalla y la voy a llamar, despectivamente, feria de abril, con minúsculas. Lo siento por los damnificados.
Unos días antes me encontraba en Londres con mi familia. En medio del ajetreado recorrido turístico, topé con un pabellón sobredimensionado donde los aficionados de una conocidísima franquicia de videojuegos celebraban un torneo. A ello, sumar todo un elenco de eventos satelitales. Miles y miles de persona explorando los límites del ocio: ya no se trataba solo de jugar, en la modalidad que cada cual escogiese (historia, competitivo, crianza…), sino de compartir una cultura: la del propio mundo, en permanente expansión, creado por la empresa nipona. Destacaré un dato: todos los asistentes, cada uno en la medida de su persona, iban a pasárselo bien.
A la feria de abril (espero no levantar resquemor, pero tras una pantalla todos somos más valientes; así es la vida) se va a lo mismo. Un poco de alcohol por aquí, unos bailes por allá… Ambos eventos tienen dos pilares en común, a pesar de que la ejecución es antagónica: el carácter social y el motivo de ocio.
Como comenzaba diciendo, en estos meses tienen lugar las sucesivas Ferias del Libro. El viernes que viene por la tarde estaré en la caseta de Librería Desnivel firmando ejemplares. Qué guay, por la inauguración. Cuando me marché de Madrid allá por los aledaños del 2021 lo hice la misma mañana que se inauguraba, con cierto retraso, la Feria. Lo que vi desde la barrera me robó el habla (por eso he aprovechado dos años a desgastar el teclado, y el BLOQ MAYÚS se traba más que un retrete público). Luego están los medios, que lo magnifican. Millares de asistentes, elevadísimas cifras de ventas…
Hablemos de números.
Acaba de estrenarse el nuevo Zelda. Personalmente no me convence eso de que las armas duren menos que dos peces de hielo en un sabinero whisky on the rocks, pero a millones de personas sí. Hace tiempo vi que la primera entrega de la franquicia en la Nintendo Switch había superado los 30 millones de copias vendidas. Pongamos que cada usuario ha gastado entre 55 y 70 euros por él… Las cifras hablan por sí mismas.
Ahora hablemos de Dune, que me lo estoy leyendo y viene al pelo. «La saga de ciencia ficción más vendida bla, bla, bla». 20 millones a fecha de hace unos años.
La diferencia es que Dune se publicó en 1965 y este juego de Zelda hace unos pocos años. No hablemos ya de las ventas de toda la franquicia. El ciudadano medio es consciente de que al comprar un videojuego de cierto calibre le esperan horas de diversión, entretenimiento gráfico y audiovisual. En muchos casos, esto se convierte en una experiencia multijugador, e incluso genera fenómenos fan con cierta facilidad: partiendo de un elemento palpable como es un personaje en pantalla, se puede diseñar a su alrededor, comentar en redes sobre personajes cuya imagen es común a todos los fans…
La literatura establece una ruptura a este nivel. No-hay-imágenes. Cero, pium. Cada lector genera una imagen mental, contaminada en caso de leer un libro a raíz de una serie o película, como me pasó a mí con el barón de Dune. El proceso lector es solitario. Generalmente lleva su tiempo: poder hablar de un videojuego es inmediato, incluso mostrar el progreso del juego en streaming; hacerlo de un libro requiere de terminarlo para ahorrarse spoilers, cosa que puede casar con ciertos videojuegos, cierto, pero a veces la jugabilidad destrona a la historia y la mete de una patada en un segundo plano.
Todo este alegato a santo de qué.
Analicemos algunas de las franquicias literarias de mayor éxito: Harry Potter y El Señor de los Anillos. Ambas son mucho más fantasiosas que Dune, donde priman los elementos sociales en un entorno futurista (digna precursora de Juego de Tronos; podríamos debatir acerca de si una serie de Dune alcanzaría o no ciertas cotas, pero no es el caso). HP y ESDLA cuentan dos historias integradas en un mundo inmenso, donde las posibilidades son, a su vez, infinitas. Algo de lo que se benefician también Warhammer y Star Wars. Ambas serias literarias, juegos de mesa y franquicias cinematográficas han engordado en parte (en gran parte, a mi ver) a causa del complejísimo universo donde, más allá de hacer disfrutar al lector/espectador, le invitan a quedarse y vivir sus propias aventuras. Es ahí donde radica el corazón del fenómeno fan: en el enraizamiento dentro de un mundo ajeno. Hacer propio el refugio salido de la mente de otro ser humano.
La idea de que el libro es tan solo un aburrido instrumento cultural parece persistir en los cerebros de la mayoría. Leer para aprender, para divagar, para abrir la mente… es maravilloso, y me atrevería a decir que necesario, al menos para mí. Pero esa otra lectura que permite viajar a territorios inhóspitos (o descubrir lo exótico cerca de casa) debería ser vista como lo que es: un producto de ocio igual de divertido (o más, o menos, a gustos) que sus equivalentes en el sector del videojuego, de la noche, o lo que fuere.
Miles de escritores pasarán hambre y frío repartidos por las diferentes casetas de la geografía peninsular intentando captar un indicio que les permita hablar de su obra. Venderla. Alimentar su propio círculo de lectores. Si estáis leyendo este tostón lo más seguro es que pertenezcáis a la gente que no desdeña la literatura, pero seguro que conocéis a ese otro espectro que la considera pasada de moda. Está bien. Os invito a buscar un libro divertido, ágil, que creáis que puede interesar a una de esas personas, y se lo regaléis. Doblemente bueno sería que el acto fuese in situ, en una Feria, alimentando el fenómeno colectivo-festivo que se da entre nubes y claros. El futuro tiene dientes de acero y lo controla una CPU con IA, y el primer paso para sobrevivir es recordar a las nuevas generaciones (y a las no tan nuevas) que un libro es un amigo fiel que podrán regalar a quien tengan aprecio, ya que una vez lo lees, pasa a formar parte de ti.
Para siempre.