‘Las vírgenes suicidas’, de Jeffrey Eugenides
ÁNGELA M. RAMS.
Mi primera aproximación a esta historia fue, de forma poco original, a través de la película de Sofía Coppola del año 99. Kirsten Dunst era Lux Lisbon, habitante, junto a sus hermanas, de un peculiar mundo rosado, misteriosamente femenino y con una banda sonora extraordinaria. Años después de ver la película, y de que hubiera dejado en mi su poso agridulce, decidí leer la novela en la que se basa, escrita por Jeffrey Eugenides en 1993.
Un grupo de chicos del barrio observa a las hermanas Lisbon, fascinados. Es el inicio de su adolescencia, y con ella nace la atracción imparable hacia el misterio de las hermanas; su belleza, su hermetismo, el mundo desconocido y violento que es para ellos la habitación de una chica, con cajones mal cerrados de los que cuelga un sujetador, y discos haciendo sonar canciones de amor y de experiencias que les son desconocidas. Las observan, hablan sobre ellas, sueñan con ellas, y es precisamente uno de ellos, desde su lejana atalaya con prismáticos, quien nos cuenta su historia. La huella de las hermanas Lisbon permanece en esos chicos hasta que dejan de serlo, y ya convertidos en hombres, las recuerdan con nostalgia; el sexo y el deseo con poderosos, incluso cuando nunca han ocurrido, y son sólo el fantasma de una idea, un anhelo interrumpido.
A través de la mirada lejana de estos chicos, podemos nosotros también admirar a las hermanas Lisbon; de lejos, parecen todas iguales. Ninfas rubias, con feos vestidos que les impone una madre asustada por su feminidad, por su talento, por su poder de seducción. Una sola vez, los chicos logran acercarse a ellas, apreciar sus aristas; debajo del uniforme de chica y de la habitación rosa, cada una de ellas tiene intereses y personalidades diferentes, que no consiguen desarrollar libremente bajo la vigilancia férrea de una madre puritana, y la abulia de un padre incapaz de imponer su punto de vista. Después de una noche de libertad, en que consiguen llevarlas al baile, la desobediencia de Lux provoca que caiga un castigo, casi un destierro, sobre todas las hermanas; las encierran en casa, y les impiden cualquier contacto con el mundo exterior. Tampoco van al colegio.
El escenario de un barrio de clase media americana se convierte en una pecera irrespirable, en un microambiente asfixiante que arranca y desperdicia la fuerza vital de las hermanas Lisbon. Encerradas como un tigre en un recinto, encasilladas en un espacio demasiado pequeño para crecer, las hermanas Lisbon renuncian a la vida y planean sus suicidios, una tras otra, de forma metódica y desapasionada. Un tsunami no puede transcurrir apacible como un riachuelo, y es este choque, esta imposibilidad de abordar su vida desde la plenitud y la libertad, la que lleva a las hermanas Lisbon a la muerte.
Es una novela deliciosa, triste y frágil, plagada de nostalgia, y escrita con sensibilidad y belleza.
Morir
es un arte, como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Sylvia Plath