‘Diario del ladrón’, de Jean Genet
Diario del ladrón
Jean Genet
Traducción de Lydia Vázquez Jiménez
Cabaret Voltaire
Madrid, 2023
345 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
No vivimos por inercia, aunque es lo que nos gustaría a la mayor parte de nosotros. La vida sucede cuando hay escollos de por medio, cuando uno tiene que intervenir, tomar decisiones, crear una moral. Lo que cabe preguntarse, ante ciertas construcciones humanas, ciertas condiciones humanas, ciertas formas de ética, es de dónde surgen, cómo brotaron, por qué existen. Las preguntas, que tal vez podríamos llamar intrigas, están constantemente alterándonos durante la lectura de este Diario del ladrón, una obra que sigue sin envejecer, que sigue siendo un gran atrevimiento. Que alguien la haya escrito nos puede incomodar; pero que alguien haya vivido lo que aquí se expone, nos llena de cicatrices, unas cicatrices de una batalla que ni siquiera hemos protagonizado, que, en buena medida, nos cuesta creer que nadie haya podido protagonizarla.
«—Hay que ser vicioso para follar con ese tipo —me dijo un día Stilitano refiriéndose a Salvador.
»¡Admirable vicio, dulce y benévolo, que me permite amar a los feos, a los sucios y a los desfigurados!»
Con un ritmo de galope, en ocasiones sincopado, pero siempre atento al oído para que no desfallezca la cabalgada a lomos del realismo, Jean Genet (París, 1910 – 1986) nos sigue sorprendiendo, pues lo que otros veríamos como suciedad, para él es el orden natural de las cosas. En buena medida, nuestra única forma de intervenir en ese ambiente es esta lectura, pues no será frecuente que quienes hayan navegado a través del robo y el sexo como él lo ha hecho dediquen su tiempo posterior a la literatura. Hemos dicho literatura y deberíamos significar que es arte, pues el juego del sexo, que no esconde descripciones que podríamos catalogar como pornográficas, cala de forma erótica, y el del ambiente lumpen en una comunicación poética. Lo que ocurre es que no se aproxima al lirismo, huye de lo cursi. Tal vez porque posee la potencia de los relatos autobiográficos escritos por quien realmente tiene algo que contar. Pensamos, por ejemplo, en Mohamed Chukri, por mencionar a un autor al que esta misma editorial recupera en ediciones maravillosas.
Cabe volver a mencionar el valor de Genet a la hora de exponerse. «Les reconozco a los ladrones, a los traidores, a los asesinos, a los malvados, a los delincuentes, una belleza profunda —una belleza en bajorrelieve— que no veo en vosotros». En ese sentido, siendo una estrategia psicoanalítica, es todo lo contrario a un psicoanálisis. La terapia no sucede en un diván y en una comunicación con uno mismo, pues el autor pretende la divulgación universal. No se trata de sanar, porque no existe una enfermedad que nos asedie. Es posible que los enfermos seamos los demás, que nos encontremos en el lado equivocado, presos de esa construcción social que llamamos conciencia. Genet será, en ese sentido, valiente, además de sincero. Nos muestras que se puede ser autodidacta en términos morales, partiendo desde cero; nos indica que la nobleza no es, necesariamente, lo que hemos ido identificando con nobleza, porque nos hemos encontrado a merced del relato de los que quieren que les creamos a ellos como nobles. «Mi valor consistió en destruir las habituales razones para vivir y descubrirme otras. El descubrimiento se hizo lentamente».
Genet es descriptivo y es reflexivo. Recuerda sin nostalgia, sin rencor, con la dosis justa de orgullo como para mantenerse entero: «La traición, el robo y la homosexualidad son los temas fundamentales de este libro. Entre ellos existe una relación no siempre aparente en la que me parece reconocer una especie de intercambio vascular».
Esta edición corrige las imperfecciones de las anteriores, que han venid en forma de frases censuradas o eufemismos, en ocasiones con metáforas imprecisas. Y sigue siendo uno de los grandes testimonios literarios del siglo XX:
«Si intento recomponer con palabras mi actitud de entonces, no engañaré al lector, ni a mí mismo. Sabemos que nuestro lenguaje no es capaz de recordar ni siquiera el reflejo de esos estados difuntos, extraños. Lo mismo sucedería con todo este diario si tuviera que ser la transcripción de lo que fui. Así que precisaré que revela lo que soy hoy, al escribirlo. No va en busca del que fui en el pasado, sino que es una obra de arte cuya materia-pretexto es mi vida de antaño. Será un presente fijado con ayuda del pasado, no al revés. Sabed, pues, que los hechos fueron como digo, pero la interpretación que extraigo procede de quien soy hoy, de aquel en quien me he convertido».