«Remedios para la vida», de Francesco Petrarca
Por Ricardo Martínez.
Recoge este pequeño y precioso libro alguno de los ‘remedios’ aportado por Petrarca (estudiante de leyes, por cierto, en Montpelier y Bolonia; como si tuviese ya, por ello, advertencia contra los males que puedan acuciar al hombre en las distintas circunstancias que le han de visitar en vida), y sin tener que servir de ejemplo, sí pudiera serlo en cuanto a la calidad de la recomendación o enmienda moral que en él se expone en relación con el daño recibido y que se considera injusto.
El caso sobre el que se pretende dilucidar en procura de solución, lo exiguo de la casa propia, viene planteado a modo de diálogo donde el Dolor se expresa con reiteración: Primero dice, ‘vivo en una casa muy pequeña’; luego, ‘tengo una casa muy estrecha’; más adelante, ‘mi casa es pequeña’. Más adelante aún, puesto en la insistencia, el Dolor vuelve a su queja: ‘tengo una casa estrecha, pobre y ruin’, a lo que la Razón responde, puesta ya de manifiesto la queja y la sumisión insistente del quejica: “Sus paredes te preservan de los ladrones, de los vientos y de los fastidios del vulgo, que son peores aún; su tejado te protege del frío, del calor, del sol y de la lluvia. Las torres altas son para que las habiten los pájaros; las casas grandes, para la soberbia; las muy adornadas, para la lujuria; las muy bien provistas, para la avaricia. La virtud no desprecia casa alguna, salvo si está ocupada por los vicios”.
Pero he aquí que el Dolor es recalcitrante, no se conforma con argumento alguno, y vuelve a su lamento: ‘Vivo muy estrechamente’, a lo que la Razón, a modo de conclusión (y probablemente, ahíto de cansancio por tanto ‘laio’) responde: “¿quieres que cualquier casa te parezca enorme? Piensa en la sepultura”
Y de este modo tan brusco como sensato concluye el remedio, rubricado por medio de la pluma del laureado poeta Petrarca, ante la inacabada reivindicación del afectado. A todo esto corría el siglo XIV de nuestra era.
En fin, el libro, nutritivo, simpático, moral, inteligente y previsor que nos entrega Petrarca no pudiera, creo, considerarse un a modo de ‘Relox de príncipes’ tal como unos años más adelante (siglo XV y más) habían de aparecer como textos instructivos en procura y ayuda de una buena labor para el gobernante, sino, antes bien, acaso como una ‘Mínima moralia’ de la oportunidad de convencerse más con lo que uno tiene que no alardear de queja permanente.
Y el caso, permítame el lector, es que yo trato, como discente, de ver en ello una vigente actualidad por cuanto he de decir que presumo de tener unos amigos que llamo ‘celestiales’ en contra de otros, que probablemente estudiaron en otra escuela que no la mía, que llaman casi con desprecio ‘los sin techo’.
Bien, pues permítanme explicarme: para mí son celestiales porque, habiendo sido (y siendo) lector de Quevedo, él, un día, allá por el siglo XVII español, defendía que su raíz era de casa solariega, pues a ésta, su casa, de no tener techo, le daba el sol todo el día. Y tal ejemplo pleno de sutileza me vino a las mientes cuando, a la hora de hablar de Joel, o de Paco o de Helen, que ocupan u ocuparon distintas esquinas elegantes de la capital de España, durmiendo al raso a diario en defensa de su sentido de la libertad, me aportaron su definición ciudadana, bien sencilla, por otro lado: en tal estado de indefensión, de no tener techo tienen el cielo con su día y su noche.
Vaya mi lectura, así, en este caso en homenaje a mis dignos y valientes amigos celestiales.
Y punto (como acaso concluiría Quevedo).
No es solución, pero seduce su libertad.
A otros muchos remedios alude, es cierto, la prosa de Petrarca, pero eso ya depende de la inteligencia interpretativa del que leyere; que entienda.
Francesco Petrarca
Remedios para la vida
Acantilado, Barcelona, 2023