Harka (2022), de Lotfy Nathan – Crítica
Por José Luis Muñoz.
Harka es un ejemplo más de la pujanza del nuevo cine que nos llega del Magreb tras esa maravilla que fue El caftán azul, aunque su director sea norteamericano y la película se halle exactamente en las antípodas del bellísimo film de Maryam Touzani. Harka, coproducción tunecina, francesa, alemana y estadounidense, es áspera, una concatenación de fotogramas quemados por el sol y bañados por un naturalismo extremo que nos habla de la miseria que anida al otro lado del Mediterráneo y obliga a muchos de los que la padecen a hacer esa travesía que frecuentemente acaba en el fondo del mar.
Alí (el franco tunecino Adam Bessa) malvive vendiendo gasolina de contrabando en las calles de la capital de Túnez, de la que tiene que deducir las constantes mordidas a los policías que hacen la vista gorda, cuando no trabaja en una obra. A veces tiene que ir hasta Libia, cruzando el desierto, para cargar el combustible clandestino y arriesgarse a ser detenido. Cuando su hermano decide irse a la costa a trabajar de camarero, él ha de hacerse cargo de sus hermanas que van a ser desahuciadas de la casa paterna. Para el protagonista, en una lucha contrarreloj para conseguir el dinero para detener el desalojo y contra una burocracia que no entiende de sentimientos, todo se le tuerce y solo le queda el estallido de esa rabia que lo consume por dentro.
Lotfy Nathan (Nueva York, 1987) se adentra en la ficción, tras sus dos documentales anteriores de raíz social, y construye este drama social a través de primerísimos planos del rostro de su atormentando protagonista. La gradación hacia el desespero y su infierno personal se imprime en el rostro de un actor convincente en su papel sobre el que recae todo el peso de la película. Alí, que malvive en una casa a medio construir, no tiene un respiro en su vida ni más meta que intentar que sus hermanas no se vean en la calle, representa a esa generación explotada, ninguneada y aplastada del mundo árabe que no consigue salir de la miseria. Harka es una película realista, de contenido social que hace referencia directamente a esa revolución que precisamente estalló en Túnez, la primavera árabe, con ese vendedor, Mohamed Bouazizi, que se autoinmoló a lo bonzo. Si algo hay que reprochar en el film es precisamente ese final que ya parece escrito desde la primera secuencia y se resuelve en una escena alegórica fuera de lugar que chirría dentro del conjunto.